Michel Foucault - Las redes del poder (Conferencia)
Vamos
a intentar hacer un análisis de la noción de poder. Yo no soy el primero, lejos
de ello, que intenta desechar el esquema freudiano que opone instinto a
represión –instinto y cultura. Toda una escuela de psicoanalistas intentó, desde
hace decenas de años, modificar, elaborar este esquema freudiano de instinto vs.
cultura, e instinto vs. represión– me refiero tanto a psicoanalistas de lengua
inglesa como francesa. Como Melanie Klein, Winnicot y Lacan, que intentaron
demostrar que la represión, lejos de ser un mecanismo secundario, interior,
tardío, que intentaría controlar un juego instintivo dado por la naturaleza,
forma parte del mecanismo del instinto o, por lo menos, del proceso mediante el
cual se desenvuelve el instinto sexual y se constituye como pulsión.
La
noción freudiana de trieb no debe ser interpretada como un simple dato
natural o un mecanismo biológico natural sobre el cual la represión vendría a
depositar su ley de prohibición, sino, según esos psicoanalistas, como algo que
ya está profundamente penetrado por la represión. La carencia, la castración, la
prohibición, la ley, ya son elementos mediante los cuales se constituye el deseo
como deseo sexual, lo cual implica, por lo tanto, una transformación de la
noción primitiva de instinto sexual tal como Freud la había concebido al final
del siglo XIX.
Es
necesario, entonces, pensar el instinto no como un dato natural, sino como una
elaboración, todo un juego complejo entre el cuerpo y la ley, entre el cuerpo y
los mecanismos culturales que aseguran el control sobre el pueblo. Por lo tanto,
creo que los psicoanalistas desplazaron considerablemente el problema, haciendo
surgir una nueva noción de instinto, una nueva concepción de instinto, de
pulsión, de deseo. Pero lo que me perturba o, por lo menos, me parece
insuficiente, es que en esta elaboración propuesta por los psicoanalistas, ellos
cambian tal vez el concepto de deseo, pero no cambian en absoluto la concepción
de poder.
Continúan
considerando entre sí que el significado del poder, el punto central, aquello en
que consiste el poder, es aún la prohibición, la ley, la fórmula “no debes”. El
poder es esencialmente aquello que dice “no debes”. Me parece que ésta es una
concepción –y de eso hablaré más adelante– totalmente insuficiente del poder,
una concepción jurídica, una concepción formal del poder y que es necesario
elaborar otra concepción del poder que permitirá sin duda comprender mejor las
relaciones que se establecieron entre poder y sexualidad en las sociedades
occidentales.
Voy
a intentar mostrar en qué dirección se puede desarrollar un análisis del poder
que no sea simplemente una concepción jurídica, negativa, del poder, sino una
concepción positiva de la tecnología del poder.
Frecuentemente
encontramos entre los psicoanalistas, los psicólogos y los sociólogos esta
concepción según la cual el poder es esencialmente la regla, la ley, la
prohibición, lo que marca un límite entre lo permitido y lo prohibido. Creo que
esta concepción de poder fue, a fines del siglo XIX, formulada inicialmente y
extensamente elaborada por la etnología. La etnología siempre intentó detectar
sistemas de poder en sociedades diferentes de las nuestras en términos de
sistemas de reglas. Y nosotros mismos, cuando intentamos reflexionar sobre
nuestra sociedad, sobre la manera como el poder se ejerce en ella, lo hacemos
fundamentalmente a partir de una concepción jurídica: dónde está el poder, quién
posee el poder, cuáles son las reglas que rigen el poder, cuál es el sistema de
leyes que el poder establece sobre el cuerpo social. Por lo tanto, para nuestras
sociedades hacemos siempre una sociología jurídica del poder y cuando estudiamos
sociedades diferentes de las nuestras hacemos una etnología que es esencialmente
una etnología de la regla, una etnología de la prohibición. Vean, por ejemplo,
en los estudios etnológicos de Durkheim a Levi-Strauss, cuál es el problema que
siempre reaparece, perpetuamente reelaborado: el problema de la prohibición,
especialmente la prohibición del incesto.
A
partir de esa matriz, de ese núcleo que sería la prohibición del incesto, se
intentó comprender el funcionamiento general del sistema. Y fue necesario
esperar hasta años más recientes para que aparecieran nuevos enfoques sobre el
poder, ya sea desde el punto de vista marxista o desde perspectivas más alejadas
del marxismo clásico. De cualquier modo, a partir de allí vemos aparecer, con
los trabajos de Clastres, por ejemplo, toda una nueva concepción del poder como
tecnología que intenta emanciparse del primado, de ese privilegio de la regla y
la prohibición que, en el fondo, había reinado sobre la etnología.
