ROLAND BARTHES – Retórica de la imagen
Según
una etimología antigua, la palabra imagen debería relacionarse con la
raíz de imitari. Henos aquí de inmediato frente al problema más grave que
pueda plantearse a la semiología de las imágenes: ¿puede acaso la representación
analógica (la) producir verdaderos sistemas de signos y no sólo simples
aglutinaciones de símbolos? ¿Puede concebirse un analógico, y no meramente
digital? Sabemos que los lingüísticos consideran ajena al lenguaje toda
comunicación por analogía, desde el de las abejas hasta el por gestos, puestos
que esas comunicaciones no poseen una doble articulación, es decir, que no se
basan como los fonemas, en una combinación de unidades digitales. Los lingüistas
no son los únicos en poner en duda la naturaleza lingüista de la imagen. En
cierta medida, también la opinión corriente considera a la imagen como un lugar
de resistencia al sentido, en nombre de una cierta idea mítica de la Vida: la
imagen es re-presentación, es decir, en definitiva, resurrección, y dentro de
esta concepción, lo inteligible resulta antipático a lo vivido. De este modo,
por ambos lados se siente a la analogía como un sentido pobre: para unos, la
imagen es un sistema muy rudimentario con respecto a la lengua, y para otros, la
significación no puede agotar la riqueza inefable de la imagen.
Ahora
bien, aún cuando la imagen sea hasta cierto punto límite de sentido (y
sobre todo por ello), ella nos permite volver a una verdadera ontología de la
significación. ¿De qué modo la imagen adquiere sentido? ¿Dónde termina el
sentido? y si termina, ¿qué hay más allá? Tal lo que quisiéramos plantear
aquí, sometiendo la imagen a un análisis espectral de los mensajes que pueda
contener. Nos daremos al principio una facilidad considerable: no estudiaremos
más que la imagen publicitaria. ¿Por qué? Porque en publicidad la significación
de la imagen es sin duda intencional: lo que configura a priori los
significados del mensaje publicitario son ciertos atributos del producto, y
estos significados deben ser transmitidos con la mayor claridad posible; si la
imagen contiene signos, estamos pues seguros que en publicidad esos signos están
llenos, formados con vistas a la mejor lectura posible: la imagen publicitaria
es franca, o, al menos, enfática.
Los
tres mensajes
He
aquí una propaganda Panzani: saliendo de una red entreabierta, paquetes
de fideos, una caja de conservas, un sachet, tomates, cebollas, ajíes, un hongo,
en tonalidades amarillas y verdes fondo rojo. (1) Tratemos de esperar los
diferentes mensajes que puede contener.
La
imagen entrega de inmediato un primer mensaje cuya sustancia es lingüística; sus
soportes son la leyenda, marginal, y las etiquetas insertadas en la naturalidad
de la escena, como en ; el código del cual está tomado este mensaje no es otro
que el de la lengua francesa; para ser descifrado no exige más conocimientos que
el de la escritura y del francés. Pero en realidad, este mismo mensaje puede a
su vez descomponerse, pues el signo Panzani no transmite solamente el
nombre de la firma, sino también, por su asonancia, un significado
suplementario, que es, si se quiere, la ; el mensaje lingüístico es por lo tanto
doble (al menos en esta imagen); de denotación y de connotación; sin embargo,
como no hay aquí más que un solo signo típico (2), a saber, el del lenguaje
articulado (escrito), no contaremos más que un solo mensaje.
Si
hacemos a un lado el mensaje lingüístico, que da la imagen pura (aún cuando las
etiquetas forman parte de ella, a título anecdótico). Esta imagen revela de
inmediato una serie de signos discontinuos. He aquí, en primer término el orden
es indiferente pues estos signos no son lineales) la idea de que se trata, en la
escena representada, del regreso del mercado. Este significado implica a su vez
dos valores eufóricos: el de la frescura de los productos y el de la preparación
puramente casera a que están destinados. Su significante es la red entreabierta
que deja escapar, como al descuido, las provisiones sobre la mesa. Para leer
este primer signo es suficiente un saber que de algún modo está implantado en
los usos de una civilización muy vasta, en la cual se opone al aprovisionamiento
expeditivo (conservas, heladeras, eléctricas) de una civilización más . Hay un
segundo signo casi tan evidente como el anterior; su significante es la reunión
del tomate, del ají y de la tonalidad tricolor (amarillo, verde, rojo) del
afiche. Su significado es Italia, o más bien la italianidad; este signo
está en una relación de redundancia con el signo connotado del mensaje
lingüístico (la asonancia italiana del nombre Panzani). El saber
movilizado por ese signo es ya más particular: es un saber específicamente (los
italianos no podrían percibir la connotación del nombre propio, ni probablemente
tampoco la italianidad del tomate y del ají), fundado en un conocimiento de
ciertos estereotipos turísticos. Si se sigue explorando la imagen (lo que no
quiere decir que no sea completamente clara de entrada), se descubren sin
dificultad por lo menos otros dos signos. En uno, el conglomerado de diferentes
objetos transmite la idea de un servicio culinario total, como si por una parte
Panzani proveyese de todo lo necesario para la preparación de un plato
compuesto, y como si por otra, la salsa de tomate de la lata igualase los
productos naturales que la rodean, ya que en cierto modo la escena hace de
puente entre el origen de los productos y su estado último. En el otro signo, la
composición, que evoca el recuerdo de tantas representaciones pictóricas de
alimentos, remite a un significado estético: es la , o, como mejor lo expresan
otras lenguas, el . (3) El saber necesario es en este caso fuertemente cultural.
