Alain (Émile-Auguste Chartier) - La poesía
La
poesía como música. La rima. El lenguaje común. El movimiento épico. El tiempo y
el universo. La inspiración. El milagro poético. El don expresivo. El artista
como pensador
Henos
aquí llegados a la poesía. El carácter que llama la atención en ella, al salir
de artes como la danza y la música, que no hablan, es el común lenguaje, aquel
que he llamado relativo, por el cual describimos objetos y expresamos ideas. Ese
lenguaje puede registrarse en la danza en la medida en que. la danza relata,
narra; pero es accesorio en ella; en la música falta.
La
poesía, por lo contrario, está hecha de palabras; no de gritos, sino de palabras
articuladas, reunidas, que corresponden a formas y seres: casa, caballo, lago,
mar, promontorio. ¿Qué significa esto? El sonido, elemento musical) es rebajado
aquí; el sonido está obligado a designar indirectamente lo que el gesto y la
acción designan naturalmente. Por la razón darwiniana antes recordada, y sin
contar muchas otras, el hombre ha hablado su gesto; y otra vez, destituyendo al
gesto y transformándolo en escritura, ha escrito su palabra; aquí está contenida
la historia de todo lenguaje. A consecuencia de ello leemos un poema, como la
Ilíada o El lago, y comprendemos lo que en él se narra o describe.
En fin, el poeta nos habla como nos hablamos los unos a los otros.
Pero
no es así; eso es tan sólo la apariencia. Cierto: esta apariencia engaña a
menudo. Voltaire y Chateaubriand hicieron versos, pero versos extraños a la
poesía.
¿Y
por qué? Es que pusieron en verso lo que previamente habían pensado en prosa.
Eso es ingenioso; se fija en la memoria; es didáctico; pero no es poesía.
La
poesía es como todas las artes, como la danza, la música, la pintura; participa
en primer lugar de lo que he llamado el lenguaje absoluto. Pero sigamos
estrictamente nuestra serie; la poesía, decíamos, parece danza y música. Es
danza porque trae consigo gestos y acciones; pero es, ante todo, música. Los
sonidos de un poema forman un llamado bien claro, un canto del hombre. Y ese
canto, que nos dispone y nos mueve como el poeta, no expresa, más de lo que lo
hace la música, una cosa determinada, "~ sino tan sólo la forma humana animada,
enderezada, feliz de una cierta manera. Ese canto dispone nuestro cuerpo según
un paso, un modo de andar, una conquista, una partida, un viaje, un regreso. En
ello se reconoce inmediatamente la purificación musical, aunque menos poderosa,
menos enérgicamente gimnástica. El recitador poético no se dispone con tanta
precisión como el cantor: es que el ritmo, primeramente, es reducido al número,
y la diferencia entre ritmo y número aparece principalmente en el hecho de que
los silencios de un poema no son contados rigurosamente. Lo que en música no es
sino episódico, como el trino y la cadencia, es lo ordinario en poesía. En
cuanto a la ley melódica, se trueca en ley de compensación que utiliza las
palabras en uso y los ruidos de que están hechas, pero que es musical en tanto
restablece una pronunciación más mesurada, menos sometida a las pasiones, según
se ve por una especie de melopea que depende en mucho del recitador, pero que
busca siempre, en el ruido, el canto. Según se ve también en las sílabas mudas,
que aparecen como reencontradas y tan expresivas como lo son los silencios en
música. En fin, la poesía es música también por la ley del número, multiplicada
y variada por la estrofa; y sobre todo por la rima, la cual, según se ha dicho
con frecuencia, es un medio maravillosamente extraño a la razón, La rima es un
procedimiento musical, pero propio de la poesía; es tal vez por ese eco regulado
a distancia y tan enérgicamente anunciado, que la música se torna tan música en
el poema. Pues la rima se espera y ello no puede hacerse por el juego real de la
imaginación sin que la boca y todo el cuerpo se preparen y conformen, y así
todas las sílabas entre una rima y otra perciben una especie de sonoridad común
que acaso no existe más en el deseo. Esa espera vocal asegura la permanencia de
la emoción, lo cual significa sentimiento. La rima se recuerda y se espera.