En
todo caso, la cuestión que yo quería plantear es la siguiente: ¿cómo fue posible
que nuestra sociedad, la sociedad occidental en general, haya concebido el poder
de una manera tan restrictiva, tan pobre, tan negativa? ¿Por qué concebimos
siempre el poder como regla y prohibición, por qué este privilegio?
Evidentemente podemos decir que ello se debe a la influencia de Kant, idea según
la cual, en ultima instancia, la ley moral, el “no debes”, la oposición
“debes/no debes” es, en el fondo, la matriz de la regulación de toda la conducta
humana. Pero, en verdad, esta explicación por la influencia de Kant es
evidentemente insuficiente. El problema consiste en saber si Kant tuvo tal
influencia. ¿Por qué fue tan poderosa? ¿Por qué Durkheim, filósofo de vagas
simpatías socialistas del inicio de la Tercera República francesa, se pudo
apoyar de esa manera sobre Kant cuando se trataba de hacer el análisis del
mecanismo del poder en una sociedad? Creo que podemos analizar la razón de ello
en los siguientes términos: en el fondo, en Occidente, los grandes sistemas
establecidos desde la Edad Media se desarrollaron por intermedio del crecimiento
del poder monárquico, a costas del poder o mejor, de los poderes feudales.
Ahora, en esta lucha entre los poderes feudales y el poder monárquico, el
derecho fue siempre el instrumento del poder monárquico contra las
instituciones, las costumbres, los reglamentos, las formas de ligazón y de
pertenencia características de la sociedad feudal. Voy a dar dos ejemplos: por
un lado el poder monárquico se desarrolla en Occidente en gran parte sobre las
instituciones jurídicas y judiciales, y desarrollando tales instituciones logró
sustituir la vieja solución de los litigios privados mediante la guerra civil
por un sistema de tribunales con leyes, que proporcionaban de hecho al poder
monárquico la posibilidad de resolver él mismo las disputas entre los
individuos. De esa manera, el derecho romano, que reaparece en Occidente en los
siglos XIII y XIV, fue un instrumento formidable en las manos de la monarquía
para lograr definir las formas y los mecanismos de su propio poder, a costa de
los poderes feudales. En otras palabras, el crecimiento del Estado en Europa fue
parcialmente garantizado, o, en todo caso, usó como instrumento el desarrollo de
un pensamiento jurídico. El poder monárquico, el poder del Estado, está
esencialmente representado en el derecho. Ahora bien, sucede que al mismo tiempo
que la burguesía, que se aprovecha extensamente del desarrollo del poder real y
de la disminución, del retroceso de los poderes feudales, tenía un interés en
desarrollar ese sistema de derecho que le permitiría, por otro lado, dar forma a
los intercambios económicos, que garantizaban su propio desarrollo social. De
modo que el vocabulario, la forma del derecho, fue un sistema de representación
del poder común a la burguesía y a la monarquía. La burguesía y la monarquía
lograron instalar, poco a poco, desde el fin de la Edad Media hasta el siglo
XVIII, una forma de poder que se representaba y que se presentaba como discurso,
como lenguaje, el vocabulario del derecho. Y cuando la burguesía se desembarazó
finalmente del poder monárquico, lo hizo precisamente utilizando ese discurso
jurídico que había sido hasta entonces el de la monarquía, el cual fue usado en
contra de la propia monarquía.
Para
proporcionar un ejemplo sencillo, Rousseau, cuando redactó su teoría del Estado,
intentó mostrar cómo nace un soberano, pero un soberano colectivo, un soberano
como cuerpo social o, mejor, un cuerpo social como soberano a partir de la
cesión de los derechos individuales, de su alienación y de la formulación de
leyes de prohibición que cada individuo está obligado a reconocer, pues fue él
mismo quien se impuso la ley, en la medida en que él mismo es miembro del
soberano, en la medida en que él es él mismo el soberano. Entonces, el
instrumento teórico por medio del cual se realizó la crítica de la institución
monárquica, ese instrumento teórico fue el instrumento del derecho, que había
sido instituido por la propia monarquía. En otras palabras, Occidente nunca tuvo
otro sistema de representación, de formulación y de análisis del poder que no
fuera el sistema del derecho, el sistema de la ley. Y yo creo que ésta es la
razón por la cual, a fin de cuentas, no tuvimos hasta recientemente otras
posibilidades de analizar el poder excepto esas nociones elementales,
fundamentales que son las de ley, regla, soberano, delegación de poder, etc. Y
creo que es de esta concepción jurídica del poder, de esta concepción del poder
mediante la ley y el soberano, a partir de la regla y la prohibición, de la que
es necesario ahora liberarse si queremos proceder a un análisis del poder, no
desde su representación sino desde su funcionamiento.
