GILLES DELEUZE Y FELIX GUATTARI - Las máquinas deseantes
Ello funciona en todas partes, bien sin parar,
bien discontinuo. Ello respira, ello se calienta, ello come. Ello caga, ello
besa. Qué error haber dicho el ello. En todas partes máquinas, y no
metafóricamente: máquinas de máquinas, con sus acoplamientos, sus conexiones.
Una máquina-órgano empalma con una máquina-fuente: una de ellas emite un flujo
que la otra corta. El seno es una máquina que produce leche, y la boca, una
máquina acoplada a aquélla. La boca del anoréxico vacila entre una máquina de
comer, una máquina anal, una máquina de hablar, una máquina de respirar (crisis
de asma). De este modo, todos «bricoleurs»; cada cual sus pequeñas máquinas. Una
máquina-órgano para una máquina energía, siempre flujos y cortes. El presidente
Schreber tiene los rayos del cielo en el culo. Ano solar. Además, podemos
estar seguros de que ello marcha; el presidente Schreber siente algo, produce
algo, y puede teorizarlo. Algo se produce: efectos de máquina, pero no
metáforas.
El paseo del esquizofrénico es un modelo mejor que
el neurótico acostado en el diván. Un poco de aire libre, una relación con el
exterior. Por ejemplo, el paseo de Lenz reconstituido por Büchner (1). Por completo diferente de los
momentos en que Lenz se encuentra en casa de su buen pastor, que le obliga a
orientarse socialmente, respecto al Dios de la religión, respecto al padre, a la
madre. En el paseo, por el contrario, está en las montañas, bajo la nieve, con
otros dioses o sin ningún dios, sin familia, sin padre ni madre, con la
naturaleza. «¿Qué quiere mi padre? ¿Puede darme algo mejor? Imposible. Dejadme
en paz.» Todo forma máquinas. Máquinas celestes, las estrellas o el arco iris,
máquinas alpestres, que se acoplan con las de su cuerpo. Ruido ininterrumpido de
máquinas. «Creía que se produciría una sensación de infinita beatitud si era
alcanzado por la vida profunda de cualquier forma, si poseía un alma para las
piedras, los metales, el agua y las plantas, si acogía en sí mismo todos los
objetos de la naturaleza, maravillosamente, como las flores absorben el aire con
el crecimiento y la disminución de la luna.» Ser una máquina "clorofílica, o de
fotosíntesis, o por lo menos deslizar el cuerpo como una pieza en tales
máquinas. Lenz se colocó más allá de la distinción hombre-naturaleza, más allá
de todos los puntos de referencia que esta distinción condiciona. No vivió la
naturaleza como naturaleza, sino como proceso de producción. Ya no existe ni
hombre ni naturaleza, únicamente el proceso que los produce a uno dentro del
otro y acopla las máquinas. En todas partes, máquinas productoras o deseantes,
las máquinas esquizofrénicas, toda la vida genérica: yo y no-yo, exterior e
interior ya no quieren decir nada.
Comitiva del paseo del esquizo, cuando los
personajes de Beckett se deciden a salir. En primer lugar hemos de ver cómo su
propio andar variado es asimismo una máquina minuciosa. Y luego la bicicleta:
¿qué relación existe entre la máquina bicicleta-bocina y la máquina madre-ano?
«hablar de bicicletas y de bocinas, qué descanso. Por desgracia, no es de esto
de lo que tengo que hablar ahora, sino de la que me dio a luz, por el ojo del
culo si mal no recuerdo.» A menudo creemos que Edipo es algo sencillo, que está
dado. Sin embargo, no es así: Edipo supone una fantástica represión de las
máquinas deseantes. ¿Por qué, con qué fin? En verdad, ¿es necesario o deseable
someterse a él? ¿Y con qué? ¿Qué poner en el triángulo edípico, con qué
formarlo? La bocina de bicicleta y el culo de mi madre, ¿son el meollo del
asunto? ¿No hay cuestiones más importantes? Dado un efecto, ¿qué máquina puede
producirlo? y dada una máquina, ¿para qué puede servir? Por ejemplo, adivine
usted qué uso tiene una funda de cuchillo a partir de su descripción geométrica.
O bien, ante una máquina completa formada por seis piedras en el bolsillo
derecho de mi abrigo (bolsillo que suministra), cinco en el bolsillo derecho de
mi pantalón, cinco en el bolsillo izquierdo de mi pantalón (bolsillos de
transmisión), y con el último bolsillo del abrigo recibiendo las piedras
utilizadas a medida que las otras avanzan, ¿qué efecto produce este circuito de
distribución en el que la propia boca se inserta como máquina para chupar las
piedras? En este caso, ¿cuál es la producción de voluptuosidad? Al final de
Malone meurt, Mme. Pédale lleva de paseo a los esquizofrénicos, en
charabán, en barco, de pic-nic por la naturaleza: se prepara una máquina
infernal.
Le corps sous la peau est une usine
surchauffée,
el debors,
le malade brille,
il luit, de tous
ses pores,
éclatés (2 )
No pretendemos fijar un polo naturalista de la
esquizofrenia. Lo que el esquizofrénico vive de un modo específico, genérico, no
es en absoluto un polo específico de la naturaleza, sino la naturaleza como
proceso de producción. ¿Qué quiere decir aquí proceso? Es probable que, a un
determinado nivel, la naturaleza se distinga de la industria: por una parte, la
industria se opone a la naturaleza, por otra, saca de ella materiales, por otra,
le devuelve sus residuos, etc. Esta relación distintiva entre hombre-naturaleza,
industria-naturaleza, sociedad-naturaleza, condiciona, hasta en la sociedad, la
distinción de esferas relativamente autónomas que denominaremos «producción»,
«distribución», «consumo». Sin embargo, este nivel de distinciones, considerado
en su estructura formal desarrollada, presupone (como lo demostró Marx), además
del capital y de la división del trabajo, la falsa conciencia que el ser
capitalista necesariamente tiene de sí y de los elementos coagulados de un
proceso de conjunto. Pues en verdad -la brillante y negra verdad que yace en el
delirio-no existen esferas o circuitos relativamente independientes: la
producción es inmediatamente consumo y registro, el registro y el consumo
determinan de un modo directo la producción, pero la determinan en el seno de la
propia producción. De suerte que todo es producción: producciones de
producciones, de acciones y de pasiones; producciones de registros,
de distribuciones y de anotaciones; producciones de consumos, de
voluptuosidades, de angustias y de dolores. De tal modo todo es producción que
los registros son inmediatamente consumidos, consumados, y los consumos
directamente reproducidos (3). Este es el primer sentido de proceso:
llevar el registro y el consumo a la producción misma, convertirlos en las
producciones de un mismo proceso. En segundo lugar, ya no existe la distinción
hombre-naturaleza. La esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del
hombre se identifican en la naturaleza como producción o industria, es decir en
la vida genérica del hombre. La industria ya no se considera entonces en una
relación extrínseca de utilidad, sino. en su identidad fundamental con la
naturaleza como producción del hombre y por el hombre (4). Pero no el hombre
como rey de la creación, sino más bien como el que llega a la vida profunda de
todas las formas o de todos los géneros, como hombre cargado de estrellas y de
los propios animales, que no cesa de empalmar una máquina-órgano a una
máquina-energía, un árbol en su cuerpo, un seno en la boca, el sol en el culo:
eterno encargado de las máquinas del universo. Este es el segundo sentido de
proceso. Hombre y naturaleza no son como dos términos uno frente al otro,
incluso tomados en una relación de causa, de comprensión o de expresión
(causa-efecto, sujeto-objeto, etc.). Son una misma y única realidad esencial del
productor y del producto. La producción como proceso desborda todas las
categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo en tanto que principio
inmanente. Por ello, la producción deseante es la categoría efectiva de una
psiquiatría materialista que enuncia y trata al esquizo como Homo natura.
No obstante, con una condición que constituye el tercer sentido de proceso:
no hay que tomarlo por una finalidad, un fin, ni hay que confundirlo con su
propia continuación hasta el infinito. El fin del proceso, o su continuación
hasta el infinito, que es estrictamente lo mismo que su detención brutal y
prematura, es la causa del esquizofrénico artificial, tal como lo vemos en el
hospital, andrajo autistizado producido como entidad. Lawrence dice del amor:
«Hemos convertido un proceso en una finalidad; el fin de todo proceso no radica
en su propia continuación hasta el infinito, sino en su realización... El
proceso debe tender a su realización, pero no a cierta horrible intensificación,
a cierta horrible extremidad en la que el cuerpo y el alma acaban por perecer»
(5). Lo mismo que para el amor es para la esquizofrenia: no existe ninguna
especificidad ni entidad esquizofrénica, la esquizofrenia es el universo de las
máquinas deseantes productoras y reproductoras, la universal producción primaria
como «realidad esencial del hombre y de la naturaleza».
Las máquinas deseantes son máquinas binarias, de
regla binaria o de régimen asociativo; una máquina siempre va acoplada a otra.
La síntesis productiva, la producción de producción, posee una forma conectiva:
«y», «y además» ... Siempre hay, además de una máquina productora de un flujo,
otra conectada a ella y que realiza un corte, una extracción de flujo (el seno –
la boca). y como la primera a su vez está conectada a otra con respecto a la
cual se comporta como corte o extracción, la serie binaria es lineal en todas
las direcciones. El deseo no cesa de efectuar el acoplamiento de flujos
continuos y de objetos parciales esencialmente fragmentarios y fragmentados, El
deseo hace fluir, fluye y corta. «Me gusta todo lo que fluye, incluso el flujo
menstrual que arrastra los huevos no fecundados... », dice Miller en su canto
del deseo (6). Bolsa de aguas y cálculos del riñón; flujo de cabellos, flujo de
baba, flujo de esperma, de mierda o de orina producidos por objetos parciales,
constantemente cortados por. otros objetos parciales, que a su vez producen
otros flujos, cortados por otros objetos parciales. Todo «objeto» supone la
continuidad de un flujo, todo flujo, la fragmentación del objeto. Sin duda, cada
máquina-órgano interpreta el mundo entero según su propio flujo, según la
energía que le fluye: el ojo lo interpreta todo en términos de ver –el hablar,
el oír, el cagar, el besar... Pero siempre se establece una conexión con otra
máquina, en una transversal en la que la primera corta el flujo de la otra o
«ve» su flujo cortado por la otra.
Por lo tanto, el acoplamiento de la síntesis
conectiva, objeto parcial-flujo, posee además otra forma, producto-producir. El
producir siempre está injertado en el producto; por ello, la producción deseante
es producción de producción, como toda máquina, máquina de máquina. No podemos
contentarnos con la categoría idealista de expresión. No podemos, no deberíamos
pensar en describir el objeto esquizofrénico sin vincularlo al proceso de
producción. Los Cabiers de l'art brut son su demostración viviente (y a
la vez niegan que haya una entidad del esquizofrénico). Así, Henri Michaux
describe una mesa esquizofrénica en función de un proceso de producción (el del
deseo): «Desde el momento que uno la notaba, continuaba ocupando la mente.
Incluso continuaba no se qué, sin duda su propio quehacer... Lo que sorprendía
era que, sin ser simple, tampoco era verdaderamente compleja, compleja de
entrada o de intención o de plan complicado. Más bien se desimplificaba a medida
que era trabajada... Tal como estaba era una mesa de añadidos, al igual que
algunos dibujos de esquizofrénicos llamados abarrotados, y si estaba terminada
era en la medida en que ya no había forma de añadir nada; mesa que se había ido
convirtiendo en amontonamiento, dejando de ser mesa... No era apropiada para
ningún uso, para nada de lo que se espera de una mesa. Pesada, voluminosa,
apenas era transportable. Uno no sabía como cogerla (ni mental, ni manualmente).
El tablero, la parte útil de la mesa, progresivamente reducido, desaparecía, y
tenía tan poca relación con el voluminoso armazón, que uno ya no pensaba en el
conjunto como una mesa, sino como un mueble aparte, un instrumento desconocido
cuyo empleo se ignoraba. Mesa deshumanizada, que no tenía ningún acomodo, que no
era burguesa, ni rústica, ni de campaña, ni de cocina, ni de trabajo. Que no se
prestaba a nada, que se protegía, que rechazaba todo servicio, toda
comunicación. En ella había algo aterrado, petrificado. Se hubiera podido pensar
en un motor parado» (7). El
esquizofrénico es el productor universal. Aquí no es posible distinguir entre el
producir y su producto. El objeto producido se lleva su aquí en un nuevo
producir. La mesa continúa su «propio quehacer». El armazón se come el tablero.
La no-terminación de la mesa es un imperativo de producción. Cuando Lévi-Strauss
define el «bricolage», propone un conjunto de caracteres bien engarzados: la
posesión de un stock o de un código múltiple, heteróclito y sin embargo
limitado; la capacidad de introducir los fragmentos en fragmentaciones siempre
nuevas; de lo que se desprende una indiferencia del producir y del producto, del
conjunto instrumental y del conjunto a realizar (8). La satisfacción del «bricoleur» cuando
acopla algo a una conducción eléctrica, cuando desvía un conducto de agua, no
podría explicarse mediante un juego de «papá-mamá» o mediante un placer de.
transgresión. La regla de producir siempre el producir, de incorporar el
producir al producto, es la característica de las máquinas descantes o de la
producción primaria: producción de producción. Un cuadro de Richard Lindner,
Boy with Machine, muestra un enorme y turgente niño que ha injertado y
hace funcionar una de sus pequeñas máquinas deseantes sobre una gran máquina
social técnica (pues, como veremos, también esto es cierto con respecto al
niño).

El producir, un producto, una identidad producto-producir... Precisamente es esta identidad la que forma un tercer término en la serie lineal: un enorme objeto no diferenciado. Todo se detiene un momento, todo se paraliza (luego todo volverá a empezar). En cierta manera, sería mejor que nada marcharse, que nada funcionase. No haber nacido, salir de la rueda de los nacimientos; ni boca para mamar, ni ano para cagar. ¿Estarán las máquinas suficientemente estropeadas, sus piezas suficientemente sueltas como para entregarse y entregarnos a la nada? Se diría que los flujos de energía todavía están demasiado ligados, que los objetos todavía son demasiado orgánicos. Un puro fluido en estado libre y sin cortes, resbalando sobre un cuerpo lleno. Las máquinas deseantes nos forman un organismos pero en el seno de esta producción, en su producción misma, el cuerpo sufre por ser organizado de este modo, por no tener otra organización, o por no tener ninguna organización. «Una parada incomprensible y por completo recta» en medio del proceso, como tercer tiempo: «Ni boca. Ni lengua. Ni dientes. Ni laringe. Ni esófago. Ni vientre. Ni ano.» Los autómatas se detienen y dejan subir la masa inorganizada que articulaban. El cuerpo lleno sin órganos es lo improductivo, lo estéril, lo engendrado, lo inconsumible. Antonin Artaud lo descubrió, allí donde estaba, sin forma y sin rostro. Instinto de muerte, éste es su nombre, y la muerte no carece de modelo. Pues el deseo también desea esto, es decir, la muerte, ya que el cuerpo lleno de la muerte es su motor inmóvil, del mismo modo como desea la vida, ya que los órganos de la vida son la working machine. No nos preguntaremos como pueden funcionar juntos: esta cuestión incluso es el producto de la abstracción. Las máquinas deseantes no funcionan más que estropeadas, estropeándose sin cesar. El presidente Schreber «durante largo tiempo vivió sin estómago, sin intestinos, casi sin pulmones, el esófago desgarrado, sin vejiga, las costillas molidas; a veces se había comido parte de su propia laringe... ». El cuerpo sin órganos es lo improductivo; y sin embargo, es producido en el lugar adecuado y a su hora en la síntesis conectiva, como la identidad del producir y del producto (la mesa esquizofrénica es un cuerpo sin órganos). El cuerpo sin órganos no es el testimonio de una nada original, como tampoco es el resto de una totalidad perdida. Sobre todo, no es una proyección; no tiene nada que ver con el cuerpo propio, o con una imagen del cuerpo. Es el cuerpo sin imágenes. El, lo improductivo, existe allí donde es producido, en el tercer tiempo de la serie binaria-lineal. Perpetuamente es reinyectado en la producción. El cuerpo catatónico es producido en el agua del baño. El cuerpo lleno sin órganos pertenece a la antiproducción; no obstante, una característica de la síntesis conectiva o productiva consiste también en acoplar la producción a la antiproducción, a un elemento de antiproducción.