Podría sugerirse que a estos cuatro signos se agrega una última información: la
que nos dice, precisamente, que se trata de una imagen publicitaria, y que
proviene, al mismo tiempo, del lugar de la imagen en la revista y de la
insistencia de las etiquetas Panzani (sin hablar de la leyenda). Pero
esta última información es extensiva a la escena; en la medida en que la
naturaleza publicitaria de la imagen es puramente funcional, escapa de algún
modo a la significación: proferir algo no quiere decir necesariamente yo
hablo, salvo en los sistemas deliberadamente reflexivos como la
literatura.
He
aquí, pues, para esta imagen, cuatros signos que consideraremos como formando un
conjunto coherente, pues todos son discontinuos, exigen un saber generalmente
cultural y remiten a significados globales (por ejemplo la italianidad),
penetrados de valores eufóricos. Advertiremos pues, después del mensaje
lingüístico, un segundo mensaje de naturaleza icónica. quivalencia (propia de
los verdaderos sistemas de signos) y posición de una cuasi-identidad. En otras
palabras, el signo de este mensaje no proviene de un depósito institucional, no
está codificado, y nos encontramos así frente a la paradoja (que examinaremos
más adelante) de un mensaje sin código. (4) Esta particularidad aparece
también al nivel del saber requerido para la lectura del mensaje: para
Si
nuestra lectura es correcta, la fotografía analizada nos propone entonces tres
mensajes: un mensaje lingüístico, un mensaje icónico codificado y un mensaje
icónico no codificado. El mensaje lingüístico puede separarse fácilmente de los
otros dos; pero ¿hasta qué punto tenemos derecho de distinguir uno de otro los
dos mensajes que poseen la misma sustancia (icónica)? Es cierto que la
distinción de los dos mensajes no se opera espontáneamente a nivel de la lectura
corriente: el espectador de la imagen recibe al mismo tiempo el mensaje
perceptivo y el mensaje cultural, y veremos más adelante que esta confusión de
lectura corresponde a la función de la imagen de masa (de la cual nos ocupamos
aquí). La distinción tiene, sin embargo, una validez operatoria, análoga a la
que permite distinguir en el signo lingüístico un significante y un significado,
aunque de hecho nunca nadie pueda separar la de su sentido, salvo que se recurra
al metalenguaje de una definición: si la distinción permite describir la
estructura de la imagen de modo coherente y simple y si la descripción así
orientada prepara una explicación del papel de la imagen en la sociedad,
entonces la consideramos justificada. Es preciso pues, volver a examinar cada
tipo de mensaje para explorarlo en su generalidad, sin perder de vista que
tratamos de comprender la estructura de la imagen en su conjunto, es decir, la
relación final de los tres mensajes entre sí. Sin embargo, ya que no se trata de
un análisis sino de una descripción estructural (5), modificaremos ligeramente
el orden de los mensajes, invirtiendo el mensaje cultural y el mensaje literal.
De los dos mensajes icónicos, el primero está de algún modo impreso sobre el
segundo: el mensaje literal aparece como el soporte del mensaje . Ahora
bien, sabemos que un sistema que se hace cargo de los signos de otros sistemas
para convertirlos en sus significantes, es un sistema de connotación. (6)
Diremos pues de inmediato que la imagen literal es denotada, y la imagen
simbólica connotada. De este modo, estudiaremos sucesivamente el mensaje
lingüístico, la imagen denotada y la imagen connotada.