Rimamos con nosotros mismos; y así todas las palabras son nuestras; todas
quisieran rimar.
Ahora
debemos comparar el efecto de este lenguaje, considerado sólo en su aspecto
sonoro, con el efecto del lenguaje común en el movimiento de las pasiones.
Estamos hechos de suerte que todas nuestras emociones son desdichas, a causa de
esa ley de irritación y de arrebato que las gobierna a todas. Y el lenguaje es,
entre los movimientos, uno de los que más evidentemente exasperan. Hablar es un
furor; esto se comprueba con sólo hablar a un sordo. En fin, todo lenguaje se
precipita, se abrevia, se vuelve agudo, abrupto, mordaz; hiere ante todo al que
habla. Y tal es la razón, sin duda, que hace malevolente toda cháchara. Por lo
contrario, el lenguaje poético, por su sola cualidad musical, comunica majestad
a .quien recita, contención, poder sobre sí mismo; es decir, una especie de
felicidad.. Sea lo que podamos decir, sea lo que podamos aprender de nuestros
discursos, no podremos ser totalmente desdichados: Por eso la poesía es el
lenguaje que conviene para expresar la desdicha y el único lenguaje que pueda
ocasionarla. Considérese cómo esos medios fisiológicos tienen poder sobre
nosotros. Pues los paroxismos de nuestros sentimientos, aun los más extraños al
equilibrio y a la salud corporal, dependen sin embargo del régimen de la
respiración, de la sangre y de los músculos. De ahí que, en la elocuencia, la
necesidad de ser oído transforme las pasiones. La regla poética actúa más
eficazmente; dispone mejor aún, según la majestad. Esa negativa a padecer algo,
que pasa del lenguaje al juicio, tiene algo de sublime.
No
obstante, no encontramos aquí esas soluciones, esas curaciones, esas
liberaciones de instante en instante, propias de la música. En la poesía es
preciso tan sólo observar una oposición constante entre los sentimientos
expresados, que tienden a deshacernos, la exigencia del número, que no varía
jamás. Nos hallamos así en actitud de defensa contra nuestros propios dramas;
pero en el tono de la poesía no imita de tan cerca como el de la música esas
crisis, esos estrechos pasajes, esas breves victorias que son las vicisitudes de
una vida.
En
cambio, la poesía, que en esto es la primera y la más rica de las artes, hace
coincidir con esa potencia balanceada y compensada la expresión más precisa de
nuestras desdichas. La poesía se halla, por otra parte, más cerca de nuestros
destinos que la música. Narra, se lamenta, describe; con las palabras trae el
terror, y hasta el horror; lleva las cuentas de la desesperanza: recuérdese tan
sólo El lago, La tristeza de Olimpio, Narciso, Noches. En la llíada
la guerra muestra su verdadero rostro. Pero la solución está asegurada,
porque pasamos, no podemos detenernos. Encontramos aquí mejor asegurado ese
movimiento épico que ya es sensible en la música. El movimiento poético nos
arrebata; nos hace oír los pasos del tiempo, que no se detienen nunca y que,
cosa digna de mención, no se dan prisa jamás. Somos puestos al compás de todos
los hombres y de todas las cosas; entramos en la ley universal; experimentamos
e! vínculo de todas las cosas y su necesidad. Superamos la desgracia; la dejamos
atrás; somos irresistiblemente deportados a un tiempo nuevo, a un tiempo en que
la desdicha será pasado. Por eso una nota consoladora vibra siempre en el poema.
En nuestras penas queremos, por lo común, permanecer en el momento crítico,
negamos el tiempo. Peor aún: volvemos al pasado, a los tiempos felices; pero más
sabios, aguardamos la desgracia. Ahora bien, el poema nos lleva consigo; y tal
es el sentido de la epopeya.
Como
los héroes de Homero -y de toda guerra, y de todo drama-se curan de todo temor
marchando hacia la desgracia, y aun se elevan por el pensamiento que lo hacen
todo y a punto fijo, puede decirse que todo poema imita esa marcha en buen orden
y esa aventura. Lo épico es el tono de todo poema. Sin duda, no hay poesía
festiva; ésta no es más que un juego. El tema de la poesía es siempre el tiempo
y lo irreparable; y ello se siente en la elegía y aun en la contemplación misma.