* * *
Entre las máquinas deseantes y el cuerpo sin
órganos se levanta un conflicto aparente. Cada conexión de máquinas, cada
producción de máquina, cada ruido de máquina se vuelve insoportable para el
cuerpo sin órganos. Bajo los órganos siente larvas y gusanos repugnantes, y la
acción de un Dios que lo chapucea o lo ahoga al organizarlo. «El cuerpo es el
cuerpo / está solo / y no necesita órganos / el cuerpo nunca es un organismo /
los organismos son los enemigos del cuerpo» (9). Tantos clavos en su carne, tantos
suplicios. A las máquinas-órganos, el cuerpo sin órganos opone su superficie
resbaladiza, opaca y blanda. A los flujos ligados, conectados y recortados,
opone su fluido amorfo indiferenciado. A las palabras fonéticas, opone soplos y
gritos que son como bloques inarticulados. Creemos que éste es el sentido de la
represión llamada originaria o primaria: no es una «contracatexis», es esta
repulsión de las máquinas deseantes por el cuerpo sin órganos. y esto es
lo que significa la máquina paranoica, la acción de efracción de las máquinas
deseantes sobre el cuerpo sin órganos, y la reacción repulsiva del cuerpo sin
órganos que las siente globalmente como aparato de persecución. Por tanto, no
podemos seguir a Tausk cuando ve en la máquina paranoica una simple proyección
del «propio cuerpo» y de los órganos genitales.10 La génesis de la
máquina tiene lugar sobre el propio terreno, en la oposición entre el proceso de
producción de las máquinas deseantes y la detención improductiva del cuerpo sin
órganos. Dan fe de ello el carácter anónimo de la máquina y la indiferenciación
de su superficie. La proyección no interviene más que de forma secundaria, lo
mismo que la contracatexis, en la medida en que el cuerpo sin órganos carga un
contra-interior o un contra-exterior, bajo la forma de un órgano perseguidor o
de un agente exterior de persecución. La máquina paranoica es en sí un avatar de
las máquinas deseantes: es el resultado de la relación de las máquinas deseantes
con el cuerpo sin órganos, en tanto que éste ya no puede
soportarlas.
Sin embargo, si queremos tener una idea de las
fuerzas posteriores del cuerpo sin órganos en el proceso no interrumpido,
debemos pasar por un paralelo entre la producción deseante y la producción
social. Un paralelo tal sólo es fenomenológico; no prejuzga para nada ni la
naturaleza ni la relación de las dos producciones, ni siquiera prejuzga la
cuestión de saber si efectivamente existen dos producciones. Lo que
ocurre, simplemente, es que las formas de producción social también implican una
pausa improductiva inengendrada, un elemento de antiproducción acoplado al
proceso, un cuerpo lleno determinado como socias. Este puede ser el
cuerpo de la tierra, o el cuerpo despótico, o incluso el capital. De él dice
Marx: no es el producto del trabajo, sino que aparece como su presupuesto
natural o divino. En efecto, no se contenta con oponerse a las fuerzas
productivas mismas. Se vuelca sobre toda la producción, constituye una
superficie en la que se distribuyen las fuerzas y los agentes de producción, de
tal modo que se apropia del excedente de producción y se atribuye el conjunto y
las partes del proceso que ahora parecen emanar de él como de una cuasi-causa.
Fuerzas y agentes se convierten en su poder bajo una forma milagrosa, parecen
milagroseados por él. En una palabra, el socius como cuerpo lleno forma
una superficie en la que se registra toda la producción que a su vez parece
emanar de la superficie de registro. La sociedad construye su propio delirio al
registrar el proceso de producción; pero no es un delirio de la conciencia, más
bien la falsa conciencia es verdadera conciencia de un falso movimiento,
verdadera percepción de un movimiento objetivo aparente, verdadera percepción
del movimiento que se produce sobre la superficie de registro. El-capital es el
cuerpo sin órganos del capitalista, o más bien del ser capitalista. Pero como
tal, no es sólo substancia fluida y petrificada del dinero, es lo que va a
proporcionar a la esterilidad del dinero la forma bajo la cual éste produce a su
vez dinero. Produce la plusvalía, como el cuerpo sin órganos se reproduce a sí
mismo, brota y se extiende hasta los confines del universo. Carga la máquina de
fabricar con una plusvalía relativa, a la vez que se encarna en ella como
capital fijo. y sobre el capital se enganchan las máquinas y los agentes, hasta
el punto que su propio funcionamiento parece milagrosamente producido por aquél.
Todo parece (objetivamente) producido por el capital en tanto que cuasi-causa.
Como dice Marx, al principio los capitalistas tienen necesariamente
conciencia. de la oposición entre el trabajo y el capital, y del uso del capital
como medio para arrebatar el excedente de trabajo. Sin embargo, a la vez que se
instaura rápidamente un mundo perverso embrujado, el capital desempeña el papel
de superficie de registro en la que recae toda la producción (proporcionar la
plusvalía, o realizarla, éste es el derecho de registro). «A medida que la
plusvalía relativa se desarrolla en el sistema específicamente capitalista y que
la productividad social del trabajo crece, las fuerzas productivas y las
conexiones sociales del trabajo parecen separarse del proceso productivo,
pasando del trabajo al capital. De este modo, el capital se convierte en un ser
muy misterioso, pues todas las fuerzas productivas parecen nacer en su seno y
pertenecerle» 11. En este caso, lo específicamente capitalista es el
papel del dinero y el uso del capital como cuerpo lleno para formar la
superficie de inscripción o de registro. Sin embargo, cualquier cuerpo lleno,
cuerpo de la tierra o del déspota, una superficie de registro, un movimiento
objetivo aparente, un mundo perverso embrujado y fetichista, pertenecen a todos
los tipos de sociedad como constante de la reproducción social.
El cuerpo sin órganos se vuelca sobre la
producción deseante, y la atrae, y se la apropia. Las máquinas-órganos se le
enganchan como sobre un chaleco de floretista, o como medallas sobre el jersey
de un luchador que avanza balanceándolas. Una máquina de atracción sucede, puede
suceder, a la máquina repulsiva: una máquina milagrosa después de la máquina
paranoica. Pero, ¿qué quiere decir «después»? Las dos coexisten, y el humor
negro no se encarga de resolver las contradicciones, sino de lograr que no las
haya, que nunca las haya habido. El cuerpo sin órganos, lo improductivo, lo
inconsumible, sirve de superficie para el registro de todos los procesos de
producción del deseo, de tal modo que las máquinas deseantes parece que emanan
de él en el movimiento objetivo aparente que les relaciona. Los órganos son
regenerados, enmilagrados, sobre el cuerpo del presidente Schreber que atrae
sobré sí los rayos de Dios. Sin duda, la antigua máquina paranoica subsiste bajo
la forma de voces burlonas que intentan «eliminar el milagro» de los órganos y
principalmente el ano del presidente. No obstante, lo esencial radica en el
establecimiento de una superficie encantada de inscripción o de registro que se
atribuye todas las fuerzas productivas y los órganos de producción, y que actúa
como cuasi-causa, comunicándoles el movimiento aparente (el fetiche). Totalmente
cierto es que el esquizo hace economía política y que toda la sexualidad es
asunto de economía.
Sólo que la producción no se registra del mismo
modo que se produce. O más bien no se reproduce en el movimiento objetivo
aparente del mismo modo como se producía en el proceso de constitución. Lo que
ocurre es que insensiblemente hemos pasado a un dominio de la producción de
registro, cuya ley no es la misma que la de la producción de producción. La ley
de esta última era la síntesis conectiva o acoplamiento. Pero cuando las
conexiones productivas pasan de las máquinas a los cuerpos sin órganos
(como del trabajo al capital), parece que pasan a depender de otra ley que
expresa una distribución con respecto al elemento no productivo en tanto
que «presupuesto natural o divino» (las disyunciones del capital). Las máquinas
se enganchan al cuerpo sin órganos como puntos de disyunción entre los que se
teje toda una red de nuevas síntesis que cuadriculan la superficie. El «ya...
ya» esquizofrénico releva al «y además»: cualesquiera que sean los dos órganos
considerados, la manera como se enganchan sobre el cuerpo sin órganos debe ser
tal que todas las síntesis disyuntivas entre ambos vengan a ser lo mismo sobre
la superficie resbaladiza. Mientras que el «o bien» pretende señalar elecciones
decisivas entre términos impermutables (alternativa), el «ya» designa el sistema
de permutaciones posibles entre diferencias que siempre vienen a ser lo mismo al
desplazarse, al deslizarse. Así por ejemplo, para la boca que habla o para los
pies que andan: «Solía detenerse sin decir nada. Ya porque no tuviera nada que
decir. Ya porque a pesar de tener algo que decir renunciase finalmente a
decirlo... Otros casos principales se presentan a la mente. Comunicación
continua inmediata con nueva partida inmediata. Lo mismo con nueva partida
retardada. Comunicación continua retardada con nueva partida inmediata. Lo mismo
con nueva partida retardada. Comunicación discontinua inmediata con nueva
partida inmediata. Lo mismo con nueva partida retardada. Comunicación
discontinua retardada con nueva partida inmediata. Lo mismo con nueva partida
retardada» 12. Es de este modo que el esquizofrénico, poseedor del
capital más raquítico y más conmovedor, como por ejemplo las propiedades de
Malone, escribe sobre su cuerpo la letanía de las disyunciones y se construye un
mundo de paradas en el que la más minúscula permutación se considera que
responde a la nueva situación o al interpelador indiscreto. La síntesis
disyuntiva de registro, por lo tanto, viene a recubrir las síntesis conectivas
de producción. El proceso como proceso de producción se prolonga en
procedimiento como procedimiento de inscripción. O mejor, si llamamos libido
al «trabajo» conectivo de la producción deseante, debemos decir que una
parte de esta energía se transforma en energía de inscripción disyuntiva
(Numen). Transformación energética. Pero, ¿por qué llamar divina, o
Numen, a la nueva forma de energía a pesar de todos los equívocos soliviantados
por un problema del inconsciente que no es religioso más que en apariencia? El
cuerpo sin órganos no es Dios, sino todo lo contrario. Sin embargo, es divina la
energía que le recorre, cuando atrae a toda la producción y le sirve de
superficie encantada y milagrosa, inscribiéndola en todas sus disyunciones. De
ahí las extrañas relaciones que Schreber mantiene con Dios. Al que pregunta
¿cree usted en Dios? debemos responder de un modo estrictamente kantiano o
schreberiano: seguro, pero sólo como señor del silogismo disyuntivo, como
principio a priori de este silogismo (Dios define la Omnitudo
realitatis de la que todas las realidades derivadas surgen por
división).
Por tanto, sólo es divino el carácter de una
energía de disyunción. Lo divino de Schreber es inseparable de las disyunciones
en las que sé divide él mismo: imperios anteriores, imperios posteriores;
imperios posteriores de un Dios superior, y de un Dios inferior. Freud señaló
con insistencia la importancia de estas síntesis disyuntivas en el delirio de
Schreber en particular, pero también en el delirio en general. «Una división de
este tipo es por completo característica de las psicosis paranoicas. Estas
dividen mientras que la histeria condensa. O más. bien, estas psicosis
resuelven de nuevo en sus elementos las condensaciones y las identificaciones
realizadas en la imaginación inconsciente» 13. Pero, ¿por qué añade
Freud, con reflexión ya hecha, que la neurosis histérica es primera y que las
disyunciones no se obtienen mas que por proyección de un condensado primordial?
Sin duda, porque ésta es una manera de mantener los derechos de Edipo en el Dios
del delirio y en el registro esquizo-paranoico. Es por esta razón por la que
sobre este problema debemos plantear la pregunta más general: ¿el registro del
deseo pasa por los términos edípicos? Las disyunciones son la forma de la
genealogía descante: pero, ¿esta genealogía es edípica, se inscribe en el
triángulo de Edipo? ¿Es Edipo una exigencia o una consecuencia de la
reproducción social, en tanto que esta última se propone domesticar una materia
y una forma genealógicas que se escapan por todos los lados? Pues es por
completo cierto que el esquizo es interpelado, y que no deja de serlo.
Precisamente porque su relación con la naturaleza no es un polo específico, es
interpelado con los términos del código social en vigor: ¿tu nombre, tu padre,
tu madre? Durante sus ejercicios de producción deseante, Molloy es interpelado
por un policía: «Usted se llama Molloy, dijo el comisario. Sí, dije, acabo de
acordarme. ¿Y su mamá?, dijo el comisario. Yo no comprendía. ¿También se llama
Molloy?, dijo el comisario. ¿Se llama Molloy?, dije yo. Sí, dijo el comisario.
Yo reflexioné. Usted se llama Molloy, dijo el comisario. Sí, dije yo. ¿Y su
mamá?, dijo el comisario, ¿también se llama Molloy? Yo reflexioné.» No podemos
decir que el psicoanálisis sea muy innovador en este aspecto: continúa
planteando sus cuestiones y desarrollando sus interpretaciones desde el fondo
del triángulo edípico, incluso cuando ve que los fenómenos llamados psicóticos
desbordan este marco de referencia. El psicoanálisis dice que debemos
descubrir al papá bajo el Dios superior de Schreber, y ¿por qué no al
hermano mayor bajo el Dios inferior? Ora el esquizofrénico se impacienta y pide
que se le deje tranquilo. Ora entra en el juego, incluso lo exagera, con la
libertad de poder reintroducir sus propios puntos de referencia en el modelo que
se le propone y que desde el interior hace estallar (sí, es mi madre, pero mi
madre es la Virgen). Nos imaginamos al presidente Schreber respondiendo a Freud:
claro que sí, los pájaros parlantes son muchachas, y el Dios superior es papá, y
el Dios inferior, mi hermano. Pero a la chita callando vuelve a embarazar a las
muchachas con todos los pájaros parlantes, y a su padre con el Dios superior, y
a su hermano con el Dios inferior, formas divinas que se complican o más bien
«se desimplifican» a medida que se abren camino bajo los términos y funciones
demasiado simples del triángulo edípico.