Ahora
bien, ¿cómo podríamos intentar analizar el poder en sus mecanismos positivos? Me
parece que en un cierto número de textos podemos encontrar los elementos
fundamentales para un análisis de ese tipo. Podemos encontrarlos tal vez en
Bentham, un filósofo inglés del fin del siglo XVIII y comienzos del XIX que, en
el fondo, fue el más grande teórico del poder burgués, y podemos evidentemente
encontrarlos en Marx también; esencialmente en el libro II de El capital.
Es ahí que, pienso, podemos encontrar algunos elementos de los cuales me serviré
para analizar el poder en sus mecanismos positivos.
En
resumen, lo que podemos encontrar en el libro II de El capital, es, en
primer lugar, que en el fondo no existe un poder, sino varios poderes. Poderes
quiere decir: formas de dominación, formas de sujeción que operan localmente,
por ejemplo, en una oficina, en el ejército, en una propiedad de tipo esclavista
o en una propiedad donde existen relaciones serviles. Se trata siempre de formas
locales, regionales de poder, que poseen su propia modalidad de funcionamiento,
procedimiento y técnica. Todas estas formas de poder son heterogéneas. No
podemos entonces hablar de poder si queremos hacer un análisis del poder, sino
que debemos hablar de los poderes o intentar localizarlos en sus especificidades
históricas y geográficas.
Así,
a partir de ese principio metodológico, ¿cómo podríamos hacer la historia de los
mecanismos de poder a propósito de la sexualidad? Creo que, de modo muy
esquemático, podríamos decir lo siguiente: el sistema de poder que la monarquía
había logrado organizar a partir del fin de la Edad Media presentaba para el
desarrollo del capitalismo dos inconvenientes mayores: 1) El poder político, tal
como se ejercía en el cuerpo social, era un poder muy discontinuo Las mallas de
la red eran muy grandes, un número casi infinito de cosas, de elementos, de
conductas, de procesos, escapaban al control del poder. Si tomamos, por ejemplo,
un punto preciso, la importancia del contrabando en toda Europa hasta fines del
siglo XVIII, podemos percibir un flujo económico muy importante, casi tan
importante como el otro, un flujo que escapaba enteramente al poder. Era,
además, una de las condiciones de existencia de las personas; de no haber
existido piratería marítima, el comercio no habría podido funcionar y las
personas no habrían podido vivir. Bien, en otras palabras, la ilegalidad era una
de las condiciones de vida, pero al mismo tiempo significaba que había ciertas
cosas que escapaban al poder y sobre las cuales no tenía control. Entonces,
inconvenientes procesos económicos, diversos mecanismos, de algún modo quedaban
fuera de control y exigían la instauración de un poder continuo, preciso, de
algún modo atómico. Pasar así de un poder lagunar, global, a un poder atómico e
individualizante, que cada uno, que cada individuo, en él mismo, en su cuerpo,
en sus gestos, pudiese ser controlado en vez de esos controles globales y de
masa.
El
segundo gran inconveniente de los mecanismos de poder, tal como funcionaban en
la monarquía, es que eran sistemas excesivamente onerosos. Y eran onerosos
justamente porque la función del poder –aquello en que consistía el poder– era
esencialmente el poder de recaudar, de tener el derecho a recaudar cualquier
cosa –un impuesto, un décimo, cuando se trataba del clero– sobre las cosechas
que se realizaban; la recaudación obligatoria de tal o cual porcentaje para el
señor, para el poder real, para el clero. El poder era entonces recaudador y
predatorio. En esta medida operaba siempre una sustracción económica y, lejos,
consecuentemente, de favorecer o estimular el flujo económico, era
permanentemente su obstáculo y freno. Entonces aparece una segunda preocupación,
una segunda necesidad: encontrar un mecanismo de poder tal que al mismo tiempo
que controlase las cosas y las personas hasta en sus más mínimos detalles no
fuese tan oneroso ni esencialmente predatorio, que se ejerciera en el mismo
sentido del proceso económico
Bien,
teniendo en claro esos dos objetivos creo que podemos comprender, groseramente,
la gran mutación tecnológica del poder en Occidente. Tenemos el hábito –y una
vez más según el espíritu de un marxismo un tanto primario– de decir que la gran
invención, todo el mundo lo sabe, fue la máquina de vapor o invenciones de este
tipo. Es verdad que eso fue muy importante, pero hubo toda una serie de otras
invenciones tecnológicas tan importantes como ésas y que fueron, en última
instancia, condiciones de funcionamiento de las otras. Así ocurrió con la
tecnología política, hubo toda una invención al nivel de las formas de poder a
lo largo de los siglos XVII y XVIII. Por lo tanto, es necesario hacer no sólo la
historia de las técnicas industriales, sino también de las técnicas políticas, y
yo creo que podemos agrupar en dos grandes capítulos las invenciones de
tecnología política, las cuales debemos acreditar sobre todo a los siglos XVII y
XVIII. Yo las agruparía en dos capítulos porque me parece que se desarrollaron
en dos direcciones diferentes: de un lado existe esta tecnología que llamaría
“disciplina”. Disciplina es, en el fondo, el mecanismo del poder por el cual
alcanzamos a controlar en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por
los cuales llegamos a tocar los propios átomos sociales; esto es, los
individuos. Técnicas de individualización del poder. Cómo vigilar a alguien,
cómo controlar su conducta, su comportamiento, sus aptitudes, cómo intensificar
su rendimiento, cómo multiplicar sus capacidades, cómo colocarlo en el lugar
donde será más útil; esto es lo que es, a mi modo de ver, la disciplina.