Horacio canta: "No trates de saber, está prohibido, qué fin te reservan los
dioses .. , recoge día a día." En El lago, las palabras mismas dicen lo
que la sonoridad poética expresa: "Así siempre empujados ..." El movimiento
épico está doblemente asegurado. Por él se anuncia un porvenir de sentimientos
que pasaremos, de! que saldremos. En la gran epopeya, Aquiles sabe que será
muerto a su hora. Su caballo, resoplando por los suelos, se lo anuncia. Con
frecuencia aparece esta idea de que todo será pasado, olvidado, borrado, hasta
el foso mismo y el muro. Contemplar ese paso de los tiempos, hacerse de él un
espectáculo, asistir a él, como Júpiter sobre el Ida, es propiamente el estado
sublime.
El
tiempo tiene todavía otro poder y, si así puede decirse, otra dimensión; algo
hemos dicho al respecto a propósito de la música; pero la música no determina
nuestros pensamientos; aquí, por la resonancia del tiempo, el mundo nos es
devuelto. Pues por esta marcha cadenciosa del tiempo único, todos los
acontecimientos llevan el mismo paso y nos acompañan. Aquí aparece el decorado
de todo poema, que no es otro que el mundo en su devenir imperturbable. Nuestra
desdicha halla su lugar correspondiente en ese universo inmenso y entonces
sentimos que nuestro destino no podía ser otro. En la Iliada es la
refriega, los muertos, el polvo, el furor; pero el poeta dice: "Era la hora en
que el leñador prepara su comida en la alta montaña..." El mismo tiempo nos
embarga. Estas imágenes, innumerables en Homero, son, propiamente hablando, los
frutos del tiempo, las briznas al viento, la nieve, las olas, lo que no puede
ser otra cosa, lo que uno quisiera que no fuese sino lo que es. Estas
comparaciones son, sin duda, ornamentos, pero concurren a regular nuestro pensar
y sentir según la ley universal. Sólo nos irrita la malicia, es decir, la
voluntad independizada; lo que nos hiere es aquello que imaginamos pudiera haber
sido de otro modo. "¿ Qué diablos iba a hacer en esa galera?" Éste es el grito
de las pasiones. Fígaro pregunta: "¡ Ay! ¿Por qué estas cosas y no otras?" En
todo poema la naturaleza responde; y en el padre de los poemas, responde
desarrollando según la ley, el curso de cada cosa. La comparación homérica es
como una visión del mundo de las fuerzas ciegas seguida durante un instante, lo
cual nos invita a juzgar mejor de las pasiones. A ella se unen la fatiga, el
hambre, las noches, las comidas, el sueño de hombres y dioses. Poderoso llamado
e invencible regulador. Yo no creo que este equilibrio haya sido plenamente
logrado otra vez. Pero en todo poema reaparecen imágenes tales -con frecuencia
extrañas e imprevistas, pero eso no es más que apariencia-, siempre naturales,
recordando siempre a ese mundo que las pasiones olvidan. Y no gustan por la
semejanza, sino por el vínculo que restablecen entre nuestras desdichas y el
curso de las cosas, entre el tiempo de nuestra prueba y el tiempo universal,
común a todos los mundos. En todo poema son las estaciones, los astros, los
vientos, los ríos, el mar, los días.
Todopoderosos
extranjeros, inevitables astros . ..
En
gran compañía hacemos este viaje. Tal es la potencia épica.
Dejamos
aquí de lado el detalle y el análisis de los ejemplos, que nos harían olvidar el
conjunto de nuestro tema. y haremos una observación final que aclarará en mucho
la inspiración, principalmente en las artes más ocultas. Muchos creen que una
obra de arte es la realización de un trabajo preliminar de pensamiento. ¿Un
monumento, un cuadro, no son acaso compuestos y concebidos por anticipado, y la
ejecución es acaso en ellos otra cosa que la parte que corresponde al oficio? Es
así que con frecuencia pueden leerse fórmulas para hacer cualquier cosa, en el
estilo de la siguiente: lo bello es la idea realizada, convertida en objeto.