Je ne crois a ni pére
ni mere
Ja na pas à papa-mama *
La producción descante forma un sistema
lineal-binario. El cuerpo lleno se introduce en la serie como tercer término,
pero sin romper su carácter: 2, 1, 2, 1... La serie es por completo rebelde a
una transcripción que la obligaría a pasar (y la amoldaría) por una figura
específicamente ternaria y triangular como la de Edipo. El cuerpo lleno sin
órganos es producido como Antiproducción, es decir, no interviene como tal más
que .para recusar toda tentativa de triangulación que implique una producción
parental. ¿Cómo queremos que sea producido por padres ése que da fe de su
auto-producción, de su engendramiento por sí mismo? Es sobre él, allí donde
está, que el Numen se distribuye-y que las disyunciones se establecen
independientemente de cualquier proyección. Si, he sido mi padre y he sido mi
hijo. «Yo, Antonin Artaud, soy mi hijo, mi padre, mi madre y yo.» El esquizo
dispone de modos de señalización propios, ya que dispone en primer lugar de un
código de registro particular que no coincide con el código social o que sólo
coincide para parodiarlo. El código delirante, o descante, presenta una
extraordinaria fluidez. Se podría decir que el esquizofrénico pasa de un código
a otro, que mezcla todos los códigos, en un deslizamiento rápido,
siguiendo las preguntas que le son planteadas, variando la explicación de un día
para otro, no invocando la misma genealogía, no registrando de la misma manera
el mismo acontecimiento, incluso aceptando, cuando se le impone y no está
irritado, el código banal edípico, con el riesgo de atiborrarlo con todas las
disyunciones que este código estaba destinado a excluir. Los dibujos de Adolf
Wölfli ponen en escena relojes, turbinas, dinamos, máquinas-celestes,
máquinas-edificios, etc. y su producción se realiza de forma conectiva, yendo de
la orilla al centro por capas o sectores sucesivos. Sin embargo, las
«explicaciones» que une, y que cambia según su estado de humor, apelan a series
genealógicas que constituyen el registro del dibujo. Además, el registro se
vuelca sobre el propio dibujo, bajo la forma de líneas de «catástrofe» o de
«caída» que son otras tantas disyunciones envueltas en espirales 14.
El esquizo vuelve a caer sobre sus pies siempre vacilantes, por la simple razón
de que es lo mismo en todos lados, en todas las disyunciones. Por más que las
máquinas órganos se enganchen al cuerpo sin órganos, éste no deja de
permanecer sin órganos y no se convierte' en un organismo en el sentido habitual
de la palabra. Mantiene su carácter fluido y resbaladizo. Del mismo modo, los
agentes de producción se colocan sobre el cuerpo de Schreber, se cuelgan de este
cuerpo, como los rayos del cielo que atrae y que contienen millares de pequeños
espermatozoides. Rayos, pájaros, voces, nervios entran en relaciones permutables
de genealogía compleja con Dios y las formas divididas de Dios. Sin embargo,
todo ocurre y se registra sobre el cuerpo sin órganos, incluso las cópulas de
los agentes, incluso las divisiones de Dios, incluso las genealogías
cuadriculantes y sus permutaciones. Todo permanece sobre este cuerpo increado
como los piojos en las melenas del león.
* * *
Según el sentido de la palabra «proceso», el
registro recae sobre la producción, pero la propia producción de registro es
producida por la producción de producción. Del mismo modo, el consumo es la
continuación del registro, pero la producción de consumo es producida por y en
la producción de registro. Ocurre que sobre la superficie de inscripción se
anota algo que pertenece al orden de un sujeto. De un extraño sujeto, sin
identidad fija, que vaga sobre el cuerpo sin órganos, siempre al lado de las
máquinas deseantes, definido por la parte que toma en el producto, que recoge en
todo lugar la prima de un devenir o de un avatar, que nace de los estados que
consume y renace en cada estado. «Luego soy yo, es a mí... » Incluso sufrir,
como dice Marx, es gozar de uno mismo. Sin duda, toda producción deseante ya es
de un modo inmediato consumo y consumación, por tanto, «voluptuosidad». Sin
embargo, todavía no lo es para un sujeto que no puede orientarse más que a
través de las disyunciones de una superficie de registro, en los restos de cada
división. El presidente Schreber, siempre él, es plenamente consciente de ello;
existe una tasa constante de goce cósmico, de tal modo que Dios exige encontrar
la voluptuosidad en Schreber, aunque sea al precio de una transformación de
Schreber en mujer. Sin embargo, el presidente no experimenta mas que una parte
residual de esta voluptuosidad, como salario de sus penas o como prima por
convertirse en mujer. «Es mi deber ofrecer a Dios este goce; y si, haciéndolo
así, me cae en suerte algo de placer sensual, me siento justificado para
aceptarlo, en concepto de ligera compensación por el exceso de sufrimientos y
privaciones que he padecido desde hace tantos años.» Del mismo modo como una
parte de la libido en tanto que energía de producción se ha transformado en
energía de registro (Numen), una parte de ésta se transforma en energía de
consuma (Voluptas). Esta energía residual es la que anima la tercera
síntesis del inconsciente, la síntesis conjuntiva del «luego es...» o producción
de consumo.
Debemos considerar cómo se forma esta síntesis o
cómo es producido el sujeto. Partíamos de la oposición entre las máquinas
deseantes y el cuerpo sin órganos. Su repulsión, tal como aparecía en la máquina
paranoica de la represión originaria, daba lugar a una atracción en la máquina
milagrosa. Sin embargo, entre la atracción y la repulsión persiste la oposición.
Parece que la reconciliación efectiva sólo puede realizarse al nivel de una
nueva máquina que funcionase como «retorno de lo reprimido». Que tal
reconciliación exista o pueda existir es por completo evidente. De Robert Gie,
el excelente dibujante de máquinas paranoicas eléctricas, se nos dice sin más
precisión: «Parece que, a falta de poderse librar de estas corrientes que le
atormentaban, ha acabado por tomar su partido, exaltándose al figurárselas en su
victoria total, en su triunfo.» 15 Freud señala, más específicamente,
la importancia del cambio de la enfermedad en Schreber, cuando éste se
reconcilia con su devenir-mujer y se lanza a un proceso de autocuración. que le
conduce a la identidad Naturaleza-Producción (producción de una nueva
humanidad). Schreber se encuentra encerrado en una actitud y un aparato de
travestí, en un momento en el que está prácticamente curado y ha recobrado todas
sus facultades: «A veces me encuentro ante el espejo, o en algún otro lugar,
adornado con preseas femeninas (lazos, collares, etc.). Pero esto sucede
únicamente hallándome sólo...» Tomemos el nombre de «máquina célibe» para
designar esta máquina que sucede a la máquina paranoica y a la máquina
milagrosa, y que forma una nueva alianza entre las máquinas deseantes y el
cuerpo sin órganos, para el nacimiento de una nueva humanidad o de un organismo
glorioso. Viene a ser lo mismo decir que el sujeto es producido como un resto,
al lado de las máquinas descantes, o que él mismo se confunde con esta tercera
máquina productiva y la reconciliación residual que realiza: síntesis conjuntiva
de consumo bajo la forma fascinada de un «!Luego era eso!».
Michel Carrouges aisló, bajo el nombre de
«máquinas célibes», un cierto número de máquinas fantásticas que descubrió en la
literatura. Los ejemplos que invoca son muy variados y a simple vista parece que
no pueden situarse bajo una misma categoría; la Mariée mise a nu ... de
Duchamp, la máquina de La Colonia penitenciaria de Kafka, las máquinas de
Raymond Roussel, las del Surreále de Jarry, algunas máquinas de Edgar
Poe, la Eve future de Villiers, etc. 16 Sin embargo, los
rasgos que crean la unidad, de importancia variable según el ejemplo
considerado, son los siguientes; en primer lugar, la máquina célibe da fe de una
antigua máquina paranoica, con sus suplicios, sus sombras, su antigua Ley. No
obstante, no es una máquina paranoica. Todo la diferencia de esta última, sus
mecanismos, carro, tijeras, agujas, imanes, radios. Hasta en los suplicios o en
la muerte que provoca, manifiesta algo nuevo, un poder solar. En segundo lugar,
esta transfiguración no puede explicarse por el carácter milagroso que la
máquina debe a la inscripción que encierra, aunque efectivamente encierre las
mayores inscripciones (cf. el registro colocado por Edison en la Eva futura).
Existe un consumo actual de la nueva máquina, un placer que podemos, calificar
de auto-erótico o más bien de automático en el que se contraen las nupcias de
una nueva alianza, nuevo nacimiento, éxtasis deslumbrante como si el erotismo
liberase otros poderes ilimitados.
La cuestión se convierte en: ¿qué produce la
máquina célibe? ¿qué se produce a través de ella? La respuesta parece que es;
cantidades intensivas. Hay una experiencia esquizofrénica de las cantidades
intensivas en estado puro, en un punto casi insoportable –una miseria y una
gloria célibes sentidas en el punto más alto, como un clamor suspendido entre la
vida y la muerte, una sensación de paso intensa, estados de intensidad pura y
cruda despojados de su figura y de su forma. A menudo se habla de las
alucinaciones y del delirio; pero el dato alucinatorio (veo, oigo) y el dato
delirante (pienso ... ) presuponen un Yo siento más profundo, que
proporcione a las alucinaciones su objeto y al delirio del pensamiento su
contenido. Un «siento que me convierto en mujer», «que me convierto en Dios»,
etc., que no es ni delirante ni alucinatorio, pero que va a proyectar la
alucinación o a interiorizar el delirio. Delirio y alucinación son secundarios
con respecto a la emoción verdaderamente primaria que en un principio no siente
más que intensidades, devenires, pasos 17. ¿De dónde proceden estas
intensidades puras? Proceden de las dos fuerzas precedentes, repulsión y
atracción, y de la oposición entre estas dos fuerzas. No es que las propias
intensidades estén en oposición unas con otras y se equilibren alrededor de un
estado neutro. Por el contrario, todas son positivas a partir de la intensidad =
0 que designa el cuerpo lleno sin órganos. y forman caídas o alzas relativas
según su relación compleja y según la proporción de atracción y repulsión que
entra en su juego. En una palabra, la oposición entre las fuerzas de atracción y
repulsión produce una serie abierta de elementos intensivos, todos positivos,
que nunca expresan el equilibrio final de un sistema, sino un número ilimitado
de estados estacionarios y metastásicos por los que un sujeto pasa.
Profundamente esquizoide es la teoría kantiana que dice que las cantidades
intensivas llenan la materia sin vacío en diversos grados. Siguiendo la
doctrina del presidente Schreber, la atracción y la repulsión
producen intensos estados de nervios que llenan el cuerpo sin órganos
en diversos grados, por los que pasa el sujeto-Schreber, convirtiéndose en
mujer, convirtiéndose en muchas más cosas siguiendo un círculo de eterno
retorno. Los senos sobre el torso desnudo' del presidente no son ni delirantes
ni alucinatorios; en primer lugar, designan una banda de intensidad, una zona de
intensidad sobre su cuerpo sin órganos. El cuerpo sin órganos es un huevo: está
atravesado por ejes y umbrales, latitudes, longitudes, geodésicas, está
atravesado por gradientes que señalan los devenires y los cambios del que
en él se desarrolla. Aquí nada, es representativo. Todo es vida y vivido: la
emoción vivida de los senos no se parece a los senos, no los representa, del
mismo modo como una zona predestinada en el huevo no se parece al órgano que de
allí va a surgir. Sólo bandas de intensidad, potenciales, umbrales y gradientes.
Experiencia desgarradora, demasiado conmovedora, mediante la cual el esquizo es
el que está más cerca de la materia, de un centro intenso y vivo de la materia:
«esta emoción situada fuera del punto particular donde la mente la busca ...
esta emoción que devuelve a la mente el sonido turbador de la materia, toda el
alma corre por ella y pasa por su fuego ardiente» 18.
¿Cómo nos hemos podido figurar al esquizo como
este andrajo autista, separado de lo real y de la vida? Peor aún: ¿cómo ha
podido la psiquiatría convertirlo en este andrajo, cómo ha podido reducirlo a
este estado de un cuerpo sin órganos ya muerto -a ése. que se instalaba en este
punto insoportable donde la mente toca la materia y vive sus momentos de
intensidad, y la consume? Además, ¿no sería preciso relacionar esta pregunta con
otra, en apariencia muy diferente: qué hace el psicoanálisis para reducir, esta
vez al neurótico, a una pobre criatura que consume eternamente el papá-mamá, y
nada más? ¿Cómo ha podido ser reducida la síntesis conjuntiva del "!Luego era
eso!", "!Luego soy yo! " el eterno y triste descubrimiento de Edipo, "Luego es
mi padre, luego es mi madre..."? Todavía no podemos responder a estas
cuestiones. Tan sólo vemos hasta qué punto el consumo de intensidades puras es
ajeno a las figuras familiares, y en qué medida el tejido conjuntivo del «luego
es (o soy)... » es ajeno al tejido edípico. ¿Cómo ..resumir todo este movimiento
vital? Siguiendo un primer camino (vía breve): los puntos de disyunción sobre el
cuerpo sin órganos forman círculos de convergencia alrededor de las máquinas
deseantes; entonces el sujeto, producido como residuo al lado de la máquina,
apéndice o pieza adyacente de la máquina, pasa por todos los estados del círculo
y pasa de un círculo a otro. No está en el centro, pues lo ocupa la máquina,
sino en la orilla, sin identidad fija, siempre descentrado, deducido de
los estados por los que pasa. Así los rizos trazados por el Innombrable, «ora
bruscos y breves, como valses, ora con una amplitud de parábola», teniendo como
estados a Murphy, Watt, Mercier, etc., sin que la familia cuente para nada. O
bien otro camino más complejo, pero que viene a ser lo mismo: a través de la
máquina paranoica y la máquina milagrosa, las proporciones de repulsión y de
atracción sobre el cuerpo sin órganos producen en la máquina célibe una serie de
estados a partir de 0; y el sujeto nace de cada estado de la serie,
renace siempre del estado siguiente que le determina en un momento, consumiendo
y consumando todos estos estados que le hacen nacer y renacer (el estado vivido
es primero con respecto al sujeto que lo vive).