Y
les cito en este instante el ejemplo de la disciplina en el ejército. Es un
ejemplo importante porque es el punto donde fue descubierta la disciplina y
donde se la desarrolló en primer lugar. Ligada, entonces, a esa otra invención
de orden técnico que fue la invención del fusil de tiro relativamente rápido. A
partir de ese momento, podemos decir lo siguiente: que el sol-dado dejaba de ser
intercambiable, dejaba de ser pura y simplemente carne de cañón y un simple
individuo capaz de golpear. Para ser un buen soldado había que saber tirar, por
lo tanto, era necesario pasar por un proceso de aprendizaje y era necesario que
el soldado supiera desplazarse, que supiera coordinar sus gestos con los de los
demás soldados; en suma, el soldado se volvía habilidoso. Por lo tanto,
precioso. Y cuanto más precioso, más necesario era conservarlo y cuanta más
necesidad de conservarlo, más necesidad había de enseñarle técnicas capaces de
salvarle la vida en la batalla, y mientras más técnicas se le enseñaban más
tiempo duraba el aprendizaje, más precioso era él, etc. Y bruscamente se crea
una especie de embalo, de esas técnicas militares de adiestramiento que
culminarán en el famoso ejército prusiano de Federico II, que gastaba lo
esencial de su tiempo haciendo ejercicios. El ejército prusiano, el modelo de
disciplina prusiana, es precisamente la perfección, la intensidad máxima de esa
disciplina corporal del soldado que fue hasta cierto punto el modelo de las
otras disciplinas.
El
otro lugar en donde vemos aparecer esta nueva tecnología disciplinaria es la
educación. Fue primero en los colegios y después en las escuelas secundarias
donde vemos aparecer esos métodos disciplinarios en que los individuos son
individualizados dentro de la multiplicidad. El colegio reúne decenas, centenas
y a veces millares de escolares, y se trata entonces de ejercer sobre ellos un
poder que será justamente mucho menos oneroso que el poder del preceptor que no
puede existir sino entre alumno y maestro. Allí tenemos un maestro para decenas
de discípulos y es necesario, a pesar de esa multiplicidad de alumnos, que se
logre una individualización del poder, un control permanente, una vigilancia en
todos los instantes; así, la aparición de este personaje que todos aquellos que
estudiaron en colegios conocen bien, que es el celador, que en la pirámide
corresponde al suboficial del ejército; aparición también de las notas
cuantitativas, de los exámenes, de los concursos, etc., posibilidades, en
consecuencia, de clasificar a los individuos de tal manera que cada uno esté
exactamente en su lugar, bajo los ojos del maestro o en la
clasificación-calificación o el juicio que hacemos sobre cada uno de
ellos.
Vean,
por ejemplo, cómo ustedes están sentados delante de mí, en fila. Es una posición
que tal vez les parezca natural. Sin embargo es bueno recordar que ella es
relativamente reciente en la historia de la civilización y que es posible
encontrar todavía a comienzos del siglo XIX escuelas donde los alum-nos se
presentaban en grupos de pie alrededor de un profesor que les dicta cátedra. Eso
implica que el profesor no puede vigilarlos individualmente: hay un grupo de
alumnos por un lado y el profesor por otro. Actualmente ustedes son ubicados en
fila, los ojos del profesor pueden individualizar a cada uno, puede nombrarlos
para saber si están presentes, qué hacen, si divagan, si bostezan, etc. Todo
esto, todas estas futilidades, en realidad son futilidades, pero futilidades muy
importantes, porque finalmente, fue en el nivel de toda una serie de ejercicios
de poder, en esas pequeñas técnicas que estos nuevos mecanismos pudieron
investir; pudieron operar. Lo que pasó en el ejército y en los colegios puede
ser visto igualmente en las oficinas a lo largo del siglo XIX. Y es lo que
llamaré tecnología individualizante de poder. Es una tecnología que enfoca a los
individuos hasta en sus cuerpos, en sus comportamientos; se trata, grosso
modo, de una especie de anatomía política, una política que hace blanco en
los individuos hasta anatomizarlos.