El
mensaje lingüístico
¿Es
constante el mensaje lingüístico? ¿Hay siempre un texto en una imagen o debajo o
alrededor de ella? Para encontrar imágenes sin palabras, es necesario sin duda,
remontarse a sociedades parcialmente analfabetas, es decir a una suerte de
estado pictográfico de la imagen. De hecho, a partir de la aparición del libro,
la relación entre el texto y la imagen es frecuente; esta relación parece haber
sido poco estudiada desde el punto de vista estructural. ¿Cuál es la estructura
significante de la ? ¿Duplica la imagen ciertas informaciones del texto, por un
fenómeno de redundancia, o bien es el texto el que agrega una información
inédita? El problema podría plantearse históricamente con relación a la época
clásica, que tuvo una verdadera pasión por los libros ilustrados (en el siglo
XVIII no podía concebirse que las Fábulas de La Fontaine no tuviesen
ilustraciones), y durante la cual algunos autores como el P. Ménestrier se
plantearon el problema de las relaciones entre la figura y lo discursivo. (7)
Actualmente, a nivel de las comunicaciones de masas, parece evidente que el
mensaje lingüístico esté presente en todas las imágenes: como título, como
leyenda, como artículo de prensa, como diálogo de película, como fumetto.
Vemos entonces que no es muy apropiado hablar de una civilización de la imagen:
somos todavía, y más que nunca, una civilización de la escritura (8), porque la
escritura y la palabra son siempre términos completos de la estructura
informacional. De hecho, sólo cuenta la presencia del mensaje lingüístico, pues
ni su ubicación ni su longitud parecen pertinentes (un texto largo puede no
contener más que un significado global, gracias a la connotación, y es este
significado el que precisamente está relacionado con la imagen). ¿Cuáles son las
funciones del mensaje lingüístico respecto del mensaje icónico (doble)?
Aparentemente dos: de anclaje y de relevo (relais).
Como
lo veremos de inmediato con mayor claridad, toda imagen es polisémica; implica,
subyacente a sus significantes, una de significados, entre los cuales el lector
puede elegir algunos e ignorar los otros. La polisemia da lugar a una
interrogación sobre el sentido, que aparece siempre como una disfunción, aún
cuando la sociedad recupere esta disfunción bajo forma de juego trágico (Dios
mudo no permite elegir entre los signos) o poético (el -pánico- de los antiguos
griegos). Aún en el cine, las imágenes traumáticas están ligadas a una
incertidumbre (a una inquietud) acerca del sentido de los objetos o de las
actitudes. Por tal motivo, en toda sociedad se desarrollan técnicas diversas
destinadas a fijar la cadena flotante de los significados, de modo de
combatir el terror de los signos inciertos: el mensaje lingüístico es una de
esas técnicas. A nivel del mensaje literal, la palabra responde de manera, más o
menos directa, más o menos parcial, a la pregunta: ¿qué es? Ayuda a
identificar pura y simplemente los elementos de la escena y la escena misma: se
trata de una descripción denotada de la imagen (descripción a menudo parcial),
o, según la terminología de Hjelmslev, de una operación (opuesta a la
connotación. (9) La función denominativa corresponde pues, a un anclaje
de todos los sentidos posibles (denotados) del objeto, mediante el empleo de una
nomenclatura. Ante un plato (publicidad Amieux) puedo vacilar en
identificar las formas y los volúmenes; la leyenda () me ayuda a elegir el
nivel de percepción adecuado; me permite acomodar no sólo mi mirada sino
también mi intelección. A nivel del mensaje , el mensaje lingüístico guía no ya
la identificación, sin la interpretación, constituye una suerte de tenaza que
impide que los sentidos connotados proliferen hacia regionales demasiado
individuales (es decir que limite el poder proyectivo de la imagen) o bien hacia
valores disfóricos. Una propaganda (conservas d’Arcy) presenta algunas
frutas diseminadas alrededor de una escalera; la leyenda () aleja un significado
posible (parsimonia, pobreza de la cosecha), porque sería desagradable, y
orienta en cambio la lectura hacia un significado halagüeño (carácter natural y
personal de las frutas del huerto privado). La leyenda actúa aquí como un
contra-tabú, combate el mito poco grato de lo artificial, relacionado por lo
común con las conservas. Es evidente, además, que en publicidad el anclaje puede
ser ideológico, y esta es incluso, sin duda, su función principal: el texto
guía al lector entre los significados de la imagen, le hace evitar
algunos y recibir otros, y a través de un dispatching a menudo sutil, lo
teleguía hacia un sentido elegido con antelación. En todos los casos de anclaje,
el lenguaje tiene evidentemente una función de elucidación, pero esta
elucidación es selectiva. Se trata de un metalenguaje aplicado no a la totalidad
del mensaje icónico, sino tan sólo a algunos de sus signos. El signo es
verdaderamente el derecho de control del creador (y por lo tanto de la sociedad)
sobre la imagen: el anclaje es un control; frente al poder proyectivo de las
figuras, tiene una responsabilidad sobre el empleo del mensaje. Con respecto a
la libertad de los significados de la imagen, el texto tiene un valor
regresivo (10), y se comprende que sea a ese nivel que se ubiquen
principalmente la moral y la ideología de una sociedad.