Esto es lo que Klossowski ha demostrado
admirablemente en su comentario de Nietzsche: la presencia de la Stimmung
como emoción material, constitutiva del pensamiento más alto y de la
percepción más aguda.19 «Las fuerzas centrífugas nunca huyen del
centro, sino que se aproximan una vez más para alejarse de nuevo: éstas son las
vehementes oscilaciones que conmocionan a un individuo en tanto que no busque
más que su propio centro y no vea el círculo del que él mismo forma parte; pues
si las oscilaciones lo conmocionan, es debido a que cada una responde a otro
individuo distinto del que cree ser, desde el punto de vista del centro
inencontrable. De ahí, que una identidad es esencialmente fortuita y que una
serie de individualidades deben ser recorridas por cada una de ellas, para que
el carácter fortuito de ésta o de aquella haga que todas sean necesarias.» Las
fuerzas de atracción y de repulsión, de desarrollo y de decadencia, producen una
serie de estados intensivos a partir de la intensidad = 0 que designa al cuerpo
sin órganos («pero lo singular radica en que allí todavía es necesario un nuevo
aflujo, para significar tan sólo esta ausencia»). No existe el yo-Nietzsche,
profesor de filología, que pierde de golpe la razón, y que podría identificarse
con extraños personajes; existe el sujeto nietszcheano que pasa por una serie de
estados y que identifica los nombres de la historia con estos estados: yo soy
todos los nombres de la historia... El sujeto se extiende sobre el contorno
del círculo cuyo centro abandonó el yo. En el centro hay la máquina del deseo,
la máquina célibe del eterno retorno. Sujeto residual de la máquina, el sujeto
nietzscheano saca una prima eufórica (Voluptas) de todo lo que la máquina hace
girar, y que el lector había creído que era sólo la obra en fragmentos de
Nietzsche: «Nietzsche cree proseguir en lo sucesivo, no la realización de un
sistema, sino la aplicación de un programa... bajo la forma de los residuos del
discurso nietzscheano, convertidos en cierta manera en el repertorio de su
histrionismo.» No es identificarse con personas, sino identificar 'los nombres
de la historia con zonas de intensidad sobre el cuerpo sin órganos; y cada vez
el sujeto exclama: «¡Soy yo, luego soy yo! » Nunca se ha hecho tanta historia
como la que el esquizo hace, ni de la manera como la hace. De una vez consume la
historia universal. Empezamos a definirlo como Homo natura y acaba como
Hamo historia. De uno a otro ese largo camino que va de Hölderlin a
Nietzsche, y que se precipita («La euforia no podría prolongarse en Nietzsche
tanto tiempo corno la alienación contemplativa de Hölderlin..; La visión del
mundo concedida a Nietzsche no inaugura una sucesión más o menos regular de
paisajes o de naturalezas muertas, extendida sobre unos cuarenta años; es la
parodia rememorante de un acontecimiento: un solo actor para representarla en
una jornada solemne –ya que todo se pronuncia y vuelve a desaparecer en una sola
jornada– aunque debiera haber durado del 31 de diciembre al 6 de enero –más allá
del calendario razonable.»)
* * *
La célebre tesis del psiquiatra Clerambault parece
que está bien fundada: el delirio, con su carácter global sistemático, es
secundario con respecto a fenómenos de automatismo parcelarios y locales. En
efecto, el delirio califica al registro que recoge el proceso de producción de
las máquinas descantes; y aunque tenga síntesis y afecciones propias, como
podemos verlo en la paranoia e incluso en las formas paranoides de la
esquizofrenia, no constituye una esfera autónoma y es secundaría con respecto al
funcionamiento y a los fallos de las máquinas descantes. No obstante,
Clerambault utilizaba el término «automatismo (mental)» tan sólo para designar
fenómenos atemáticos de eco, de sonorización, de explosión, de sinsentido, en
los que veía e! efecto mecánico de infecciones o intoxicaciones. A su vez,
'explicaba una buena parte del delirio como un efecto del automatismo; en cuánto
a la otra parte, «personal», era de naturaleza reactiva y remitía al «carácter»,
cuyas manifestaciones, por otra parte, podían preceder al automatismo (por
ejemplo, el carácter paranoico) 20. De este modo, Clerambault no vela
en el automatismo más que un mecanismo neurológico en el sentido más general de
la palabra, y no un proceso de producción económica que ponía en acción máquinas
deseantes; y en cuanto a la historia, se contentaba con invocar el carácter
innato o adquirido. Clerambault es el Feuerbach de la psiquiatría, en e! mismo
sentido en que Marx dice: «En la medida en que Feuerbach es materialista, la
historia no se encuentra en él, y en la medida que considera la historia, no es
materialista.» Una psiquiatría verdaderamente materialista se define, por el
contrario, por una doble operación: introducir el deseo en el mecanismo,
introducir la producción en el deseo.
No existe una diferencia profunda entre el falso
materialismo y las formas típicas del idealismo. La teoría de la esquizofrenia
está señalada por tres conceptos que constituyen su fórmula trinitaria: la
disociación (Kraepelin), el autismo (Bleuler), el espacio-tiempo o el ser en el
mundo (Binswanger). El primero es un concepto explicativo que pretende indicar
e! trastorno específico o el déficit primario. El segundo es un concepto
comprensivo que indica la especificidad de! efecto: al propio delirio o la
ruptura, «el desapego a la realidad acompañado por una predominancia relativa o
absoluta de la vida interior». El tercero es un concepto expresivo que descubre
o redescubre al hombre delirante en su mundo específico. Los tres conceptos
tienen en común e! relacionar el problema de la esquizofrenia con el yo, a
través de «la imagen del cuerpo» (último avatar del alma, en el que se confunden
las exigencias del espiritualismo y del positivismo). Pero, el yo es como el
papá-mamá. ya hace tiempo que el esquizo no cree en él. Está más allá, está
detrás, debajo, en otro lugar, pero no en esos problemas. Sin embargo, allí
donde esté, existen problemas, sufrimientos insuperables, pobrezas
insoportables, mas ¿por qué queremos llevarlo al lugar de donde ha salido, y
queremos colocarlo en esos problemas que ya no son los suyos? ¿por qué queremos
burlarnos de su verdad a la que creemos haber rendido suficiente homenaje al
concederle un saludo ideal? Tal vez se diga que el esquizo no puede ¿decir yo. y
que es preciso devolverle esa función sagrada de enunciación. Ante lo cual dice
resumiendo: se me vuelve a enmarranar. «Ya no diré yo, nunca más lo diré, es
demasiado estúpido. Pondré en su lugar, cada vez que lo oiga, a la tercera
persona, si pienso en ello. Quizás esto les divierta, sin embargo, no cambiará
nada.» Y si vuelve a decir yo, esto tampoco cambiará nada. Completamente ajeno a
estos problemas, por completo más allá. Incluso Freud no escapa a este limitado
punto de vista del yo. Y lo que se lo impedía era su propia fórmula trinitaria
-la edípica, la neurótica: papá-mamá-yo. Será preciso que nos preguntemos si el
imperialismo analítico del complejo de Edipo no condujo a Freud a recobrar, y a
garantizar con su autoridad, el fastidioso concepto de autismo aplicado a la
esquizofrenia. Pues, en una palabra, a Freud no le gustan los esquizofrénicos,
no le gusta su resistencia a la edipización, más bien tiene tendencia a
tratarlos como tontos: toman las palabras por cosas, dice, son apáticos,
narcisistas, están separados de lo real, son incapaces de .transferencia, se
parecen a filósofos, «indeseable semejanza». A menudo se ha preguntado sobre la
manera de concebir analíticamente la relación entre las pulsiones y los
síntomas, entre el símbolo y lo simbolizado. ¿Es una relación causal, o
de comprensión, o de expresión? La cuestión se plantea demasiado
teóricamente. Pues, de hecho, desde que nos introducimos en Edipo, desde que se
nos mide con Edipo, ya se ha desarrollado el juego y se ha suprimido la única
relación auténtica: la de producción. El gran descubrimiento del psicoanálisis
fue el de la producción deseante, de las producciones del inconsciente. Sin
embargo, con Edipo, este descubrimiento fue encubierto rápidamente por un nuevo
idealismo: el inconsciente como fábrica fue sustituido por un teatro antiguo;
las unidades de producción del inconsciente fueron sustituidas por la
representación; el inconsciente productivo fue sustituido por un inconsciente
que tan sólo podía expresarse (el mito, la tragedia, el sueño ...
).
Cada vez que se remite el problema del
esquizofrénico al yo, sólo podemos «probar» una esencia o especificidad
supuestas del esquizo, sea con amor y piedad, sea para escupirla con desagrado.
Una vez como yo disociado, otra como yo escindido, otra, la más coqueta, como yo
que no había cesado de ser, que estaba allí específicamente, pero en su mundo, y
que se deja recobra por un psiquiatra maligno, un super-observador comprensivo,
en suma, un fenomenólogo. También ahí recordamos la advertencia de Marx: no
adivinamos por el gusto del trigo quien lo ha cultivado, no adivinamos en el
producto el régimen y las relaciones de producción. El producto aparece
específico, inenarrablemente específico, cuando se le relaciona con formas
ideales de causa, comprensión o expresión; pero no aparece específico
si se le relaciona con el proceso de producción real del que depende. El
esquizofrénico aparece tanto más específico y personificado desde que se detiene
el proceso, o desde que, se le convierte en un fin, o desde que se le hace jugar
en el vacío hasta el infinito, de manera que provoque esta «horrible extremidad
en la que el alma y el cuerpo acaban por perecer» (el Autista). El famoso estado
terminal de Kraepelin... Por el contrario, desde que se asigna el proceso
material de producción, la especificidad del producto tiende a desvanecerse, al
mismo tiempo que aparece la posibilidad de otra «realización». Antes que la
afección del esquizofrénico artificializado, personificado en el autismo, la
esquizofrenia es el proceso de la producción del deseo y de las máquinas
deseantes. Por tanto, la cuestión importante es: ¿cómo pasamos de uno a otro?
¿es inevitable este paso? Sobre este punto, al igual que sobre otros, Jaspers
proporcionó las indicaciones más valiosas, ya que su idealismo era singularmente
atípico. Oponiendo el concepto de proceso a los de reacción o desarrollo de la
personalidad, piensa el proceso como ruptura, intrusión, alejado de una relación
ficticia con el yo para sustituirla por una relación con lo «demoníaco» en la
naturaleza. Tan sólo le faltaba concebir el proceso como realidad material
económica, como proceso de producción en la identidad Naturaleza = Industria,
Naturaleza = Historia.
En cierta manera, la lógica del deseo pierde su
objeto desde el primer paso: el primer paso de la división platónica que nos
obliga a escoger entre producción y adquisición. Desde el momento
en que colocamos el deseo al lado de la adquisición, obtenemos una concepción
idealista (dialéctica, nihilista) del deseo que, en primer lugar, lo determina
como carencia, carencia de objeto, carencia del objeto real. Cierto es que el
otro lado, el lado «producción», no es ignorado. Incluso correspondió a Kant el
haber realizado en la teoría del deseo una revolución crítica, al definirlo como
«la facultad de ser por sus representaciones causa de la realidad de los objetos
de estas representaciones;). Sin embargo, no es por casualidad que, para
ilustrar esta definición, Kant invoca las creencias supersticiosas, las
alucinaciones y los fantasmas: sabemos perfectamente que el objeto real no puede
ser producido más que por una causalidad y por mecanismos externos, pero este
saber no nos impide creer en el poder interior del deseo para engendrar su
objeto, aunque sea bajo una forma irreal, alucinatoria o fantasmática, y para
representar esta causalidad en el propio deseo 21. La realidad del
objeto en tanto que producido por el deseo es, por tanto, la realidad
psíquica. Entonces podernos decir que la revolución crítica no cambia para
nada 10 esencial: esta manera de concebir la productividad no pone en cuestión
la concepción clásica del deseo como carencia, sino al contrario se apoya en
ella, se extiende sobre ella y se contenta con profundizarla. En efecto, si el
deseo es carencia del objeto real, su propia realidad forma parte de una
«esencia de la carencia» que produce el objeto fantasmático. El deseo concebido
de esta forma como producción, pero producción de fantasmas, ha sido
perfectamente expuesto por el psicoanálisis. En el nivel más bajo de la
interpretación, esto significa que el objeto real del que el deseo carece remite
por su cuenta a una producción natural o social extrínseca, mientras que el
deseo produce intrínsecamente un imaginario que dobla a la realidad, como si
hubiese «un objeto soñado detrás de cada objeto real» o una producción mental
detrás de las producciones reales. Ciertamente, el, psicoanálisis no está
obligado a desembocar en un estudio de los gadgets y de los mercados,
bajo la forma más miserable de un psicoanálisis del objeto (psicoanálisis del
paquete de tallarines, del automóvil o de la «máquina»), Pero incluso cuando el
fantasma es interpretado en toda su extensión, ya no como un objeto, sino como
una máquina específica que pone en escena al deseo, esta máquina tan sólo es
teatral, y deja subsistir la complementariedad de lo que separa: entonces, la
necesidad es definida por la carencia relativa y determinada de su propio
objeto, mientras que el deseo aparece como lo que produce el fantasma y se
produce a sí mismo separándose del objeto, pero también redoblando la carencia,
llevándola al absoluto, convirtiéndola en una «incurable insuficiencia de ser»,
una «carencia-de-ser que es la vida». De donde, la presentación del deseo como
apoyado en las necesidades, la productividad del deseo continuando su
hacer sobre el fondo de las necesidades, y su relación de carencia de objeto
(teoría del apoyo o anaclisis). En una palabra, cuando reducimos la producción
deseante a un problema de fantasma, nos contentamos con sacar todas las
consecuencias del principio idealista que define el deseo como una carencia, y
no como producción, producción «industrial». Clément Rosset dice acertadamente:
cada vez que insistimos sobre una carencia de la que carecería el deseo para
definir su objeto, «el mundo se ve doblado por otro mundo, gracias al siguiente
itinerario: el objeto falta al deseo; luego el mundo no contiene todos los
objetos, al menos le falta uno, el del deseo; luego existe otro lugar que posee
la clave del deseo (de la que carece el mundo).»
22
Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo
es productor, sólo puede serlo en realidad, y de realidad. El deseo es este
conjunto de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los
flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción. De ahí se
desprende lo real, es el resultado de las síntesis pasivas del deseo como
autoproducción del inconsciente. El deseo no carece de nada, no carece de
objeto. Es más bien el sujeto quien carece de deseo, o el deseo quien carece de
sujeto fijo; no hay más sujeto fijo que por la represión, El deseo y su objeto
forman una unidad: la máquina, en tanto que máquina de máquina. El deseo es
máquina, el objeto del deseo es todavía máquina conectada, de tal modo qué el
producto es tomado del producir, y que algo se desprende del producir hacia el
producto, que va a dar un resto al sujeto nómada y vagabundo. El ser objetivo
del deseo es lo Real en sí mismo 23. No existe una forma de
existencia particular que podamos llamar realidad psíquica. Como dice Marx, no
existe carencia, existe pasión como «ser objeto natural y sensible». No es el
deseo el que se apoya sobre las necesidades, sino al contrario, son las
necesidades las que se derivan del deseo: son contraproductos en lo real que el
deseo produce. La carencia de un contra-efecto del deseo, está depositada,
dispuesta, vacualizada en lo real natural y social. El deseo siempre se mantiene
cerca de las condiciones de existencia objetiva, se las adhiere y las sigue, no
sobrevive a ellas, se desplaza con ellas, por ello es tan fácilmente deseo de
morir, mientras que la necesidad mide el alejamiento de un sujeto que perdió el
deseo al perder la síntesis pasiva de estas condiciones. La necesidad como
práctica del vado no tiene más sentido que ese: ir a buscar, capturar, ser
parásito de las síntesis pasivas allí donde estén. Por más que digamos: no se es
hierba, hace tiempo que se ha perdido la síntesis clorofílica, es preciso
comer... El deseo se convierte entonces en este miedo abyecto a carecer. Pero
justamente, esta frase no la pronuncian los pobres o los desposeídos. Ellos, por
el contrario, saben que están cerca de la hierba, y que el deseo «necesita»
pocas cosas, no estas cosas que se les deja, sino estas mismas cosas de las
que no se cesa de desposeerles, y que no constituían una carencia en el
corazón del sujeto, sino más bien la objetividad del hombre, el ser objetivo del
hombre, para el cual desear es producir, producir en realidad. Lo real no es
imposible; por el contrario, en lo real todo es posible, todo se vuelve posible.