Hegel lo entendía de otra manera, en el sentido en que la planta que crece y
florece realiza su idea. Claro está que un monumento o un cuadro no crecen como
una planta; pero es preciso comprender, sin embargo, que la continuación de la
ejecución depende en mucho de lo que se hace; y es por el arquitecto viviente y
en acción, por el pintor viviente y en acción, que la floración feliz de la obra
es algo más que una metáfora.
No
obstante, en los análisis de una obra se da siempre demasiada importancia al
proyecto o al tema, mucho más fácil de comprender que ese nacimiento y
crecimiento propiamente fisiológicos. y he aquí la oportunidad de aclarar un
arte por medio de otro, a la vez explicando un poco el "sin concepto" de Kant y
esa "finalidad sin representación de fin" que el lector empieza por
desechar.
El
filósofo quiere hacernos comprender que aquello que gusta en la obra de arte es
un logro de razón en una obra de naturaleza; y es bien fácil de errar la idea:
los artistas se equivocan con frecuencia cuando meditan en lugar de hacer. Ahora
bien, no creo que uno pueda equivocarse acerca de la inspiración poética,
teniendo en cuenta que los malos poemas, que son ideas puestas en verso,
ilustran claramente la cuestión. Lo que es propio del poeta, y que lo distingue
primordialmente de aquel que ajusta su prosa de acuerdo con el metro y la rima,
es que en lugar de ir de la idea a la expresión, va, por lo contrario, de la
expresión a la idea. Lejos de buscar sus pruebas, sus comparaciones, sus
imágenes, a fin de aclarar sus pensamientos y hacerlos descender desde lo
abstracto, donde habrían nacido, se empeña más bien en obtener
sonidos de sí mismo corno de una flauta, diseñando por anticipado en sus versos,
en sus estrofas, en sus sonoridades esperadas, palabras que no conoce aún,
palabras que espera y que, después de rehusarse, se ofrecerán como un milagro
para hacer concordar el sonido y el sentido. Es preciso comprender que aquí es
la naturaleza la que encabeza la marcha y que la armonía de los versos preexiste
con relación a su sentido. Esto no significa que el poeta carezca de todo
proyecto: y lo mismo podría decirse del pintor o del arquitecto. Por ejemplo, el
poeta quiere contar algún drama de amor, o la cólera de Aquiles, o el hastío de
Narciso ante su propia imagen. y el poema se conforma siempre al proyecto en
conjunto. Pero esto no significa en modo alguno que el poema sea bello. Lo que
constituye la belleza es, muy por el contrario, lo imprevisto que nace de la
canción misma, del número, de la rima. Es la imagen que surge de ese ruido de
naturaleza y que ilustra la idea de un modo que la reflexión no hubiese podido
lograr. En los verdaderos poemas, ese milagro no cesa jamás. Es de su propio
cuerpo, y de los movimientos y azares del cuerpo dispuesto según la armonía, que
el poeta hace surgir la idea; y es en esto que es poeta. En todas las artes es
de la ejecución misma que nace lo bello, y no del proyecto. Como es evidente
para la música, y quizá en mayor grado aún para la danza, donde es visible que
el acuerdo mismo termina por diseñar el movimiento; no se puede inventar una
danza sin danzar, ni una canción sin cantar. Las artes son como hechos de
naturaleza que concuerdan con la razón, o mejor dicho, que son más razón que la
razón. De suerte que todo ocurre como si el artista persistiese una cierta
finalidad; pero sin embargo, no la conoce sino después que la ha realizado,
siendo él mismo espectador de la propia obra y el primer sorprendido. A esto se
ha llamado el acierto expresivo.