El
anclaje es la función más frecuente del mensaje lingüístico; aparece por lo
general en la fotografía de prensa y en publicidad. La función de relevo es
menos frecuente (por lo menos en lo referente a la imagen fija); se la encuentra
principalmente en los dibujos humorísticos y en las historietas. Aquí la palabra
(casi siempre un trozo de diálogo) y la imagen están en una relación
complementaria. Las palabras, al igual que las imágenes, son entonces fragmentos
de un sintagma más general, y la unidad del mensaje se cumple en un nivel
superior: el de la historia, de la anécdota, de la diégesis (lo que confirma en
efecto que la diégesis debe ser tratada como un sistema autónomo).(11) Poco
frecuente en la imagen fija, esta palabra -relevo- se vuelve muy importante en
el cine, donde el diálogo no tiene una simple función de elucidación, sino que,
al disponer en la secuencia de mensajes, sentidos que no se encuentran en la
imagen, hace avanzar la acción en forma efectiva. Las dos funciones del mensaje
lingüístico pueden evidentemente coexistir en un mismo conjunto icónico, pero el
predominio de una u otra no es por cierto indiferente a la economía general de
la obra. Cuando la palabra tiene un valor diegético de relevo, la información es
más costosa, puesto que requiere el aprendizaje de un código digital (la
lengua); cuando tiene un valor sustitutivo (de anclaje, de control), la imagen
es quien posee la carga informativa, y, como la imagen es analógica, la
información es en cierta medida más . En algunas historietas, destinadas a una
lectura , la diégesis está confiada principalmente a la palabra ya que la imagen
recoge las informaciones atributivas, de orden paradigmático (el carácter
estereotipado de los personajes). Se hacen coincidir entonces el mensaje
costosos y el mensaje discursivo, de modo de evitar al lector impaciente el
aburrimiento de las verbales, confiadas en este caso a la imagen, es decir a un
sistema menos.
La
imagen denotada.
Hemos
visto que en la imagen propiamente dicha, la distinción entre el mensaje literal
y el mensaje simbólico era operatoria. No se encuentra nunca (al menos en
publicidad) una imagen literal en estado puro. Aún cuando fuera posible
configurar una imagen enteramente , esta se uniría de inmediato al signo de la
ingenuidad y se completaría con un tercer mensaje, simbólico. Las
características del mensaje literal no pueden ser entonces sustanciales, sino
tan sólo relacionales. En primer lugar es, si se quiere, un mensaje privativo,
constituido por lo que queda en la imagen cuando se borran (mentalmente) los
signos de connotación (no sería posible suprimirlos realmente, pues pueden
impregnar toda la imagen, como en el caso de la ); este estado privativo
corresponde naturalmente a una plenitud de virtualidades : se trata de una
ausencia de sentido llena de todos los sentidos; es también (y esto no
contradice aquello) un mensaje suficiente, pues tiene por lo menos un sentido a
nivel de la identificación de la escena representada; la letra de la imagen
corresponde en suma al primer nivel de lo inteligible (más acá de este grado, el
lector no percibiría más que líneas, formas y colores), pero esta
inteligibilidad sigue siendo virtual en razón de su pobreza misma, pues
cualquier persona proveniente de una sociedad real cuenta siempre con un saber
superior al saber antropológico y percibe más que la letra; privativo y
suficiente a la vez, se comprende que en una perspectiva estética el mensaje
denotado pueda aparecer como una suerte de estado adánico de la imagen.