No es el deseo el que expresa una carencia molar en el sujeto, sino la
organización molar la que destituye al deseo de su ser objetivo. Los
revolucionarios, los artistas y los videntes se contentan con ser objetivos,
nada más que objetivos: saben que el deseo abraza a la vida con una potencia
productiva, y la reproduce de una forma tan intensa que tiene pocas necesidades.
Y tanto peor para los que creen que es fácil de decir, o que es una idea en los
libros. «De lo poco que leí saqué la conclusión de que los hombres que más se
empapaban en la vida, que la moldeaban, que eran la propia vida, comían poco,
dormían poco, poseían pocos bienes, si es que poseían alguno. No mantenían
ilusiones en cuestiones de deber, de procreación, en los limitados fines de
perpetuar la familia o defender el Estado... El mundo de los fantasmas es aquél
que no hemos acabado de conquistar. Es un mundo del pasado y no del futuro.
Quien va hacia adelante aferrado al pasado, arrastra consigo las cadenas del
presidiario»24. El viviente vidente es Spinoza bajo el hábito del
revolucionario napolitano. Nosotros sabemos de donde proviene la carencia -y su
correlato subjetivo el fantasma. La carencia es preparada> organizada, en la
producción social. Es contraproducida por mediación de la antiproducción que se
vuelca sobre las fuerzas productivas y se las apropia. Nunca es primera; la
producción nunca es organizada en función de una escasez anterior, es la escasez
la que se aloja, se vacuoliza, se propaga según la organización de una
producción previa 25. Es el arte de una clase dominante, práctica del
vacío como economía de mercado: organizar la escasez, la carencia, en la
abundancia de producción, hacer que todo el deseo recaiga es el gran miedo a
carecer, hacer que el objeto dependa de una producción real que se supone
exterior al deseo (las exigencias de la racionalidad), mientras que la
producción del deseo pasa al fantasma (nada más que al fantasma). No existe por
una parte una producción social de realidad y por otra una producción desean te
de fantasma. Entre estas dos producciones no se establecen más que lazos
secundarios de introyección y de proyección, como si las prácticas sociales se
doblasen en prácticas mentales interiorizadas, o bien como si las prácticas
mentales se proyectasen en los sistemas sociales, sin que nunca unas mermasen a
las otras. Mientras nos contentemos con colocar paralelamente, por una parte, el
dinero, el oro, el capital y el triángulo capitalista. y por otra parte, la
libido, el ano, el falo y el triángulo familiar, nos entregaremos a un agradable
pasatiempo; sin embargo, los mecanismos del dinero permanecen por completo
indiferentes a las proyecciones anales de quienes lo manejan. El paralelismo
Marx-Freud permanece por completo estéril e indiferente, colocando en escena
términos que se interiorizan o se proyectan el uno en el otro sin cesar de ser
extranjeros, como en esta famosa ecuación dinero = mierda. En verdad, la
producción social es tan sólo la propia producción deseante en condiciones
determinadas. Nosotros decimos que el campo social está inmediatamente
recorrido por .el deseo, que es su producto históricamente determinado, y que la
libido no necesita ninguna mediación ni sublimación, ninguna operación psíquica,
ninguna transformación, para cargar las fuerzas. productivas y las relaciones de
producción. Sólo hay el deseo y lo social, y nada más. Incluso las formas
más represivas y más mortíferas de la reproducción social son producidas por el
deseo, en la organización que se desprende de él bajo tal o cual condición que
deberemos analizar. Por ello, el problema fundamental de la filosofía política
sigue siendo el que Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): «¿Por qué
combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su
salvación?» Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡queremos más impuestos!
¡menos pan! Como dice Reich, lo sorprendente no es que la gente robe, o que haga
huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los
explotados no estén siempre en huelga. ¿Por qué soportan los hombres desde
siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, basta e! punto de
quererlas no sólo para los demás, sino también para sí mismos? Nunca
Reich fue mejor pensador que cuando rehúsa invocar un desconocimiento o una
ilusión de las masas para explicar el fascismo, y cuando pide una explicación a
partir del deseo, en términos de deseo: no, las masas no fueron engañadas, ellas
desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y
esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario
26. Sin embargo, Reich no llega a dar una respuesta suficiente, ya
que a su vez restaura lo que estaba abatiendo, al distinguir la racionalidad tal
como es o debería ser en e! proceso de la producción social, y lo irracional en
el deseo, siendo tan sólo lo segundo justiciable por e! psicoanálisis. Por
tanto, reserva al psicoanálisis la única explicación de lo «negativo», de lo
«subjetivo» y de lo «inhibido» en el campo social. Con lo cual, necesariamente,
llega a un dualismo entre el objeto real racionalmente producido y la producción
fantasmática irracional. 27 Renuncia a descubrir la común medida
o la coextensión del campo social y del deseo. Ocurría que, para fundar
verdaderamente una psiquiatría materialista, le faltaba la categoría de
producción deseante, a la cual lo real fue sometido bajo sus formas llamadas
tanto racionales como irracionales.
La existencia masiva de una represión social
realizada sobre la producción descante no afecta para nada nuestro principio: e!
deseo produce lo real, o la producción deseante no es más que la producción
social. No es cuestión de reservar al deseo una forma de existencia particular,
una realidad mental o psíquica que se opondría a la realidad material de la
producción social. Las máquinas deseantes no son máquinas fantasmáticas u
oníricas, que se distinguirían de las máquinas técnicas y sociales y las
doblarían. Los fantasmas son más bien expresiones secundarias que provienen de
la identidad de las dos clases de máquinas en un medio dado. El fantasma nunca
es individual; es fantasma-de grupo, como supo mostrarlo el análisis
institucional. Y si hay dos clases de fantasmas de grupo, es debido a que la
identidad puede ser leída en los dos sentidos, según que las máquinas deseantes
sean tomadas en las grandes masas gregarias que forman, o según que las máquinas
sociales sean relacionadas con las fuerzas elementales del deseo que las forman.
Por tanto, puede suceder, en e! fantasma de grupo, que la libido cargue el campo
social existente, comprendido en sus formas más represivas; o puede suceder, al
contrario, que proceda a una contracatexis que conecte e! deseo revolucionario
con e! campo social existente (por ejemplo, las grandes utopías socialistas del
siglo XIX funcionan, no como modelos ideales, sino como fantasmas de grupo, es
decir, como agentes de la productividad real del deseo que hacen posible una
descarga, retiro de catexis, o una «desinstitución» del campo social actual, en
provecho de una institución revolucionaria del propio deseo). Pero, entre ambas,
entre las máquinas deseantes y las máquinas sociales técnicas, nunca existe
diferencia de naturaleza. Existe una distinción, pero sólo una distinción de
régimen, según relaciones de tamaño. Son las mismas máquinas, con una
diferencia aproximada de régimen; y ello es lo que precisamente muestran los
fantasmas de grupo.
Cuando anteriormente esbozábamos un paralelo entre
la producción social y la producción deseante, para mostrar en ambos casos la
presencia de una instancia de antiproducción presta a volcarse sobre las formas
productivas y a apropiárselas, este paralelismo no prejuzgaba para nada la
relación entre las dos producciones. Tan sólo podíamos precisar algunos aspectos
relativos a la distinción de régimen. En primer lugar, las máquinas técnicas no
funcionan, evidentemente, más que con la condición de no estar estropeadas; su
límite propio es el desgaste y no el desarreglo. Marx puede basarse en este
simple principio para mostrar que el régimen de las máquinas técnicas es el de
una firme distinción entre el medio de producción y el producto, gracias a la
cual la máquina transmite el valor al producto, y sólo el valor que pierde
desgastándose. Las máquinas deseantes, por el contrario, al funcionar no cesan
de estropearse, no funcionan más que estropeadas: el producir siempre se injerta
sobre el producto, y las piezas de la máquina también son el combustible. El
arte a menudo utiliza esta propiedad creando verdaderos fantasmas de grupo que
cortocircuitan la producción social con una producción deseante, e introducen
una función de desarreglo en la reproducción de máquinas técnicas. Como por
ejemplo los violines quemados de Arman o los coches comprimidos de César. O de
una forma más general, el método de paranoia crítica de Dalí asegura la
explosión de una máquina deseante en un objeto de producción social. Sin
embargo, ya Ravel prefería el desarreglo al desgaste y sustituía la marcha lenta
y la extinción gradual por las detenciones bruscas, las vacilaciones, las
trepidaciones, los fallos, las roturas 28. El artista es el señor de
los objetos; integra en su arte objetos rotos, quemados, desarreglados para
devolverlos al régimen de las máquinas deseantes en las que el desarreglo, el
romperse, forma parte del propio funcionamiento; presenta máquinas paranoicas,
milagrosas, célibes, como otras tantas máquinas técnicas, libre para minar las
máquinas técnicas con máquinas descantes. Además, la propia obra de arte es
máquina descante. El artista amontona su tesoro para una próxima explosión, y es
por ello por lo que encuentra que las destrucciones, verdaderamente, no llegan
con la suficiente rapidez.
Una segunda diferencia de régimen se desprende de
ello: las máquinas deseantes producen por sí mismas la antiproducción, mientras
que la antiproducción propia de las máquinas técnicas sólo es producida en las
condiciones extrínsecas de la reproducción del proceso (aunque estas condiciones
no vengan «después»), Por esta razón, las máquinas técnicas no son una categoría
económica, y siempre remiten a un socius o máquina social que no se confunde con
ellas y que condiciona esta reproducción.
Por tanto, una máquina técnica no es causa sino
sólo índice de una forma general de la producción social: así por ejemplo, las
máquinas manuales y las sociedades primitivas, la máquina hidráulica y el modo
asiático, la máquina industrial y el capitalismo. Por tanto, cuando planteábamos
el socius como lo análogo a un cuerpo lleno sin órganos, no dejaba de haber una
diferencia importante. Pues las máquinas deseantes son la categoría fundamental
de la economía del deseo, ya que producen por sí mismas un cuerpo sin órganos y
no distinguen a los agentes de sus propias piezas, ni las relaciones de
producción de sus propias relaciones, ni lo social de lo técnico. Las máquinas
deseantes son a la vez técnicas y sociales. Es en este sentido que la producción
descante constituye el lugar de una represión secundaria, mientras ,que la
producción social es el lugar de la represión general, y que de este a aquélla
se ejerce algo que se parece a la represión secundaria «propiamente dicha»: todo
depende de la situación de) cuerpo sin órganos, o de su equivalente,
según sea resultado interno o condición extrínseca (cambia notablemente el papel
del instinto de muerte).
Sin embargo, son las mismas máquinas bajo dos
regímenes diferentes –aunque sea una extraña aventura para el deseo el desear la
represión. Sólo hay una producción, la de lo real. Sin duda, podemos expresar
esta identidad de dos maneras, pero estas dos maneras constituyen la
autoproducción del inconsciente como oído. Podemos decir que toda producción
social se desprende de la producción descante en determinadas condiciones: en
primer lugar, el Homo natura. No obstante, también podemos decir, y más
exactamente, que la producción descante es en primer lugar social, y que no
tiende a liberarse más que al final (en primer lugar, el Homo historia).
Ocurre que el cuerpo sin órganos no está dado por sí mismo en un origen, y luego
proyectado en las diferentes clases de socius, como si un gran paranoico, jefe
de la horda primitiva, estuviese en la base de la organización social. La
máquina social o socius puede ser el cuerpo de la Tierra, el cuerpo del Déspota,
el cuerpo del Dinero. Nunca es una proyección del cuerpo sin órganos. Más bien,
el último residuo de un socius desterritorializado es el cuerpo sin órganos. El
problema del socius siempre ha sido éste: codificar los flujos del deseo
inscribirlos, registrarlos, lograr que ningún flujo fluya si no está canalizado,
taponado, regulado. Cuando la máquina territorial primitiva ya no bastó,
la máquina despótica instauró una especie de sobrecodificación. Sin
embargo, la máquina capitalista, en tanto que se establece sobre las
ruinas más o menos lejanas de un Estado despótico, se encuentra en una situación
por completo nueva: la descodificación y la desterritorialización de los flujos.
El capitalismo no se enfrenta a esa situación desde afuera, puesto que de ella
vive y se encuentra en ella a la vez su condición y su materia, y la impone con
toda su violencia. Su producción y su represión soberanas no pueden ejercerse
más que a este precio. El capitalismo nace, en efecto, del encuentro entre dos
clases de flujos, flujos descodificados de producción bajo la forma del
capital-dinero, flujos descodificados del trabajo bajo la forma del «trabajador
libre». Además, al contrario que las máquinas sociales precedentes, la máquina
capitalista es incapaz de proporcionar un código que cubra el conjunto del campo
social. La propia idea de código la sustituye en el dinero por una axiomática de
las cantidades abstractas que siempre llega más lejos en el movimiento de
desterritorialización del socius. El capitalismo tiende hacia un umbral de
descodificación, que deshace el socius en provecho de un cuerpo sin órganos y
que, sobre este cuerpo, libera los 'flujos del deseo en un campo
desterritorializado. ¿Podemos decir, en este sentido, que la esquizofrenia es el
producto de la máquina capitalista, como la manía depresiva y la paranoia son el
producto de la máquina despótica, como la histeria el producto de la máquina
territorial? 29
La descodificación de los flujos, la
desterritorialización del socius forman, de este modo, la tendencia más esencial
del capitalismo. No cesa de aproximarse a su límite, que es un límite
propiamente esquizofrénico. Tiende con todas sus fuerzas a producir el esquizo
como el sujeto de los flujos descodificados sobre el cuerpo sin órganos –más
capitalista que el capitalista y más proletario que el proletario. Tender
siempre hacia lo más lejano, hasta el punto en que el capitalismo se enviaría a
la luna con todos sus flujos: en verdad, todavía no hemos visto nada. Cuando
decimos que la esquizofrenia es nuestra enfermedad, la enfermedad de nuestra
época, no queremos decir solamente que la vida moderna nos vuelve locos. No se
trata de modo de vida, sino de proceso de producción. No se trata tampoco de un
simple paralelismo, aunque el paralelismo ya sea más exacto, desde el punto de
vista del fracaso de los códigos, por ejemplo, entre los fenómenos de
deslizamiento de sentido en los esquizofrénicos y los mecanismos de discordancia
creciente en todos los estratos de la sociedad industrial. De hecho, queremos
decir que el capitalismo, en su proceso de producción, produce una formidable
carga esquizofrénica sobre la que hace caer todo el peso de su represión, pero
que no cesa de reproducirse como límite del proceso. Pues el capitalismo no cesa
de contrariar, de inhibir su tendencia al mismo tiempo que se precipita en ella;
no cesa de rechazar su límite al mismo tiempo que tiende a él. El capitalismo
instaura o restaura todas las clases de territorialidades residuales y
facticias, imaginarias o simbólicas, sobre las que intenta, tanto bien como mal,
volver a codificar, a sellar las personas derivadas de las cantidades
abstractas. Todo vuelve a pasar, todo vuelve de nuevo, los Estados, las patrias,
las familias. Esto es lo que convierte al capitalismo, en su ideología, en «la
pintura abigarrada de todo lo que se ha creído». Lo es imposible, sino cada vez
más artificial. Marx llamaba ley de la opuesta al doble movimiento de la baja
tendencial de la tasa de ganancia y del crecimiento de la masa absoluta de
plusvalía. Como corolario de esta ley está el doble movimiento de la
descodificación o de la desterritorialización de los flujos y de su nueva
territorialización violenta y facticia. Cuanto más desterritorializa máquina
capitalista, descodificando y axiomatizando los flujos para extraer su
plusvalía, tanto más sus aparatos anexos, burocráticos y policiales, vuelven a
territorializarlo todo absorbiendo una parte creciente de
plusvalía.