Bien,
he ahí una familia de tecnologías de poder que aparece un poco más tarde, en la
segunda mitad del siglo XVIII, y que fue desarrollada –es preciso decir que la
primera, para vergüenza de Francia, fue sobre todo desarrollada en Francia y en
Alemania– principalmente en Inglaterra, tecnologías éstas que no enfocan a los
individuos, sino que ponen blanco en lo contrario, en la población. En otras
palabras, el siglo XVIII descubrió esa cosa capital: que el poder no se ejerce
simplemente sobre los individuos entendidos como sujetos-súbditos, lo que era la
tesis fundamental de la monarquía, según la cual por un lado está el soberano y
por otro los súbditos. Se descubre que aquello sobre lo que se ejerce el poder
es la población. ¿Qué quiere decir población? No quiere decir simplemente un
grupo humano numeroso, quiere decir un grupo de seres vivos que son atravesados,
comandados, regidos, por procesos de leyes biológicas. Una población tiene una
curva etaria, una pirámide etaria, tiene una morbilidad, tiene un estado de
salud; una población puede perecer o, al contrario, puede desarrollarse.
Todo
esto comienza a ser descubierto en el siglo XVIII. Se percibe que la relación de
poder con el sujeto o, mejor, con el individuo no debe ser simplemente esa forma
de sujeción que permite al poder recaudar bienes sobre el súbdito, riquezas y
eventualmente su cuerpo y su sangre, sino que el poder se debe ejercer sobre los
individuos en tanto constituyen una especie de entidad biológica que debe ser
tomada en consideración si queremos precisamente utilizar esa población como
máquina de producir todo, de producir riquezas, de producir bienes, de producir
otros individuos, etc. El descubrimiento de la población es, al mismo tiempo que
el descubrimiento del individuo y del cuerpo adiestrable, creo yo, otro gran
núcleo tecnológico en torno del cual los procedimientos políticos de Occidente
se transformaron. Se inventó en ese momento, en oposición a la anátomo-política
que recién mencioné, lo que llamaré bio-política. Es en ese momento cuando vemos
aparecer cosas, problemas como el del hábitat, el de las condiciones de vida en
una ciudad, el de la higiene pública o la modificación de las relaciones entre
la natalidad y la mortalidad. Fue en ese momento cuando apareció el problema de
cómo se puede hacer para que la gente tenga más hijos o, en todo caso, cómo
podemos regular el flujo de la población, cómo podemos controlar igualmente la
tasa de crecimiento de una población, de las migraciones, etc. Y a partir de
allí toda una serie de técnicas de observación entre las cuales está la
estadística, evidentemente, pero también todos los grandes organismos
administrativos, económicos y políticos, todo eso encargado de la regulación de
la población. Por lo tanto, creo yo, hay dos grandes revoluciones en la
tecnología del poder: descubrimiento de la disciplina y descubrimiento de la
regulación, perfeccionamiento de una anátomo-política y perfeccionamiento de una
bio-política.
A
partir del siglo XVIII, la vida se hace objeto de poder, la vida y el cuerpo.