Despojada utópicamente de sus connotaciones, la imagen se volvería radicalmente
objetiva, es decir, en resumidas cuentas, inocente. Este carácter utópico de la
denotación resulta considerablemente reforzado por la paradoja ya enunciada, que
hace que la fotografía (en su estado literal), en razón de su naturaleza
absolutamente analógica, constituya aparentemente un mensaje sin código. Sin
embargo, es preciso especificar aquí el análisis estructural de la imagen, pues
de todas las imágenes sólo la fotografía tiene el poder de transmitir la
información (literal) sin formarla con la ayuda de signos discontinuos y reglas
de transformación. Es necesario pues, oponer la fotografía, mensaje sin código,
al dibujo, que, aún cuando sea un mensaje denotado, es un mensaje codificado. El
carácter codificado del dibujo aparece en tres niveles: en primer lugar,
reproducir mediante el dibujo un objeto o una escena, exige un conjunto de
transposiciones reguladas; la copia pictórica no posee una naturaleza
propia, y los códigos de transposición son históricos (sobre todo en lo
referente a la perspectiva); en segundo lugar, la operación del dibujo (la
codificación) exige de inmediato una cierta división entre lo significante y lo
insignificante: el dibujo no reproduce todo, sino a menudo, muy pocas
cosas, sin dejar por ello de ser un mensaje fuerte. La fotografía, por el
contrario, puede elegir su tema, su marco y su ángulo, pero no puede intervenir
en el interior del objeto (salvo en caso de trucos fotográficos). En
otras palabras, la denotación del dibujo es menos pura que la denotación
fotográfica, pues no hay nunca dibujo sin estilo. Finalmente, como en todos los
códigos, el dibujo exige un aprendizaje (Saussure atribuía una gran importancia
a este hecho semiológico). ¿La codificación del mensaje denotado tiene
consecuencias sobre el mensaje connotado? Es evidente que al establecer una
cierta discontinuidad en la imagen, la codificación de la letra prepara y
facilita la connotación: la de un dibujo ya es una connotación; pero al mismo
tiempo, en la medida en que el dibujo exhibe su codificación, la relación entre
los dos mensajes resulta profundamente modificada; ya no se trata de la relación
entre una naturaleza y una cultura (como en el caso de la fotografía), sino de
la relación entre dos culturas: la del dibujo no es la de la fotografía.
En
efecto, en la fotografía -al menos a nivel del mensaje literal-, la relación
entre los significados y los significantes no es de sino de , y la falta de
código refuerza evidentemente el mito de la fotográfica: la escena está
ahí, captada mecánicamente, pero no humanamente (lo mecánico es en este caso
garantía de objetividad); las intervenciones del hombre en la fotografía
(encuadre, distancia, luz, flou, textura) pertenecen por entero al plano
de la connotación. Es como si el punto de partida (incluso utópico) fuese una
fotografía bruta (de frente y nítida), sobre la cual el hombre dispondría,
gracias a ciertas técnicas, los signos provenientes del código cultural.
Aparentemente, sólo la oposición del código cultural y del no-código natural
pueden dar cuenta del carácter específico de la fotografía y permitir evaluar la
revolución antropológica que ella representa en la historia del hombre, pues el
tipo de conciencia que implica no tiene precedentes. La fotografía instala, en
efecto, no ya una conciencia del estar-allí de la cosa (que cualquier
copia podría provocar, sino una conciencia del haber estado allí. Se
trata de una nueva categoría del espacio-tiempo: local inmediata y temporal
anterior; en la fotografía se produce una conjunción ilógica entre el
aquí y el antes. Es pues, a nivel de este mensaje denotado, o
mensaje sin código, que se puede comprender plenamente la irrealidad real
de la fotografía; su irrealidad es la del aquí, pues la fotografía no se
vive nunca como ilusión, no es en absoluto una presencia; será entonces
necesario hablar con menos entusiasmo del carácter mágico de la imagen
fotográfica. Su realidad es la del haber-estado-allí, pues en toda
fotografía existe la evidencia siempre sorprendente del: aquello sucedió
así:: poseemos pues, milagro precioso, una realidad de la cual estamos a
cubierto. Esta suerte de ponderación temporal (haber-estado-allí)
disminuye probablemente el poder proyectivo de la imagen (muy pocos tests
psicológicos recurren a la fotografía, muchos al dibujo): el aquello fue
denota al soy yo. Si estas observaciones poseen algún grado de exactitud,
habría que relacionar la fotografía con una pura conciencia espectatorial, y no
con la conciencia ficcional, más proyectiva, más , de la cual, en términos
generales, dependería el cine. De este modo, sería lícito ver entre el cine y la
fotografía, no ya una simple diferencia de grado sino una oposición radical: el
cine no sería fotografía animada; en él, el haber-estado-allí
desaparecería en favor de un estar-allí de la cosa. Esto explicaría el
hecho de que pueda existir una historia del cine, sin verdadera ruptura con las
artes anteriores de la ficción, en tanto que, en cierta medida, la fotografía
escaparía a la historia (pese a la evolución de las técnicas y a las ambiciones
del arte fotográfico) y representaría un hecho antropológico , totalmente nuevo
y definitivamente insuperable; por primera vez en su historia la humanidad
estaría frente a mensajes sin código; la fotografía no sería pues, el
último término (mejorado) de la gran familia de las imágenes, sino que
correspondería a una mutación capital de las economías de información.