Ciertamente, no es en relación con las pulsiones
que podemos dar definiciones suficientes y actuales del neurótico, del perverso
y del psicótico; pues las pulsiones son tan sólo las propias máquinas deseantes.
Podemos darlas en relación con las territorialidades modernas. El neurótico
sigue instalado en las territorialidades residuales o facticias de nuestra
sociedad, y todas vuelca sobre Edipo como última territorialidad que se
reconstituye en el gabinete del analista, sobre el cuerpo lleno psicoanalista
(sí, el patrón, es el padre, y también el jefe del Estado, y usted también,
doctor...) El perverso es el que toma el artificio a la palabra: palabra: usted
quiere, usted tendrá, territorialidades infinitamente más artificiales todavía
que las que sociedad nos propone, nuevas familias por completo artificiales,
sociedades secretas y lunares. En cuanto al esquizo, con su paso vacilante que
no cesa de errar, de tropezar, siempre se hunde más hondo en la
desterritorialización, sobre su propio cuerpo sin órganos en el infinito de la
descomposición del socius, y tal vez ésta es su propia manera de recobrar la
tierra; el paseo del esquizo. El esquizofrénico se mantiene en el límite del
capitalismo: es su tendencia desarrollada, el excedente de producto, el
proletario y el ángel exterminador. Mezcla todos los códigos, y lleva los flujos
descodificados del deseo. Lo real fluye. Los dos aspectos del proceso se
unen: el proceso metafísico que nos pone en contacto con lo «demoníaco» en la
naturaleza o en el corazón de la tierra, el proceso histórico de la producción
social que restituye a las máquinas descantes una autonomía con respecto a la
máquina social desterritorializada. La esquizofrenia es la producción deseante
como límite de la producción social. La producción deseante y su diferencia de
régimen con respecto a la producción social están, por tanto, en el final y no
en el principio. De una a otra no hay más que un devenir que es el devenir de la
realidad. y si la psiquiatría materialista se define por la introducción del
concepto de producción en el deseo, no puede evitar plantear en términos
escatológicos el problema de la relación final entre la máquina analítica, la
máquina revolucionaria y las máquinas descantes.
* * *
¿En qué son las máquinas deseantes verdaderamente
máquinas, independientemente de cualquier metáfora? Una máquina se define como
un sistema de cortes. No se trata en modo alguno del corte considerado
como separación con la realidad; los cortes operan en dimensiones variables
según el carácter considerado. Toda máquina, en primer lugar, está en relación
con un flujo material continuo (hylè) en el cual ella corta. La máquina
funciona como máquina de cortar jabón: los cortes efectúan extracciones en el
flujo asociativo. Así por ejemplo, el ano y el flujo de mierda que corta; la
boca y el flujo de leche, pero también .el flujo de aire y el flujo sonoro; el
pene y el flujo de arma, pero también el flujo de esperma. Cada flujo asociativo
debe ser considerado como ideal, flujo infinito de un muslo de cerdo inmenso. La
hylè designa, en efecto, la continuidad pura que una materia posee idealmente.
Cuando Jaulin describe las polillas y polvos que se toman en la iniciación,
muestra que cada año son producidos como un conjunto de extracciones sobre «una
sucesión infinita que teóricamente no posee más que un sólo origen», única bola
extendida hasta los confines del universo 30. El corte no se opone a
la continuidad, la condiciona, implica o define lo que corta como continuidad
ideal. Pues, como hemos visto, toda máquina es máquina de máquina. La máquina
sólo produce un corte de flujo cuando está conectada a otra máquina que se
supone productora del flujo. y sin duda, esta otra máquina es, en realidad, a su
vez corte. Pero no lo es mas que en relación con la tercera máquina que produce
idealmente, es decir, relativamente, un flujo continuo infinito. Así por
ejemplo, la máquina-ano y la máquina-intestino, la máquina-intestino y la
máquina-estómago, la máquina-estómago y la máquina-boca, la máquina-boca y el
flujo del rebaño («y además, y además, y además ... »). En una palabra, toda
máquina es corte de flujo respecto a aquélla a la que está conectada, peto ella
misma es flujo o producción de flujo con respecto a la que se le conecta. Esta
es la ley. de la producción de producción. Por ello, en el límite de las
conexiones transversales o transfinitas, el objeto parcial y el flujo continuo,
el corte y la conexión, se confunden en uno -en todo lugar. cortes, pujos de
donde brota el deseo y que son su productividad, realizando siempre el injerto
del producir sobre el producto (es muy curioso como Melanie Klein, en su
profundo descubrimiento de los objetos parciales, olvida a este respecto el
estudio de los flujos y los considera sin importancia: de ese modo cortocircuita
todas las conexiones) 31.
Connecticut, Connect –1– cut, grita el pequeño
Joey. Bettelheim, traza el cuadro de este niño que no vive, no come, no defeca o
no duerma más que enchufándose a máquinas provistas de motores de hilos de
lámparas, de carburadores, de hélices y de volantes: máquina eléctrica
alimenticia, máquina-auto para respirar, máquina luminosa anal. Pocos ejemplos
muestran tan bien el régimen de la producción deseante, -y el modo como la
rotura, o el desarreglo, forma parte del propio funcionamiento, o el corte, de
las conexiones maquinales. Sin duda, se puede objetar que esta vida mecánica,
esquizofrénica, expresa la ausencia y la destrucción del deseo más bien que el
deseo, y supone determinadas actividades parentales de extremada negación ante
las que el niño reacciona convirtiéndose en máquina. Pero incluso Bettelheim,
favorable a una causalidad edípica o preedípica, reconoce que ésta no puede
intervenir más que como respuesta a aspectos autónomos de la productividad o de
la actividad del niño libre a continuación para determinar en él una estasis
improductiva o una actitud de retirada absoluta. Por tanto, existe en primer
lugar una «reacción autónoma ante la experiencia total de la vida de la cual la
madre no es ,más que una parte» 32. Además, no es preciso creer que
son las propias máquinas las que dan fe de la pérdida o de la represión del
deseo (lo que Bettelheim traduce en términos de autismo). Siempre volvemos a
encontrar el mismo problema: ¿cómo el proceso de producción del deseo cómo las
máquinas deseantes del niño han empezado a airar en el vacío hasta el infinito,
hasta llegar a producir el niño-máquina? ¿cómo se ha transformado el proceso en
fin? ¿o bien, cómo ha sido víctima de una interrupción prematura, o de una
horrible agravación extrema? Sólo en relación con el cuerpo sin órganos se
produce algo, contraproducto, que desvía o exaspera toda la producción de la
que, sin embargo, forma parte. Pero la máquina queda como deseo, posición de
deseo que prosigue su historia a través de la represión originaria y el retorno
de lo reprimido, en la sucesión de las máquinas paranoicas, máquinas milagrosas
y máquinas célibes por las que pasa Joey, a medida que progresa la terapéutica
de Bettelheim.
En segundo lugar, toda máquina implica una especie
de código que se encuentra tramado, almacenado en ella. Este código es
inseparable no sólo de su registro y de su transmisión en las diferentes
regiones del cuerpo, sino también del registro de cada una de las regiones en
sus relaciones con las otras. Un órgano puede estar asociado a diversos flujos
según diferentes conexiones; puede vacilar entre varias regiones, e incluso
puede tomar sobre sí mismo el régimen de otro órgano (la boca anoréxico ) Toda
clase de cuestiones funcionales se plantean: ¿qué flujo cortar? ¿dónde cortar?
¿cómo y de qué modo? ¿Qué sitio hay que dejar a otros productores o
antiproductores (el lugar del hermano pequeño)? ¿Es preciso o no es preciso
atragantarse con lo que uno come, tragar el aire, cagar con la boca? En todo
lugar los registros, las informaciones, las transmisiones, forman un
cuadriculado de disyunciones, de distinto tipo que las conexiones precedentes.
Pertenece a Lacan el descubrimiento de este rico dominio de un código del
inconsciente, envolviendo la o las cadenas significantes; y el haber
transformado de este modo el análisis (en este aspecto el texto básico es la
Lettre volée), Pero qué extraño es este dominio en virtud de su
multiplicidad, hasta el punto que apenas podemos hablar de una cadena o
incluso de un código deseante. Las cadenas son llamadas significantes
porque están hechas con signos, pero estos signos no son en sí mismos
significantes. El código se parece menos a un lenguaje que a una jerga,
formación abierta y polívoca. Los signos aquí son de cualquier naturaleza.
indiferentes a su soporte (¿o es el soporte el que les es indiferente? El
soporte es el cuerpo sin órganos), Carecen de plan previo, trabajan a todos los
niveles y en todas las conexiones; cada uno habla su propia lengua y establece
con los otros síntesis tanto más directas en transversal en cuanto permanecen
indirectas en la dimensión de los elementos. Las disyunciones propias a estas
cadenas todavía no implican ninguna exclusión, las exclusiones no pueden surgir
más que por un juego de inhibidores y de represores que vienen a .determinar el
soporte y a fijar un sujeto específico y personal 33. Ninguna cadena es homogénea, pero se parece a un
desfile de letras de diferentes alfabetos en el que surgirían de repente un
ideograma, un pictograma, la pequeña imagen de un elefante que pasa o de un sol
que se levanta. De repente, en la cadena que mezcla (sin componerlos) fonemas,
morfemas, etc., aparecen los bigotes de papá, el brazo levantado de mamá, una
cinta, una muchacha, un policía, un zapato. Cada cadena captura fragmentos de
otras cadenas de las que saca una plusvalía, como el código (o cifrado) de la
orquídea «saca» la forma de una avispa: fenómeno de plusvalía de código. Todo un
sistema de agujas y de sacar a suerte forman fenómenos aleatorios parcialmente
dependientes, parecidos a una cadena de Markoff. Los registros de transmisiones
provenientes de los códigos internos, del medio exterior, de una región a otra
organismo, se cruzan según las vías perpetuamente ramificadas de la gran
síntesis disyuntiva. Si allí existe una escritura, es una escritura en el
mismo Real, extrañamente polívoca y nunca bi-unívoca, lineal, una escritura
transcursiva y nunca discursiva: todo el campo de la «inorganización real» de
las síntesis pasivas, en el que en vano se buscaría algo que se pudiese llamar
el significante, y que no cesa de componer y descomponer las cadenas en signos
que no poseen ninguna vocación para ser significantes. Producir el deseo, ésta
es la única vocación del signo, en todos los sentidos en que ello se
maquina.
Estas cadenas son sin cesar el lugar de
alejamiento en todas direcciones, en todas partes esquizias que se valen por sí
mismas y que sobre todo no es preciso llenar. Esta es, por tanto, la segunda
característica de la máquina: cortes-separación, que no se confunden con los
cortes-extracción. Estos llevan a flujos continuos y remiten a los objetos
parciales. Aquellos conciernen a las cadenas heterogéneas y proceden por
segmentos separables, stocks móviles, como bloques o ladrillos volantes. Es
preciso concebir cada ladrillo emitido a distancia y compuesto por elementos
heterogéneos: no sólo encerrando una inscripción con signos de diferentes
alfabetos, sino también con figuras y luego una o varias pajas, y tal vez un
cadáver. La extracción o toma de flujo implica la separación de la cadena; y los
objetos parciales de la producción suponen los stocks o los ladrillos de
registro, en la coexistencia y la interacción de todas las síntesis. ¿Cómo
podría haber extracción parcial en un flujo, sin separación fragmentaria en un
código que llega a informar el flujo? Si hace poco dijimos que el esquizo está
en el límite de los flujos descodificados del deseo, era preciso entenderlo como
de los códigos sociales en los que un Significante despótico aplasta todas las
cadenas, las linealiza, les da una biunivocidad, y se sirve de los ladrillos
como de otros tantos elementos inmóviles para una muralla de la China imperial.
Pero el esquizo los separa, los despega, se los lleva en todos los sentidos para
recobrar una nueva polivocidad que es el código del deseo. Toda composición, y
también toda descomposición, se realiza con ladrillos móviles. Diaschisis
y diaspasis, decía Monakow: sea una lesión que se extiende según
fibras que la unen a otras regiones y en ellas provoca a distancia
fenómenos incomprensibles desde un punto de vista puramente mecanicista
(pero no maquínico); sea un trastorno de la vida humoral que: lleva consigo una
desviación de la energía nerviosa y la instauración de direcciones rotas,
fragmentadas, en la esfera de los instintos. Los ladrillos son las piezas
esenciales de las máquinas deseantes desde el punto de vista del procedimiento
de registro: a la vez partes componentes y productos de descomposición que no se
localizan especialmente más que en tal o cual momento, en relación con la gran
máquina temporal que es el sistema nervioso (máquina melódica del tipo «caja de
música», de localización no espacial) 34. Lo que produce el carácter
desigual del libro de Monakow y Mourgue es su superación infinita de todo el
jacksonismo en el que se inspira, es la teoría de los ladrillos, de su
separación y su fragmentación, pero sobre todo es que una teoría semejante
supone haber introducido el deseo en la neurología.