Antes existían sujetos, sujetos jurídicos a quienes se les podía retirar los
bienes, y la vida además. Ahora existen cuerpos y poblaciones. El poder se hace
materialista. Deja de ser esencialmente jurídico. Ahora debe lidiar con esas
cosas reales que son el cuerpo, la vida. La vida entra en el dominio del poder,
mutación capital, una de las más importantes, sin duda, en la historia de las
sociedades humanas y es evidente que se puede percibir cómo el sexo se vuelve a
partir de ese momento, el siglo XVIII, una pieza absolutamente capital, porque,
en el fondo, el sexo está exactamente ubicado en el lugar de la articulación
entre las disciplinas individuales del cuerpo y las regulaciones de la
población. El sexo viene a ser aquello a partir de lo cual se puede garantizar
la vigilancia sobre los individuos y entonces se comprende por qué en el siglo
XVIII, y justamente en los colegios, la sexualidad de los adolescentes se vuelve
un problema médico, un problema moral, casi un problema político de primera
importancia porque mediante y so pretexto de este control de la sexualidad se
podía vigilar a los colegiales, a los adolescentes a lo largo de sus vidas, a
cada instante, aun durante el sueño. Entonces el sexo se tornará un instrumento
de disciplinamiento, y va a ser uno de los elementos esenciales de esa
anátomo-política de la que hablé, pero por otro lado es el sexo el que asegura
la reproducción de las poblaciones. Y con el sexo, con una política del sexo
podemos cambiar las relaciones entre natalidad y mortalidad; en todo caso la
política del sexo se va a integrar al interior de toda esa política de la vida
que va a ser tan importante en el siglo XIX. El sexo es la bisagra entre la
anátomo-política y la bio-política, él está en la encrucijada de las disciplinas
y de las regulaciones y es en esa función que él se transforma, al fin del siglo
XIX, en una pieza política de primera importancia para hacer de la sociedad una
máquina de producir.
Foucault:
–¿Quieren ustedes hacer alguna pregunta?
Auditorio:
–¿Qué tipo de productividad pretende lograr el poder en las
prisiones?
Foucault:
–Ésa es una larga historia: el sistema de la prisión, quiero decir, de la
prisión represiva, de la prisión como castigo, fue establecido tardíamente,
prácticamente al fin del siglo XVIII. Antes de esa fecha la prisión no era un
castigo legal: se aprisionaba a las personas simplemente para retenerlas antes
de procesarlas y no para castigarlas, salvo en casos excepcionales. Bien, se
crean las prisiones como sistema de represión afirmándose lo siguiente: la
prisión va a ser un sistema de reeducación de los criminales. Después de una
estadía en la prisión, gracias a una domesticación de tipo militar y escolar,
vamos a poder transformar a un delincuente en un individuo obediente a las
leyes. Se buscaba la producción de individuos obedientes.
Ahora
bien, inmediatamente, en los primeros tiempos de los sistemas de las prisiones
quedó en claro que ellos no producían aquel resultado, sino, en verdad, su
opuesto: mientras más tiempo se pasaba en prisión menos se era reeducado y más
delincuente se era. No sólo productividad nula, sino productividad negativa. En
consecuencia, el sistema de las prisiones debería haber desaparecido. Pero
permaneció y continúa, y cuando preguntamos a las personas qué podríamos colocar
en vez de las prisiones, nadie responde.
¿Por
qué las prisiones permanecieron a pesar de esta contraproductividad? Yo diré que
precisamente porque, de hecho, producían delincuentes y la delincuencia tiene
una cierta utilidad económico-política en las sociedades que conocemos. La
utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: cuantos más delincuentes
existan, más crímenes existirán; cuanto más crímenes hayan, más miedo tendrá la
población y cuanto más miedo en la población, más aceptable y deseable se vuelve
el sistema de control policial. La existencia de ese pequeño peligro interno
permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control,
lo que explica por qué en los periódicos, en la radio, en la televisión, en
todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la
criminalidad como si se tratase de una novedad cada nuevo día. Desde 1830 en
todos los países del mundo se desarrollaron campañas sobre el tema del
crecimiento de la delincuencia, hecho que nunca ha sido probado, pero esta
supuesta presencia, esta amenaza, ese crecimiento de la delincuencia es un
factor de aceptación de los controles.
Pero
eso no es todo, la delincuencia posee también una utilidad económica; vean la
cantidad de tráficos perfectamente lucrativos e inscritos en el lucro
capitalista que pasan por la delincuencia: la prostitución; todos saben que el
control de la prostitución en todos los países de Europa es realizado por
personas que tienen el nombre profesional de proxenetas y que son todos ellos ex
presidiarios que tienen por función canalizar los lucros recaudados sobre el
placer sexual. La prostitución permitió volver oneroso el placer sexual de las
poblaciones y su encuadramiento permitió derivar para determinados circuitos el
lucro sobre el placer sexual. El tráfico de armas, el tráfico de drogas, en
suma, toda una serie de tráficos que por una u otra razón no pueden ser legal y
directamente realizados en la sociedad pueden serlo por la delincuencia, que los
asegura.
Si
agregamos a eso el hecho de que la delincuencia sirve masivamente en el siglo
XIX y aun en el siglo XX a toda una serie de alteraciones políticas tales como
romper huelgas, infiltrar sindicatos obreros, servir de mano de obra y
guardaespaldas de los jefes de partidos políticos, aun de los más o menos
dignos. Aquí estoy hablando precisamente de Francia, en donde todos los partidos
políticos tienen una mano de obra que varía desde los colocadores de afiches
hasta los aporreadores o matones, mano de obra que está constituida por
delincuentes. Así tenemos toda una serie de instituciones económicas y políticas
que opera sobre la base de la delincuencia y en esta medida la prisión que
fabrica un delincuente profesional posee una utilidad y una
productividad.