En
la medida en que no implica ningún código (como en el caso de la fotografía
publicitaria), la imagen denotada desempeña en la estructura general del mensaje
icónico un papel particular que podemos empezar a definir (volveremos sobre este
asunto cuando hayamos hablado del tercer mensaje): la imagen denotada naturaliza
el mensaje simbólico, vuelve inocente el artificio semántico, muy denso
(principalmente en publicidad), de la connotación. Si bien el afiche
Panzani está lleno de símbolos, subsiste en la fotografía una suerte de
estar-allí natural de los objetos, en la medida en que el mensaje literal
es suficiente: la naturaleza parece producir espontáneamente la escena
representada; la simple validez de los sistemas abiertamente semánticos es
reemplazada subrepticiamente por una seudo verdad: la ausencia de código
desintelectualiza el mensaje porque parece proporcionar un fundamento natural a
los signos de la cultura. Esta es sin duda una paradoja histórica importante:
cuanto más la técnica desarrolla la difusión de las informaciones (y
principalmente de las imágenes), tanto mayor es el número de medios que brinda
para enmascarar el sentido construido bajo la apariencia del sentido dado.
Retórica
de la imagen.
Hemos
visto que los signos del tercer mensaje (mensaje , cultural o connotado) eran
discontinuos; aún cuando el significante parece extenderse a toda la imagen, no
deja de ser un signo separado de los otros: la posee un significado estético; se
asemeja en esto a la entonación que, aunque suprasegmental, es un significante
aislado del lenguaje. Estamos pues, frente a un sistema norma, cuyos signos
provienen de un código cultural (aún cuando la relación de los elementos del
signo parezca ser más o menos analógica). Lo que constituye la originalidad del
sistema, es que el número de lecturas de una misma lexia (de una misma imagen)
varía según los individuos: en la publicidad Panzani, anteriormente
analizada, hemos señalado cuatro signos de connotación: es probable que existan
otros (la red puede significar, por ejemplo, la pesca milagrosa, la abundancia,
etc.). Sin embargo, la variación de las lecturas no es anárquica, depende de los
diferentes saberes contenidos en la imagen (saber práctico, nacional, cultural,
estético), y estos saberes pueden clasificarse, constituir una tipología. Es
como si la imagen fuese leída por varios hombres, y esos hombres pueden muy bien
coexistir en un solo individuo: una misma lexia moviliza léxicos
diferentes. ¿Qué es un léxico? Es una porción del plano simbólico (del
lenguaje) que corresponde a un conjunto de prácticas y de técnicas (12); este
es, en efecto, el caso de las diferentes lecturas de la imagen: cada signo
corresponde a un conjunto de : turismo, actividades domésticas, conocimiento del
arte, algunas de las cuales pueden evidentemente faltar a nivel individual. En
un mismo hombre hay una pluralidad y una coexistencia de léxicos: el número y la
identidad de estos léxicos forman de algún modo el idiolecto de cada uno.
(13) La imagen, en su connotación, estaría entonces constituida por una
arquitectura de signos provenientes de léxicos (de idiolectos), ubicados en
distintos niveles de profundidad. Si, como se piensa actualmente, la psique
misma está articulada como un lenguaje, cada léxico, por que sea, está
codificado. O mejor aún, cuanto más se en la profundidad psíquica de un
individuo, tanto mayor es la rarificación de los signos y mayor también la
posibilidad de clasificarlos: ¿hay acaso algo más sistemático que las lecturas
del Rorschach? La variabilidad de las lecturas no puede entonces amenazar la de
la imagen, si se admite que esta lengua está compuesta de idiolectos, léxicos o
sub-códigos: así como el hombre se articula hasta el fondo de sí mismo en
lenguajes distintos, del sentido atraviesa por entero la imagen. La lengua de la
imagen no es sólo el conjunto de palabras emitidas (por ejemplo a nivel del que
combina los signos o crea el mensaje), sino que es también el conjunto de
palabras recibidas: (14) la lengua debe incluir las del sentido.