El tercer corte de la máquina deseante es el
corte-resto o residuo, que produce un sujeto al lado de la máquina, pieza
adyacente de la máquina. y si este sujeto no tiene identidad específica o
personal, si recorre el cuerpo sin órganos sin romper su indiferencia, es debido
a que no sólo es una parte al lado de la máquina, sino una parte a su vez
partida, a la que llegan partes correspondientes a las separaciones de cadena y
a las extracciones de flujo realizadas por la máquina. Además, consume los
estados por los que pasa, y nace de estos estados, siempre deducido de estos
estados como una parte formada de partes, de las que cada una llena en un
momento el cuerpo sin órganos. Lo que permite a Lacan desarrollar un juego
maquínico más que etimológico, parere / procurar, separare /
separar, se parere / engendrarse a sí mismo, al señalar el carácter
intensivo de un juego de esta clase: la parte no tiene nada que ver con el todo,
«ella desempeña su parte por completo sola. El sujeto procede aquí de su
partición a su parto..., por ello, el sujeto puede procurarse lo que aquí le
concierne, un estado que nosotros calificaremos como civil. Nada en la vida de
nadie desencadena más encarnizamiento para lograrlo. Para ser pars,
sacrificaría una gran parte de sus intereses» ...35 No más que
los otros cortes, el corte subjetivo no designa una carencia, sino al contrario
una parte que vuelve al sujeto como parte, una renta que vuelve al sujeto como
resto (incluso ahí, ¡qué mal modelo es el modelo edípico de la castración! )
Ocurre que los cortes no son el resultado de un análisis, pues son síntesis. Son
las síntesis que producen las divisiones. Consideremos el ejemplo del retorno de
la leche en el eructo del niño; a la vez es restitución de extracción en el
flujo asociativo, reproducción de separación o alejamiento en la cadena
significante, residuo que vuelve al sujeto por su propia parte. La máquina
descante no es una metáfora; es lo que corta y es cortado según estos tres
modos. El primer modo remite a la síntesis conectiva y moviliza la libido como
energía de extracción. El segundo remite a la síntesis disyuntiva y moviliza el
Numen como energía de separación. El tercero remite a la síntesis conjuntiva y
moviliza la Voluptas como energía residual. Bajo estos tres aspectos, el proceso
de la producción deseante es simultáneamente producción de producción,
producción de registro, producción de consumo. Extraer, separar, «dar restos»,
es producir y efectuar las operaciones reales del deseo.
* * *
En las máquinas descantes todo funciona al mismo
tiempo, pero en los hiatos y las rupturas, las averías y los fallos, las
intermitencias y los cortocircuitos, las distancias y las parcelaciones, en una
suma que nunca reúne sus partes en un todo. En ellas los cortes son productivos,
e incluso son reuniones. Las disyunciones, en tanto que disyunciones, son
inclusivas. Los propios consumos son pasos, devenires y regresos. Maurice
Blanchot ha sabido plantear el problema con todo rigor, al nivel de una máquina
literaria: ¿cómo producir, y pensar, fragmentos que tengan entre sí relaciones
de diferencia en tanto que tal, que tengan como relaciones entre sí a su propia
diferencia, sin referencias a una totalidad original incluso perdida, ni a un
totalidad resultante incluso por llegar? 36 Sólo la categoría de
multiplicidad, empleada como sustantivo y superando lo múltiple tanto
como lo Uno, superando la relación predicativa de lo Uno y de lo múltiple, es
capaz de dar cuenta de la producción deseante: la producción descante es
multiplicidad pura, es decir, afirmación irreductible a la unidad. Estamos en la
edad de los objetos parciales, de los ladrillos y de los restos o residuos. Ya
no creemos en estos falsos fragmentos que, como los pedazos de la estatua
antigua, esperan ser completados y vueltos a pegar para componer una unidad que
además es la unidad de origen. Ya no creemos en una totalidad original ni en una
totalidad de destino. Ya no creemos en la grisalla de una insulsa dialéctica
evolutiva, que pretende pacificar los pedazos limando sus bordes. No creemos en
totalidades más que al lado. Y si encontramos una totalidad tal al lado
de partes, esta totalidad es un todo de aquellas partes, pero que no las
totaliza, es una unidad de todas aquellas partes, pero que no las
unifica, y que se añade a ellas como una nueva parte compuesta aparte. «Surge,
pero aplicándose esta vez al conjunto, como determinado pedazo compuesto aparte,
nacido de una inspiración» -nos dice Proust de la unidad de la obra de Balzac,
pero también de la suya. y en la máquina literaria de la Recbercbe du temps
perdu, es sorprendente hasta que punto todas las partes son producidas como
lados disimétricos, direcciones retas, cajas cerradas, vasos no comunicantes,
compartimentos, en los que incluso las contigüidades son distancias, y las
distancias afirmaciones, pedazos de puzzle que no pertenecen a uno solo, sino a
puzzles diferentes, violentamente insertados unos en otros, siempre locales y
nunca específicos, y sus bordes discordantes siempre forzados, profanados,
imbricados unos en otros, siempre con restos. Esta es la obra esquizoide por
excelencia: podríamos decir que la culpabilidad, las declaraciones de
culpabilidad, no están presentes más que para reír. (En términos kleinianos se
podría decir que la posición depresiva no es más que una cobertura para una
posición esquizoide más profunda). Pues los rigores de la ley sólo en apariencia
expresan la protesta de lo Uno y, por el contrario, encuentran su verdadero
objeto en la absolución de los universos parcelados, en los que la ley no reúne
nada en un Todo, sino que por el contrario mide y distribuye las separaciones,
las dispersiones, los estallidos de los que saca su inocencia en la locura. Por
ello, el tema aparente de la culpabilidad se entrelaza en Proust con otro tema
que lo niega, el de la ingenuidad vegetal en la separación de los sexos, en los
encuentros de Charlus así como en el sueño de Albertine, allí donde reinan las
flores y se revela la inocencia de la locura, locura manifiesta de Charlus o
locura supuesta de Albertine.
Pues Proust decía que el todo es producido, que es
producido como una parte al lado de las partes, que ni unifica ni totaliza, sino
que se aplica a ellas instaurando solamente comunicaciones aberrantes entre
vasos no comunicantes, unidades transversales entre elementos que mantienen toda
su diferencia en sus propias dimensiones. Así por ejemplo, en el viaje en
ferrocarril; nunca hay totalidad de lo que se ve ni unidad de los puntos de
vista; sólo en la transversal que traza el viajero enloquecido de una
ventana a otra, «para aproximar, para pegar los fragmentos intermitentes y
opuestos». Aproximar, pegar, es lo que Joyce denominaba «re-embody». El cuerpo
sin órganos es producido como un todo, pero en su debido lugar, en el proceso de
producción, al lado de las partes que ni unifica ni totaliza. y cuando se aplica
a ellas, se vuelca sobre ellas, e induce comunicaciones transversales, avisos
transfinitos, inscripciones polívocas y transcursivas, sobre su propia
superficie en la que los cortes funcionales de los objetos parciales no cesan de
ser recortados por los cortes de cadenas significantes y por los cortes de un
sujeto que allí se orienta. El todo no sólo coexiste con las partes, es
contiguo, él mismo producido aparte, y aplicándose a ellas: los genetistas lo
muestran a su modo cuando dicen que «los aminoácidos son asimilados
individualmente en la célula, pues son colocados en el orden conveniente por un
mecanismo análogo a un molde en el que la cadena lateral característica de cada
ácido se coloca en su propia posición» 37. Por regla general, el
problema de las relaciones partes-todo permanece mal planteado tanto por el
mecanicismo como por el vitalismo clásicos, en tanto el todo es considerado como
totalidad derivada de las partes, o como totalidad originaria de la que emanan
las partes, o como totalización dialéctica. El mecanicismo no más que el
vitalismo, no ha captado la naturaleza de las máquinas deseantes, ni la doble
necesidad de introducir la producción en el deseo tanto como el deseo en la
mecánica.
No hay una evolución de las pulsiones que las
haría progresar, con sus objetos, hacia un todo de integración, como tampoco hay
una totalidad primitiva de la que derivarían. Melanie Klein hizo el maravilloso
descubrimiento de los objetos parciales, este mundo de explosiones, de
rotaciones, de vibraciones. Sin embargo, ¿cómo explicar que fracase en la lógica
de estos objetos? En primer lugar, ocurre que Melanie Klein los piensa como
fantasmas y los juzga desde el punto de vista del consumo, y no como producción
real. Asigna mecanismos de causa (como la introyección y la proyección), de
efecto (gratificación y frustración), de expresión (lo bueno y lo malo), que le
imponen una concepción idealista del objeto parcial. No lo vincula a un
verdadero proceso de producción como podría ser el de las máquinas deseantes. En
segundo lugar, Melanie Klein no se desembaraza de la idea de que los objetos
parciales esquizo-paranoides remiten a un todo, ya original en una fase
primitiva, ya por llegar en la posición depresiva ulterior (el Objeto completo).
Los objetos parciales, por tanto, le parecen extraídos de personas globales; y
no sólo entran en totalidades de integración concernientes al yo, el objeto y
las pulsiones, sino que además ya constituyen el primer tipo de relación objetal
entre el yo, el padre y la madre. Ahora bien, precisamente es ahí donde todo se
decide a fin de cuentas. Es por completo cierto que los objetos parciales tienen
en sí mismos una carga suficiente como para hacer estallar a Edipo y destituirle
de su imbécil pretensión de representar el inconsciente, de triangular el
inconsciente, de captar toda la producción deseante. La cuestión que aquí se
plantea no es en modo alguno la de una importancia relativa de lo que podemos
llamar preedípico con respecto a Edipo (pues «preedípico» todavía
presenta una referencia evolutiva o estructural con Edipo). La cuestión es la
del carácter absolutamente anedípico de la producción deseante. Pero por
conservar el punto de vista del todo, de las personas globales y de los objetos
completos –y tal vez también por querer evitar lo peor con respecto a la
Asociación Psicoanalítica Internacional que escribió sobre su puerta: «que nadie
entre aquí si no es edípico»–, Melanie Klein no utiliza los objetos parciales
para hacer saltar la picota de Edipo, sino al contrario, los utiliza o finge
utilizarlos para diluir Edipo, para miniaturizarlo, multiplicarlo, esparcirlo en
la primera infancia.
Y si escogemos el ejemplo menos edipizante de
todos los psicoanalistas, es para mostrar el «forcing» que debe realizar para
armonizar a Edipo con la producción deseante. Con mayor razón se dará en los
psicoanalistas normales que ni siquiera tienen conciencia del «movimiento». No
es sugestión, es terrorismo. Melanie Klein escribe: «La primera vez que Dick
vino a mi consulta no manifestó ninguna emoción cuando su niñera me lo confió.
Cuando le enseñé los juguetes que tenía preparados, los miró sin el menor
interés. Cogí un tren grande y lo coloqué al lado de un tren más pequeño y
los llamé con el nombre de "tren papá" y "tren Dick". A continuación,
tomó el tren que yo había llamado "Dick" y lo hizo rodar hasta la ventana y dijo
"Estación". Yo le expliqué "la estación es mamá; Dick entra en
mamá". Dejó el tren y corrió a colocarse entre la puerta interior y la puerta
exterior de la habitación, se encerró diciendo "negro" y salió en seguida
corriendo. Repitió varias veces esta operación. Le expliqué que "en mamá
se está negro; Dick está en el negro de mamá" ... Cuando su análisis buba
progresado ... Dick descubrió también que el lavabo simbolizaba el cuerpo
materno y manifestó un miedo extraordinario a mojarse con el agua»
38. ¡Di que es Edipo o si no recibirás una bofetada! El psicoanalista
nunca pregunta: «¿Qué son para ti tus máquinas deseantes?», sino que exclama:
«¡Responde papá-mamá cuando te hablo!» Incluso Melanie Klein... Entonces toda la
producción deseante es aplastada, abatida, sobre las imágenes parentales,
alineada en las fases preedípicas, totalizada en Edipo: de este modo, la lógica
de los objetos parciales es reducida a nada. Edipo se convierte desde ahora para
nosotros en la piedra de toque de la lógica. Pues, como ya lo presentíamos al
principio, los objetos parciales sólo en apariencia son extraídos de las
personas globales; son producidos realmente por extracción sobre un flujo o una
hylè no personal, con la que comunican al conectarse con otros objetos
parciales. El inconsciente ignora las personas. Los objetos parciales no son
representantes de los personajes parentales ni de los soportes de relaciones
familiares; son piezas en las máquinas deseantes, que remiten a un proceso y a
relaciones de producción irreductibles y primeras con respecto a lo que se deja
registrar en la figura de Edipo.
Cuando se habla de la ruptura Freud-Jung, se
olvida demasiado a menudo el punto de partida modesto y práctico: Jung señalaba
que en la transferencia el psicoanalista aparecía a menudo como un diablo, un
dios, un brujo, y que sus papeles o funciones desbordaban de manera singular las
imágenes parentales. Sin embargo, toda la problemática a continuación se desvió,
a pesar de que el principio era bueno. Exactamente igual ocurre con los juegos
de los niños. Un niño no juega sólo a papá-mamá. También juega al brujo, al
cow-boy, al policía y al ladrón, el tren y los coches. El tren no es
forzosamente papá, ni la estación mamá. El problema no conduce al carácter
sexual de las máquinas deseantes, sino al carácter familiar de esta sexualidad.
Se admite que, cuando se ha hecho mayor, el niño se encuentra engarzado en
relaciones sociales que ya no son familiares. Pero como se considera que estas
relaciones sólo llegan después de las otras, no quedan más que dos vías
posibles: o admitir que la sexualidad se sublima o se neutraliza en las
relaciones sociales (y metafísicas), bajo la forma de un «después»
analítico; o admitir que estas relaciones ponen en juego una energía no sexual,
que la sexualidad a su vez se contentaría con simbolizar como un «más allá»
anagógico. Es ahí donde Freud y Jung ya no se entienden. Aunque al menos tienen
en común el creer que la libido no puede cargar o catexizar un campo social o
metafísico sin mediación. Sin embargo, no es así. Consideremos un niño que juega
o que explora a gatas las habitaciones de la casa. Contempla un enchufe
eléctrico, trama su cuerpo, se sirve de una pierna como de una rama, entra en la
cocina, en el despacho, manipula cochecitos. Es evidente que la presencia de los
padres es constante y que el niño nada puede sin ellos. Pero éste no es el
problema. El problema radica en saber si todo lo que le concierne es vivido como
representante de los padres. Desde su nacimiento, la cuna, el seno, la tetina,
los excrementos, son máquinas deseantes en conexión con las partes de su
cuerpo. Nos parece contradictorio decir a la vez que el niño. vive entre los
objetos parciales y que lo que capta en los objetos parciales son las
personas parentales incluso en pedazos. En rigor, no es Cierto que el
seno sea tomado o extraído del cuerpo de la madre, pues existe como pieza de una
máquina deseante, en conexión con la boca, extraído de un flujo de leche
no-personal, escaso o denso. Una máquina deseante, un objeto parcial no
representa nada: no es representativo. Más bien es soporte de relaciones
y distribuidor de agentes; pero estos agentes no son personas, como tampoco
estas relaciones son intersubjetivas. Son simples relaciones de producción,
agentes de producción y de antiproducción. Bradbury nos lo señala claramente
cuando describe la guardería como lugar de producción deseante y de fantasma de
grupo, que no combina más que objetos parciales y agentes 39. El niño
está continuamente en familia; pero en familia y desde el principio, lleva a
cabo inmediatamente una formidable experiencia no-familiar que el psicoanálisis
deja escapar. El cuadro de Lindner.