Auditorio:
–En la tentativa de trazar una anatomía de lo social basándose en la
disciplina del ejército, usted utiliza la misma terminología que usan los
abogados actuales en el Brasil. En el Congreso de OAB (Orden de los Abogados del
Brasil) realizado hace poco tiempo en Salvador, los abogados utilizaron
abundantemente las palabras compensar y disciplinar al definir su función
jurídica. Curiosamente usted utiliza los mismos términos para hablar del poder,
es decir, usando el mismo lenguaje jurídico: lo que le pregunto es si usted no
cae en el mismo discurso de la apariencia de la sociedad capitalista dentro de
la ilusión del poder que comienzan a utilizar esos juristas. Así, la nueva ley
de sociedades anónimas se presenta como un instrumento para disciplinar los
monopolios, pero lo que ella realmente significa es ser un valioso instrumento
tecnológico muy avanzado que obedece a determinaciones independientes de la
voluntad de los juristas que son las necesidades de reproducción del capital. En
este sentido me sorprende el uso de la misma terminología, continuando, en tanto
usted establece una dialéctica entre tecnología y disciplina, y mi última
sorpresa es que usted toma como elemento de análisis social a la población,
volviendo así a un período anterior a aquel en que Marx criticó a
Ricardo.
Foucault:
–Me sorprende mucho que los abogados utilicen la palabra disciplina –en
cuanto a la palabra compensar, no la usé ni una vez– y con respecto a esto
quiero decir lo siguiente: creo que desde el nacimiento de aquello que yo llamo
bio-poder o anátomo-política estamos viviendo en una sociedad que comienza a
dejar de ser una sociedad jurídica. La sociedad jurídica fue la sociedad
monárquica. Las sociedades europeas de los siglos XII al XVIII eran
esencialmente sociedades jurídicas, en las cuales el problema del derecho era un
problema fundamental: se combatía por él, se hacían revoluciones por él, etc. A
partir del siglo XIX, en las sociedades que se daban bajo la forma de sociedades
de derecho, con Parlamentos, legislaciones, códigos, tribunales, existía de
hecho todo un otro mecanismo de poder que se infiltraba, que no obedecía a las
formas jurídicas y que no tenía por principio fundamental la ley, sino el
principio de la norma, y que poseía instrumentos que no eran los tribunales, la
ley y el aparato judiciario, sino la medicina, la psiquiatría, la psicología,
etc. Por lo tanto, estamos en un mundo disciplinario, estamos en un mundo de la
regulación. Creemos que estamos todavía en el mundo de la ley, pero de hecho es
otro tipo de poder que está en vías de constitución por intermedio de conexiones
que ya no son más conexiones jurídicas. Así, es perfectamente normal que usted
encuentre la palabra disciplina en la boca de los abogados. Llega a ser
interesante ver lo que concierne a un punto clave: cómo la sociedad de la
normatización al mismo tiempo puede habitar y hacer disfuncionar la sociedad del
derecho.
Veamos
lo que pasa en el sistema penal. En países de Europa como Alemania, Francia e
Inglaterra, prácticamente no hay ningún criminal un poco importante y en breve
no habrá ninguna persona que pase por los tribunales penales que no pase también
por las manos de un especialista en medicina, psiquiatría o psicología. Eso
porque vivimos en una sociedad en la que el crimen ya no es más simplemente ni
esencialmente la transgresión a la ley sino el desvío en relación con una norma.
En lo que respecta a la penalidad sólo se habla ahora en términos de neurosis,
desvío, agresividad, pulsión, etc. Ustedes lo saben muy bien. Por lo tanto,
cuando hablo de disciplina, de normalización, yo no caigo en el plano jurídico;
son, por el contrario, los hombres de derecho, los hombres de la ley, los
juristas, quienes están obligados a emplear ese vocabulario de la disciplina y
la normatización. Que se hable de disciplina en el congreso de OAB no hace más
que confirmar lo que dije y no es que caiga en una concepción jurídica. Los que
están fuera de lugar son ellos.
Auditorio:
–¿Cómo ve la relación entre saber y poder? ¿Es la tecnología del poder la
que provoca la perversión sexual o es la anarquía natural biológica que existe
en el hombre la que lo provoca...?