Otra
dificultad relacionada con el análisis de la connotación, consiste en que a la
particularidad de sus significados no corresponde un lenguaje analítico
particular. ¿Cómo denominar los significados de connotación? Para uno de ellos,
hemos adelantado el término de italianidad, pero los otros no pueden ser
designados más que por vocablos provenientes del lenguaje corriente
(preparación-culinaria, naturaleza-muerta, abundancia): el metalenguaje
que debe hacerse cargo de ellos en el momento del análisis no es especial. Esto
constituye una dificultad, pues estos significados tienen una naturaleza
semántica particular; como sema de connotación, no recubre exactamente en
el sentido denotado; el significante de connotación (en este caso la profusión y
la condensación de los productos) es algo así como la cifra esencial de todas
las abundancias posibles, o mejor dicho, de la idea más pura de la abundancia.
Por el contrario, la palabra denotada no remite nunca a una esencia, pues está
siempre encerrada en que un habla contingente, un sintagma continuo (el del
discurso verbal), orientado hacia una cierta transitividad práctica del
lenguaje. El sema , por el contrario, es un concepto en estado puro, separado de
todo sintagma, privado de todo contexto; corresponde a una suerte de estado
teatral del sentido, o, mejor dicho (puesto que se trata de un signo sin
sintagma), a un sentido expuesto. Para expresar estos semas de
connotación, sería preciso utilizar un metalenguaje particular. Hemos adelantado
italianidad; son precisamente barbarismos de este tipo lo que con mayor
exactitud podrían dar cuenta de los significados de connotación, pues el sufijo
-tas (indoeuropeo -tà) servía para formar, a partir del adjetivo,
un sustantivo abstracto: la italianidad no es Italia, es la esencia
condensada de todo lo que puede ser italiano, de los spaghetti a la pintura. Si
se aceptase regular artificialmente -y en caso necesario de modo bárbaro- la
denominación de los semas de connotación, se facilitaría en análisis de su
forma. (15) Estos semas se organizan evidentemente en campos asociativos, en
articulaciones paradigmáticas, quizás incluso en oposiciones, según ciertos
recorridos, o como dice A. J. Greimas, según ciertos ejes sémicos: (16)
italianidad pertenece a un cierto eje de las nacionalidades, junto a la
francesidad, la germanidad o la hispanidad. La reconstrucción de esos ejes -que
por otra parte pueden más adelante oponerse entre sí- no será sin duda posible
antes de haber realizado un inventario masivo de los sistemas de connotación, no
sólo del de la imagen sino también de los de otras sustancias, pues si bien es
cierto que la connotación posee significantes típicos según las sustancias
utilizadas (imagen, palabras, objetos, comportamientos), pone todos sus
significados en común: encontraremos siempre los mismos significados en el
periodismo, la imagen o el gesto del actor (motivo por el cual la semiología no
es concebible más que en un marco por así decirlo total). Este campo común de
los significados de connotación, es el de la ideología, que no podría ser
sino única para una sociedad y una historia dadas, cualesquiera sean los
significantes de connotación a los cuales recurra.
A
la ideología general corresponden, en efecto, significantes de connotación que
se especifican según la sustancia elegida. Llamaremos connotadores a
estos significantes, y retórica al conjunto de connotadores: la retórica
aparece así como la parte significante de la ideología. Las retóricas varían
fatalmente por su sustancia (en un caso el sonido articulado, en otro la imagen,
el gesto, etc.), pero no necesariamente por su forma. Es incluso probable que
exista una sola forma retórica, común por ejemplo al sueño, a la
literatura y a la imagen. (17) De este modo la retórica de la imagen (es decir
la clasificación de sus connotadores) es específica en la medida en que está
sometida a las exigencias físicas de la visión (diferentes de las exigencias
fonatorias, por ejemplo), pero general en la medida en que las no son más que
relaciones formales de elementos. Si bien esta retórica no puede constituirse
más que a partir de un inventario bastante vasto, puede, sin embargo, preverse
desde ahora que encontraremos en ella algunas de las figuras ya señaladas por
los antiguos y los clásicos. (18) De este modo el tomate significa la
italianidad por metonimia; por otra parte, de la secuencia de tres escenas (café
en grano, café en polvo, café saboreado) se desprende por simple yuxtaposición
una cierta relación lógica comparable al asíndeton. En efecto, es probable que
entre la metábolas (o figuras de sustitución de un significante por otro (19),
la que proporcione a la imagen el mayor número de sus connotadores sea la
metonimia; y entre las parataxis (o figuras del sintagma), la que domine sea el
asíndeton.