No se trata de negar la importancia vital y
amorosa de los padres. Se trata de saber cuál es su lugar y su función en la
producción deseante, en lugar de hacer a la inversa, haciendo recaer todo el
juego de las máquinas deseantes en el código restringido de Edipo. ¿Cómo se
forman los lugares y funciones que los padres van a ocupar en calidad de agentes
especiales, en relación con otros agentes? Pues Edipo no existe desde el
principio más que abierto a las cuatro esquinas de un campo social, de un campo
de producción directamente cargado por la libido. Parece evidente que los padres
aparecen en la superficie de registro de la producción deseante. Pero todo el
problema de Edipo es justamente éste: ¿bajo la acción de qué fuerzas se cierra
la triangulación edípica? ¿en qué condiciones la triangulación canaliza el deseo
sobre una superficie que no la implicaba por sí misma? ¿cómo forma la
triangulación un tipo de inscripción para experiencias y maquinaciones que la
desbordan por todas partes? En este sentido, y sólo en este sentido, el niño
relaciona el seno como objeto parcial con la persona materna, y no cesa
de consultar el rostro materno. «Relacionar» no designa aquí una relación
natural productiva, sino una información, una inscripción en la inscripción, en
el Numen. El niño posee desde su más tierna edad toda una vida deseante, todo un
conjunto de relaciones no familiares con los objetos y las máquinas del deseo,
que no se relaciona con los padres desde el punto de vista de la producción
inmediata, sino que está relacionado con ellos (con amor u odio) desde el punto
de vista del registro del proceso, y en determinadas condiciones muy
particulares de este registro, incluso si éstas reaccionan sobre el propio
proceso (feed-back).
Es entre los objetos parciales y en las relaciones
no familiares de la producción deseante que el niño siente su vida y se pregunta
qué es vivir, incluso si la cuestión debe «relacionarse» con los padres y no
puede recibir una respuesta provisional más que en las relaciones familiares.
«Me acuerdo desde los ocho años, e incluso antes, que me preguntaba siempre
quién era, lo que era y por qué vivía, me acuerdo de que a los seis años en una
casa del bulevar de la Blancarde en Marsella (exactamente en el número 59) me
pregunté a la hora de la merienda, pan con chocolate que una cierta mujer
llamada madre me daba, lo que era ser y vivir, lo que era verse respirar, y
haber querido respirarme con el fin de sentir el hecho de vivir y ver si me
convenía y en qué me convenía» 40, Aquí radica lo esencial: una
cuestión se plantea al niño, que tal vez será «relacionada» con la mujer llamada
mamá, pero que no es producida en función de ella, pues es producida en el juego
de las máquinas descantes, por ejemplo, al nivel de la máquina boca-aire o de la
máquina de saborear –¿qué es vivir? ¿qué es respirar? ¿qué soy yo? ¿qué es la
máquina de respirar sobre mi cuerpo sin órganos? El niño es un ser metafísico.
Al igual que para el cogito cartesiano, los padres no habitan en estas
cuestiones. Y nos equivocamos si confundimos el hecho de que la cuestión sea
relacionada con los padres (en el sentido de relatada, expresada) con la idea de
que la cuestión se refiere a ellos (en el sentido de una relación natural con
ellos). Al enmarcar la vida del niño en el Edipo, al convertir las relaciones
familiares en la universal mediación de la infancia, nos condenamos a deseo-.
nacer la producción del propio inconsciente y los mecanismos colectivos que se
asientan sobre el inconsciente, principalmente todo el juego de la represión
originaria, de las máquinas deseantes y del cuerpo sin órganos. Pues el
inconsciente es huérfano, y él mismo se produce en la identidad de la
naturaleza y el hombre. La autoproducción del inconsciente surge en el mismo
punto donde el sujeto del cogito cartesiano se descubría sin padres, allí donde
también el pensador socialista descubría en la producción la unidad del hombre y
la naturaleza, allí donde el ciclo descubre su independencia con respecto a la
regresión parental indefinida.
Ja na pas
à papa-mama
Hemos visto cómo los dos sentidos de «proceso» se
confundían: el proceso como producción metafísica de lo demoníaco en la
naturaleza y el procesa como producción social de las máquinas deseantes en la
historia. Las relaciones sociales y las relaciones metafísicas no
constituyen un después o un más allá. Estas relaciones deben ser reconocidas en
todas las instancias psico-patológicas, y su importancia será tanto mayor cuanto
más se refiera a síndromes psicóticos que se presenten bajo los aspectos más
embrutecidos y más desocializados. Ahora bien, ya en la vida del niño, desde los
comportamientos más elementales del niño de pecho, estas relaciones se tejen con
los objetos parciales, los agentes de producción, los factores de
antiproducción, según las leyes de la producción deseante en su conjunto. Al no
ver desde el principio cuál es la naturaleza de esta producción deseante, ni
cómo, en qué condiciones, bajo qué presiones la triangulación edípica interviene
en el registro del proceso, nos encontramos presos en las redes de un edipismo
difuso y generalizado que desfigura radicalmente la vida del niño y sus
consecuencias, los problemas neuróticos y psicóticos del adulto, y el conjunto
de la sexualidad. Recordemos y no olvidemos la reacción de Lawrence ante el
psicoanálisis. Al menos en él su reticencia no provenía de un temor ante el
descubrimiento de la sexualidad. Sin embargo, tenía la impresión, mera
impresión, de que el psicoanálisis estaba encerrando la sexualidad en una
extraña caja con adornos burgueses, en una especie de triángulo artificial
bastante desagradable, que ahogaba toda la sexualidad como producción de deseo,
para rehacerla de nuevo bajo el «sucio secretito», el secretito familiar, un
teatro íntimo en lugar de la fábrica fantástica, Naturaleza y Producción. Tenía
la impresión de que la sexualidad poseía más fuerza o potencia. Quizás el
psicoanálisis podría llegar a «desinfectar el sucio secretito», pero no por ello
dejaba de ser el pobre y sucio secreto del Edipo-tirano moderno. ¿Es posible
que, de este modo, el psicoanálisis asuma de nuevo una vieja tentativa para
envilecernos, rebajamos, y hacemos culpables? Michel Foucault ha podido señalar
hasta qué punto la relación de la locura con la familia estaba basada en un
desarrollo que afectaba al conjunto de la sociedad burguesa del siglo XIX y que
confiaba a la familia funciones a través de las que se evaluaban la
responsabilidad de sus miembros y su culpabilidad eventual. Ahora bien, en la
medida que el psicoanálisis envuelve la locura en un «complejo parental» y
encuentra la confesión de culpabilidad en las figuras de auto-castigo que
resultan de Edipo, el psicoanálisis no innova, sino que concluye lo que había
empezado la psiquiatría del siglo XIX; hacer aparecer un discurso familiar y
moralizado de la patología mental, vincular la locura «a la dialéctica semi-real
semi-imaginaria de la Familia», descifrar en ella «el atentado incesante contra
el padre», «el sordo estribo de los instintos contra la solidez de la
institución familiar y contra sus símbolos más arcaicos» 41.
Entonces, en vez de participar en una empresa de liberación efectiva, el
psicoanálisis se une a la obra de represión burguesa más general, la que
consiste en mantener a la humanidad europea bajo el yugo del papá-mamá, lo
que impide acabar con aquél problema.
Notas
1. Cf. el texto de Büchner, Lenz, tr. fr.
Ed. Fontaine.
2. El cuerpo bajo la piel es una fábrica
recalentada I y fuera / el enfermo brilla, / reluce, / con todos sus
poros, I reventados. (N. del T.) Artaud, Van Gogh le suicidé de la
société.
3. Cuando Georges Bataille habla de gastos o
consumos suntuarios, no productivos, en relación con la energía de la
naturaleza, se trata de gastos o consumos que no se inscriben en la esfera
supuestamente independiente de la producción humana en tanto que determinada por
«lo útil»: se trata, por tanto, de 10 que nosotros llamamos producción de
consumo (cf. La Notion de dépense y la Part maudite, Ed. de
Minuit).
4. Sobre la identidad Naturaleza-Producción y la
vida genérica, según Marx, d. los comentarios de Gerard Granel, «L'Ontologie
marxiste de 1844 et la question de la coupure», en l'Endurance de la pensée,
Plan, 1968, págs. 301-310.
5. D. H. Lawrence, La Vcrge d'Aaron, tr.
fr. Gallimard, pág. 199.
6.
Henry Miller, Tropique du Cancer, cap. XIII [.«... y mis entrañas se
expanden en un inmenso flujo esquizofrénico, evacuación que me coloca frente a
frente con lo absoluto...»} (trad. cast, Ed. Azteca).
7. Henri Michaux, Les Grandes épreuues de
l'esprit, Gallimard, 1966, págs. 26 y sg.
8. Claude Lévi-Strauss, La Pensée sauuage,
Plan, 1962, págs. 26 y sg. (tr. castellana F.C.E.)
9. Artaud, en 84, no 5-6,
1948.
10. Víctor Tausk, «De la gènese de l'appareil à
influencer au cours de la schizophrénie», 1919, tr. fr.· en La Psycbanalyse,
no 4.
11. Marx, Le Capital, III, cap. 25 (Pléiade
1I, pág. 1435). (Tr. cast. F.C.E.). Cf. Althusser, Lire le Capital, los
comentarios de Balibar, t. II, págs. 213 sg., y Macherey, t. 1, págs. 201 sg.
(Maspero, ,1965) (tr. cast. Ed. Siglo XXI).
12. Beckett, «Assez», in Tétes-mortes, Ed.
de Minuit, 1967, págs. 40-41 (tr. castellana Tusquets Editor).
* No creo ni en padre ni en madre. La
segunda estrofa es intraducible o ilegible, un ejemplo de traducción libre
podría ser: Ya nada con papá-mamá. (N. del T.)
14. Morgenthaler, «Adolf Wölfli», tr. fr. L'Art
brut, no 2.
15 L’art brut n.o 3, pág. 63.
16. Michel Carrouges, Les Machines
célibataires, Arcanes, 1954.
17. W. R. Bion es e! primero que ha insistido en
esta importancia del Yo siento; sin embargo, la inscribe tan sólo en el
orden de! fantasma, y realiza un paralelo afectivo con el Yo pienso. Cf.
Elements of Psycboanalysis, Heinemann, 1963, páginas 94 sg:
18. Artaud, Le Pése-nerfs, Gallimard,
Oeuvres completes I, pág. 112.
19. Pierre Klossowski, Nietzsche et le cercle
vicieux, Mercure de France, 1969 (tr. cast. Ed. Seix ·Barral).
20. G. de Clerambault, Oeuvre
psyquiatrique, P.U.F.
21. Kant, Critique du jugement,
Introducción, 3. (tr. cast. Ed. Losada),
22. Clément Rosset, Logique du pire,
P.U.F., 1970, pág. 37.
23. La admirable teoría sobre el deseo de Lacan
creemos que tiene dos polos: uno con relación al «pequeño objeto-a» como máquina
descante, que define el deseo por una producción real, superando toda idea de
necesidad y también de fantasma; otro con relación al «gran Otro» como
significante, que reintroduce una cierta idea de carencia. Podemos ver
claramente la oscilación entre estos dos polos en el artículo de Leclaire sobre
«La Réalité du désir (en Sexualité humaine, Aubier, 1970).
24. Henry Miller, Sexus, tr. fr.
Bucher-Chastel, pág. 277.
25. Maurice Clavel señala, a propósito de Sartre,
que una filosofía marxista no permite que se introduzca en el principio la
noción de escasez o rareza: «Esta escasez anterior a la explotación erige en
realidad nunca independiente, puesto que está situada a un nivel primordial, la
ley de la oferta y la demanda. Por tanto, ya no se trata de incluir o deducir
esta ley en e! marxismo, puesto que es inmediatamente legible desde antes, en un
plano del que el marxismo mismo se derivaría. Marx, riguroso, se niega a
utilizar la noción de rareza (en el sentido de escasez, N. del T.), y debe
negarla, pues esta categoría lo arruinaría» (Qui est aliené>,
Flammarion, 1970, pág. 330).
26. Reich, Psycologie de masse du fascisme
(tr. Cast. de una parte en ed: Ayuso).
27. En los culturalistas encontramos una
distinción entre sistemas racionales y sistemas proyectivos, no aplicándose el
psicoanálisis más que. a estos. últimos ,(por ejemplo, Kardiner). A pesar de su
hostilidad frente al culturalismo, Reich, y también Marcuse, recogen algún
aspecto de esta dualidad, aunque determinan y aprecian de un modo por completo
distinto lo racional y lo irracional.
28. Jankelevitch, Ravel, Ed. Du Seuil,
p.igs. 74-30.
29. Sobre la historia, la esquizofrenia y sus
relaciones con estructuras sociales, los análisis de Georges Devcreux, Essais
d' ethnopsycbiatrie général, tr. fr. Gallimard, págs. 67 sg. (tr. cast.
Barral Editores), y las hermosas páginas de Jaspers, Strindbcrg el van Gogb,
tr. fr. Ed. de Minuit, págs. 232-236 (tr. cast. Ed. Aguilar ) (¿En nuestra
época, es la locura «una condición de completa sinceridad, en campos en los que,
en tiempos menos incoherentes, hubieran sido posibles sin ella experiencia y
expresión honesta»? –pregunta que Jaspers corrige añadiendo: «Hemos visto que
antaño algunos seres se esforzaban por lograr la histeria; del mismo modo, hoy
podríamos decir que muchos se esfuerzan por llegar a la locura. Pero si la
primera tentativa es posible psicológicamente en cierta medida, la otra no lo es
en modo alguno y sólo puede conducir a mentira.»)
30. Robert Jaulin, La mort de Sara,
Plon, 1967, pág. 122.
31. Melanie Klein, La Psicoanalyse des enfants,
P.U.F.: «La orina en su aspecto positivo es un equivalente de la leche
materna, el inconsciente no distingue en absoluto entre las substancias del
cuerpo.»
32. Bruno Bettelheim, La forteresse vide.
1967, tr. fr. Gallimard, pág. 500. (trad. cast. Ed. Laia)
33. Lacan, Ecrits, «Remarque sur le rapport
de Daniel Lagache», ed. du Seuil, pág. 658: «...una exclusión que proviene de
estos signos como tales y que no puede ejercerse más que como condición de
consistencia en una cadena por constituir; añadamos que la dimensión en la que
se controla esta condición es sólo la traducción de la que una cadena tal es
capaz. Detengámonos todavía un instante en este loto. Para considerar que es la
inorganización real por la que estos elementos están mezclados, en lo ordinal,
al azar, la que con motivo de su salida, nos hace sacar las suertes
...».
34. Monakow y Mourgue, Introduction biologique
à l'étude de la neurologie et de la psycho-pathologie, Alcan,
1928.
35. Lacan, Ecrits, «Position de
l'inconscient», pág. 843. (Trd. cast. abv. Ed. Siglo XXI).
36. Maurice Blanchot , L'Entretien infini,
Gallimard, 1969, págs. 451-452.
37. J. H. Rush, L'Origine de la vie, tr.
fr. Payot, pág. 141.
38. Melanie Klein, Essais de psychanalyse,
tr. fr. Payot, págs. 269-271 (el subrayado es nuestro).
39. Bradbury, L'Homme illustré, «La
Brousse», tr. fr. Denoél.
40. Artaud, «je n'ai jamais rien etudié ...», en
84, dic. 1950.
41. Michel Foucault, Histoire de la folie
al'age classique, Plan, 1961, págs. 588589 (tr, cast, de la ed. abreviada en
Ed. F.C.E.).
Deleuze, Gilles y Guattari, Felix – Antiedipo,
capitalismo y esquizofrenia. (Capítulo I). Barral Editores, Barcelona 1973.
Págs. 11-54. Traducción de Francisco Monge.
Ilustración: Boy with machine. Richard Lindner. (1954, 40 x
30)

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