Foucault:
–Sobre este último punto, es decir, sobre lo que motiva, lo que explica el
desarrollo de esta tecnología, no creo que podamos decir que sea el desarrollo
biológico. Intenté demostrar lo contrario, es decir, ¿cómo forma parte del
desarrollo del capitalismo esta mutación de la tecnología del poder? Forma parte
de ese desarrollo en la medida en que, por un lado, fue el desarrollo del
capitalismo lo que hizo necesaria esta mutación tecnológica, pero, por otro, esa
mutación hizo posible el desarrollo del capitalismo; una implicación perpetua de
dos movimientos que están de algún modo engrampados el uno con el otro.
Bien,
con respecto a la otra cuestión que concierne al hecho de las relaciones de
poder... Cuando existe alianza del placer con el poder, ése es un problema
importante. Lo que quiero decir brevemente es que es justamente eso que parece
caracterizar los mecanismos de poder en función de nuestras sociedades, es lo
que hace que no podamos decir simplemente que el poder tiene por función
interdictar, prohibir. Si admitimos que el poder sólo tiene por función
prohibir, estamos obligados a inventar mecanismos –como Lacan y otros están
obligados a hacerlo– para poder decir: “Vean, nos identificamos con el poder”. O
entonces decimos que hay una relación masoquista que se establece con el poder y
que hace que gocemos de aquel que prohíbe; pero en compensación, si usted admite
que la función del poder no es esencialmente prohibir, sino producir, producir
placer, en ese momento se puede comprender, al mismo tiempo, cómo se puede
obedecer al poder y encontrar en el hecho de la obediencia placer, que no es
masoquista necesariamente. Los niños nos pueden servir de ejemplo: creo que la
manera como se hizo de la sexualidad de los niños un problema fundamental para
la familia burguesa del siglo XIX provocó y volvió posible un gran número de
controles sobre la familia, sobre los padres, sobre los niños, etc., al mismo
tiempo que produjo toda una serie de placeres nuevos: placer en los padres al
vigilar a los hijos, placer de los niños en jugar con su propia sexualidad
contra sus padres o con sus padres, etc., toda una nueva economía del placer
alrededor del cuerpo del niño. No hace falta decir que los padres, por
masoquismo, se identificaron con la ley...
Auditorio:
–Usted no respondió a la pregunta que se le hizo sobre las relaciones entre
el saber y el poder, y sobre el poder que usted, Michel Foucault, ejerce
mediante su saber...
Foucault:
–En efecto, la pregunta debe ser planteada. Bien, creo que –en todo caso en
el sentido de los análisis que hago, cuya fuente de inspiración usted puede ver–
las relaciones de poder no deben ser consideradas de una manera un poco
esquemática, como: de un lado están los que tienen el poder y del otro los que
no lo tienen. Aquí un cierto marxismo académico utiliza frecuentemente la
oposición clase dominante / clase dominada, discurso dominante / discurso
dominado, etc. Ahora, en primer lugar, ese dualismo nunca será encontrado en
Marx, en cambio sí puede ser encontrado en pensadores reaccionarios y racistas
como Gobineau, que admiten que en una sociedad hay dos clases, una dominada y la
otra que domina. Usted va a encontrar eso en muchos lugares pero nunca en Marx,
porque en efecto Marx es demasiado astuto como para poder admitir esto; él sabía
perfectamente que lo que hace la solidez de las relaciones de poder es que ellas
no terminan jamás, que no hay de un lado algunos y del otro lado muchos; ellas
la atraviesan en todos lados; la clase obrera retransmite relaciones de poder,
ejerce relaciones de poder. El hecho de que usted sea estudiante implica que ya
está inserto, es una cierta situación de poder; yo, como profesor, estoy
igualmente en una situación de poder, estoy en una situación de poder porque soy
hombre y no una mujer, y el hecho de que usted sea una mujer implica que está
igualmente en una situación de poder, pero no la misma, todos estamos en
situación, etc. Bien, si de cualquier persona que sabe algo podemos decir “usted
ejerce el poder”, me parece una crítica estúpida en la medida en que se limita a
eso. Lo que es interesante es, en efecto, saber cómo en un grupo, en una clase,
en una sociedad operan redes de poder, es decir, cuál es la localización exacta
de cada uno en la red del poder, cómo él lo ejerce de nuevo, cómo lo conserva,
cómo él hace impacto en los demás, etcétera.
Texto
desgrabado de una conferencia dada por Foucault en 1976 en Brasil. Publicada en
la revista anarquista Barbarie, Nros. 4 y 5 (1981-2), San Salvador de
Bahía, Brasil.
Traducción:
Heloísa Primavera
Fotografía
de
Bruce Jackson

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