Sin
embargo, lo más importante -al menos por ahora- no es hacer el inventario de los
connotadores, sino comprender que en la imagen total ellos constituyen rasgos
discontinuos, o mejor dicho, erráticos. Los connotadores no llenan
toda la lexia, su lectura no la agota. En otras palabras (y esto sería una
proposición válida para la semiología en general), todos los elementos de la
lexia no pueden ser transformados en connotadores, subsiste siempre en el
discurso una cierta denotación, sin la cual el discurso no sería posible. Esto
nos lleva nuevamente al mensaje 2, o imagen denotada. En la propaganda
Panzani, las legumbres mediterráneas, el color, la composición, y hasta
la profusión, surgen como bloques erráticos, al mismo tiempo aislados e
insertados en una escena general que tiene su espacio propio y, como lo hemos
visto, su : están en un sintagma que no es el suyo y que es el de la
denotación. Es esta una proposición importante, pues nos permite fundamentar
(retroactivamente) la distinción estructural entre el mensaje 2 o del mensaje 3
o simbólico, y precisar la función naturalizante de la denotación respecto de la
connotación; sabemos ahora que lo que el sistema del mensaje connotado es el
sintagma del mensaje denotado. En otros términos: la connotación no es más
que sistema, no puede definirse más que en términos de paradigma; la denotación
icónica no es más que sintagma, asocia elementos sin sistema; los connotadores
discontinuos están relacionados, actualizados, a través del sintagma de la
denotación.
Notas
(1)
La descripción de la fotografía está hecha aquí con toda prudencia, pues
ya constituye un metalenguaje. Remitimos al lector a la fotografía que se
reproduce junto a este artículo.
(2)
Llamaremos signo típico al signo de un sistema, en la medida en que está
suficientemente definido por su sustancia: el signo verbal, el signo icónico, el
signo gestual son otros tantos signos típicos.
(3)
En francés, la expresión se refiere a la presencia original de objetos fúnebres,
tales como un cráneo, en ciertos cuadros.
(4)
Cf. , incluido en este volumen, p. 115.
(5)
El análisis es una enumeración de elementos;la descripción estructural quiere
captar la relación de estos elementos en virtud del principio de solidaridad de
los términos de una estructura: si un término cambia, cambian también los
otros.
(6)
Elementos..., pág. 62 de este volumen.
(7)
El arte de los emblemas, 1684.
(8)
La imagen sin palabra se encuentra sin duda, pero a título paradójico, en
algunos dibujos humorísticos; la ausencia de palabra recubre siempre una
intención enigmática.
(9)
Elementos..., IV, págs. 64-65 de este volumen.
(10)
Esto se ve bien en el caso paradójico en que la imagen está construida, según el
texto, y en el cual, por consiguiente, el control parecería inútil. Una
propaganda que quiere dar a entender que en tal café el aroma es del producto en
polvo, y que por consiguiente se lo encontrará intacto en el momento de comenzar
a utilizar el producto, hace figurar por encima del texto un paquete de café
rodeado de una cadena y un candado. en este caso la metáfora lingüística () está
tomada al pie de la letra (procedimiento poético muy corriente); pero en
realidad, lo que primero se lee es la imagen, y el texto que la ha formado se
convierte en la simple selección de un significado entre otros: la represión
aparece en el circuito bajo la forma de una trivialización del mensaje.
(11)
Cf. más arriba el artículo de Claude Bremond.
(12)
Cf.A. J. Greimas, (13) Elementos..., pág. 22 de este volumen.
(14)
Desde el punto de vista saussuariano el habla es sobre todo lo que se emite,
tomándolo de la lengua (y que a su vez la constituye). Hoy en día, es necesario
ampliar la noción de lengua, sobre todo desde el punto de vista semántico: la
lengua es de los mensajes emitidos y recibidos.
(15)
Forma, en el sentido preciso que le da Hielmslev (cf.
Elementos..., p. 62), como organización funcional de los elementos entre
sí.
16)
A. J. Greimas, Cours de Sèmantique, 1964, fascículos mimeografiados por
el École Normale supérieure de Saint-Cloud.
(17)
Cf. E. Benveniste: , en La Psychanalyse, 1, 1956, págs. 3-16.
(18)
La retórica clásica deberá ser repensada en términos estructurales (tal el
objetivo de un trabajo en preparación): entonces será tal vez posible establecer
una retórica general o lingüística de los significantes de connotación, válida
para el sonido articulado, la imagen, el gesto, etc.
(19)
Preferiremos eludir aquí la oposición de Jakobson entre la metáfora y la
metonimia, pues si por su origen la metonimia es una figura de la contigüidad,
no por eso deja finalmente de funcionar como un sustituto del significante, es
decir, como una metáfora.
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