Deseo
que contemplemos de cerca el milagro poético. Poseemos la idea; cuidémonos de no
perderla. Las demás artes nos reservan, según creo, dificultades superiores,
quizás insuperables. Pero acerca de la poesía no podemos engañarnos. ¿Por qué,
entonces, esa rima que nos ha conducido a esa imagen poderosa e inesperada? ¿Por
qué esa palabra, en la que el prosista no hubiese pensado jamás, llega, allende
la esperanza, contra toda esperanza podría decirse, a acabar a la vez el metro y
el sentido? Hay aquí una gracia de naturaleza, una gracia en todo el sentido de
esta bella palabra. Pero no hay que despreciar tampoco la prosa. Señalemos que
escribir es un trabajo lleno de encuentros inesperados. Por ejemplo, el solo
hecho de escribir una carta: miles de palabras son posibles. Aun escogiendo sólo
según el pensamiento, es menester ejercicio, paciencia y suerte. Lo mismo ocurre
con el hablar; yo no puedo hablar antes de hablar; me arriesgo, escucho y, por
lo común, me comprendo. No se da con una palabra, sin embargo, como se da con el
resultado de un cálculo; no hay reglas. Primero hay que ser Pitia. Hay que
fiarse al lenguaje. Ahora bien, ese bien llamado acierto expresivo es lo que
conduce al poeta. Es así, buscando las palabras según la medida, la armonía y la
rima, como descubre su pensamiento. No todo, sino aquella parte del pensamiento
que es bella.
En
esta búsqueda que va de abajo hacia arriba, en esta búsqueda en la que el hombre
positivo diría que hay que apostar contra el éxito, ¿sobre qué cuenta el poeta?
Cuenta sobre la voz antigua, sobre la voz absoluta, que expresaba la situación
humana y, de esta manera, todas las cosas.' Esa voz absoluta es irreconocible
ahora en casa, caballo, soldado, conferencia, silla; no del todo en fatuo,
galope, murmullo. Y la sensibilidad propia del poeta está, sin duda, en oír aún
en la palabra el antiguo grito y en sospechar una relación oculta entre sonido y
sentido; según lo cual, una real armonía de palabras de acuerdo con la forma del
cuerpo humano debería tener siempre un sentido, volver a encontrar lo natural
del lenguaje hablado; hallar de nuevo el verdadero hablar, es decir, las
afinidades entre los sonidos, las formas y las palabras. Lo que llamamos estilo
chato es aquel que hace olvidar por completo la armonía del cuerpo y del
espíritu; ni el sonido ni la forma de la boca concurren ya al pensamiento. En
cambio, el poeta no cesa de reconciliar a la naturaleza con el espíritu. y en mi
opinión, el poeta es el pensador más antiguo. Pues la extravagancia acecha a
quien busque lo bello por lo alto, por la lógica; lo cual implicaría buscar algo
verdadero que no sería bello. Platón reflexionó sobre Homero; y en todo tiempo
es el poeta quien rehace la idea natural, aquella que brota del canto mismo.
Lenguaje de presencia humana; lenguaje absoluto en primer término. Pero no sin
una firme esperanza, magníficamente coronada, de elevar a toda la idea sobre
esta señal conmovedora.
Para
terminar, comparad una vez más la música y la poesía. La música diseña
sentimientos verdaderos, pero los separa del otro lenguaje. Por los sentimientos
verdaderos, la poesía diseña el mundo, los dioses y hasta las ideas. Nosotros
sentimos que puede haber error en un poema bello; y es así, según nuestra
naturaleza terrenal, que es menester que el gusto preceda al juicio. Pero esta
gran idea, que el genio de Kant ha convertido en doctrina, está bien lejos de
nuestro algebraico método de tener razón. Las artes serían el primer
pensamiento; y las bellas letras encerrarían el secreto de las ciencias. Cada
cual experimenta aquí algo que es cierto sin pruebas. Y ésta es una idea que
habremos de encontrar nuevamente; porque tendremos que comprender que los mitos
son ideas en estado naciente.
Se
dice que un canto es justo, y ese ejemplo entre mil muestra cómo el lenguaje nos
trae la idea. La verdad del hombre por la armonía en el hombre, tal es la
lección de la poesía; lección que los sabios han desarrollado a partir de la
tierra. Y convengamos en que la palabra cultura es todavía un vocablo
prodigioso.
Alain-
Veinte lecciones sobre las bellas artes. Séptima lección. Emecé Editores,
Buenos Aires, 1955. Págs. 59-68. Traducción de Alejandro Ruiz Guiñazu.

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